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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La sorpresa Maragall

EN EL Ayuntamiento de Barcelona hay dos ilustres cesantías. El jefe de la oposición, Miquel Roca, anunció semanas atrás que, al término de su mandato dejará la política activa, y este fin de semana ha sido el alcalde, Pasqual Maragall, quien ha anticipado que el próximo septiembre abandonará el gobierno municipal. Seguramente, si no hubiera habido el anuncio previo de Roca, Maragall habría tenido más dudas sobre el paso que ha dado, y no hay que descartar que Roca, a estas alturas, esté arrepentido de su anticipación viendo cómo en las elecciones municipales de 1999 no estará Maragall.La decisión de Maragall y el momento escogido para anunciarla presentan una variada gama de registros. El alcalde sorprendió a sus propios correligionarios comunicándolo en pleno congreso de la federación barcelonesa del PSC, un día después de que el nuevo primer secretario, Narcís Serra, pidiera públicamente a Maragall que repita en 1999. Fue, por tanto, una bofetada a su amigo Serra y al aparato del PSC, que lo quería como alcalde. Una bofetada redondeada cuando, tras anunciar su futura dimisión, postuló directamente el nombre de su sucesor, el primer teniente de alcalde, Joan Clos, sin dar ocasión al partido a pronunciarse.

El anuncio pone en aprietos a quienes deseaban enviar nuevamente a Maragall este encargo electoral sin darle, a él y a su gente, arte ni parte en la cocina del propio partido. Maragall, con sus inconcretas reflexiones sobre la necesidad de una formación transversal -un partido a la americana o un grupo a la italiana- para intentar evitar la perpetuación de Pujol en el Gobierno de la Generalitat, plantea un debate incómodo a la burocracia del socialismo catalán, que vive una pugna egocéntrica por el poder interno. Desde su cesantía institucional y sin relieve orgánico dentro del partido, Maragall puede ejercer con libertad un liderazgo intelectual de cara a la renovación de la izquierda catalana al que Serra no puede aspirar por el rechazo que despierta su reciente pasado entre los futuribles socios.

Desde que en Cataluña empezó a hablarse de una importación no mimética del Olivo italiano no ha habido muchos avances conceptuales, pero se detecta una marejadilla en los partidos que deberían estar implicados en tal proyecto. En Esquerra Republicana saltó Colom, proclive a un frente patriótico con Pujol, y arrastró a Pilar Rahola, más por sentirse expulsada de un partido en el que entró por arriba que por comulgar con Colom. En Iniciativa, la guerra abierta contra el anguitismo, cuya única capacidad demostrada de pinza ha sido con la derecha, se combina con un debate sobre la gestión de la federación. En el PSC, la rebeldía de Maragall -que, junto a Obiols, es el máximo fabricante de pensamiento de la casa- ya no puede ser contemplada con la misma tranquilidad por quienes sólo estén preocupados por el control endogámico de una máquina electoral cuy o techo es garantía de que no habrá espectaculares hundimientos, pero de que tampoco puede batir a Pujol en las autonómicas.

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