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Escena y metáfora

El goteo de la obra dramática de Buero Vallejo se prolonga a lo largo de casi medio siglo y surge de zonas resistenciales de la lucha antifranquista, a finales de los años cuarenta. Allí Buero saltó a la celebridad con Historia de una escalera, enorme triunfo que le convirtió en la punta de lanza del teatro realista y situó al dramaturgo en el centro de la estrecha franja de permisividad que la escena de la izquierda tenía entonces.Buero se propuso ensanchar esa permisividad y en parte logró su propósito, que fue combatido por colegas suyos más radicales ideológicamente, lo que le valió la consideración de posibilista, que en el lenguaje (un tanto críptico, lleno de entrelineados) de los debates de la izquierda de entonces decía de él que era un claudicador plegado al mandato de la censura fascista, ya que proporcionaba a ésta la coartada de su existencia. Buero entró abiertamente en esta polémica frente a su interlocutor más tajante y elocuente, Alfonso Sastre, con el que mantuvo un largo y, aunque sin palabras disonantes dentro, duro debate en las páginas de la por entonces recién nacida revista teatral Primer acto.

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Posibilismo

La censura no entraba en sutilezas ni hacía distingos entre posibilistas y revolucionarios, de modo que tampoco dejó manos libres al posibilismo de Buero, que vio cercenados muchos de sus textos. Pero el escritor se las ingenió para introducirse por la rendija de la puerta entreabierta que le proporcionó su nombradía para crear un tipo de lenguaje dramático indirecto muy eficaz y una fórmula de drama que, refugiada en parábolas o en imágenes reflejas, logró representar la negrura de aquella España sin paradójicamente mentar aquella España.

Se sirvió Buero de metáforas de noble vuelo melodramático e incluso de estirpe trágica para abrir en los escenarios franquistas las tripas sucias de la España sojuzgada. Situaba para ello sus ficciones unas veces en metáforas puras (por ejemplo, la ceguera: espejo donde chocan la opresión y la libertad en En la ardiente oscuridad y El concierto de San Ovidio), otras veces en personajes con poder de hitos en la historia de la libertad en España (por ejemplo, el viejo pintor afrancesado Goya de El sueño de la razón, el secretamente sublevado pintor sevillano Velázquez de Las meninas, el reformador napolitano ilustrado Esquilache de Un soñador para un pueblo) e incluso empleó tretas de ficción científica (esos hombres del futuro que observan con mirada de entomólogos la España de mediados de siglo y estudian el desastre de una familia en la posguerra civil de El tragaluz, su obra más directa).

Este ramillete de metáforas hace de Buero un indiscutible creador de libertad en la escena más amordazada, maniatada y menos libre de que hay noticia aquí.

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