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El horror en las sociedades opulentas

El hambre vuelve a ser noticia estos días en las sociedades opulentas. La tragedia del Zaire despierta ahora con violencia las conciencias de millones de espectadores que contemplan el sufrimiento ajeno desde la distancia y la pasividad. El horror que antes salpicó las primeras páginas de los periódicos y que hace meses detonaba en Somalia, Haití o Liberia, también agrede de forma silenciosa a millones de seres que no tienen acceso al agua potable, a poblaciones sentenciadas por enfermedades sin control, a familias sin futuro en los campos de refugiados y a todas las víctimas de genocidios, guerras civiles y éxodos masivos.Con frecuencia, este dolor sólo roza a la opinión pública cuando la situación es irreversible. A dos pasos del siglo XXI, las diferencias entre las personas son cada vez más radicales. Cuatro de cada cinco habitantes vivirá en el 2000 en zonas del Tercer Mundo, con el hambre como bandera común. Erradicar esta lacra, que será la mayor causa de confrontación en los próximos años, requiere del compromiso en firme de todos los gobiernos y organismos supranacionales.

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Atajar la malnutrición no es algo utópico y se debe plantear como objetivo primordial a largo plazo, ya que de su éxito depende buena parte de la estabilidad social, económica y política de todos los pueblos. No basta que todos los jefes de Estado se pongan de acuerdo para defender el derecho humano a la alimentación. La respuesta se debe articular con presupuestos viables y con criterios profesionales de eficacia y rigor.

Se ha demostrado, tristemente, que las donaciones masivas de alimentos no son la mejor solución frente al hambre. Pese a que sofocan muchas conciencias, numerosas ayudas hacen que los beneficiarios dependan de la limosna exterior y pierdan el interés en su propia producción agrícola. Ante esta realidad sería conveniente fomentar la educación alimentaría, desarrollar una sólida y diversificada cultura agrícola y reservar la distribución de alimentos y medicinas para situaciones de emergencia.En dos años se puede reducir a más de la mitad el índice de malnutrición en una región pobre a través de programas específicos, junto con el desarrollo de la agricultura rural y el empleo. Ése es el compromiso, urgente y decidido, de los técnicos y cooperantes de muchas organizaciones no gubernamentales.

De esta forma se pueden obtener resultados excelentes, rápidos y a bajo coste. Los jefes de Estado que participan en la cumbre de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) deberían unir sus fuerzas y seguir el ejemplo de todas aquellas organizaciones no gubernamentales que tienen como prioridad la erradicación del hambre.

Buena parte de la paz de la humanidad depende de esta lucha.

Jorge Semprún es presidente de Acción Contra el Hambre. Olivier Longué y Manuel Sánchez-Montero son director y jefe de operaciones, respectivamente.

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