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Un fracaso de cristales

Juan Cruz

El viejo Mclnerney había sido brigadista en España; tenía su casa de Dublín llena de recuerdos, y su memoria estaba repleta de orgullo. Ahora ya no está, y si estuviera habría guardado su cara bajo el ala generosa de su tristeza de español frustrado. Un brigadista como cualquiera de los que vino. Como decía Pepe Hierro en su memorable Réquiem, no he dicho a nadie que he estado a punto de llorar...Era periodista, ya retirado, del Irish Times, y entretenía sus tardes tomando té, hablando de aquellas batallas famosas y cortando lascas de queso amarillo para sus visitantes. El cuarto donde Mclnerney albergaba aquella memoria se parecía a las habitaciones que describe Joyce para situar a los dublineses; en los momentos más inquietantes y finales de la vida, estos irlandeses parecen rescatar el espíritu ancestral que los anima, y aquel McInerney de mis recuerdos estaba en este instante mostrando la satisfacción de haber vivido en España la gloria chiquita de haberse sentido vivo, de haber contribuido con otros a detener la marcha del fascismo. Infructuosa gloria, pero real, viva, gloria de la dignidad del alma.

Le tengo en mi mente con su rostro parecido a los rostros de los que poblaron el Oeste americano, y le escucho aún hoy hablar con ese acento que con tanta pureza cruzó el océano. Ya no sé cuándo le vi, pero tengo memoria de las circunstancias: acababa de morir Franco en España y comenzaba en nuestro país una transición complicada y cubierta de la- amenaza terrible de la sangre.

"No pasará nada, ya no pasará nada otra vez", decía el viejo irlandés, acariciando las rugosas extremidades de los periódicos que guardaba como oro en aquellos baúles de su pasado. Narraba esos episodios que él creía que nunca se iban a reproducir de nuevo como si estuviera contando un fracaso de cristales, esa hermosa frase de Rubén Darío que le sirvió al nicaragüense para hablar de Valle-Inclán y que tan bien sirve para recordar la sensación que se queda en el paladar del alma al recordar los recuerdos terribles de la vida de los otros. La guerra, sesenta años, y siempre la guerra. A la memoria viene, pues, el rostro de McInerney, superpuesto con esos rostros extrañados de los viejos brigadistas que ahora han venido a nuestro país, el país que ya es suyo, para observar otra vez la vieja mezquindad de la guerra, el verdadero origen, el más tremendo, de las razones de la guerra: la voluntad cicatera del olvido. Esos brigadistas que miraron otra vez la herida abierta del vacío, el abismo de plomo al que ahora se han asomado de nuevo.

Y viene Mclnerney para decir, con su voz de cuáquero, mientras corta lascas de queso e invita a té a quienes le visitan, que este país hermoso no se volverá a poner jamás frente a un pelotón de fusilamiento. De nuevo la memoria sin ropa, aterida de frío, del 36 de España: ese poeta asturiano, Ángel González, recogiendo mientras tanto, de manos de la Reina, el premio de poesía que le restituye su memoria dolorida de niño de la guerra, en mitad del palacio, y mientras tanto el ex ministro de tantos ministerios, mano sobre la libertad, rompiendo la inocencia del recuerdo, Manuel Fraga Iribarne, diciendo que esos brigadistas que nos han venido a ver no eran luchadores saludables, sino seres de la bandería; tanta tristeza, como un llanto sobre la memoria de Mclnerney risueño mostrando las heridas que ya estaban sobre el papel amarillento de sus recuerdos en Dublín.

Y mientras surcan esos recuerdos sin rumbo, estos hombres desolados en medio de la España que quiere parecerse a la España de siempre, algún rayo de luz, una nobleza ilumina el camino cotidiano de la nada viscosa: le dan el Premio Nacional de Fotografia a Cristina García Rodero, y uno la ve venir con sus fotos recientes, de todas las fiestas tremendas de esa España que llora riendo, esa España despiadada que despedaza ganado, arroja cabras desde las ventanas, se ríe viendo cómo los gallos son desnucados en medio de la plaza donde los quintos roncan ya el alcohol con el que han festejado que siguen vivas nuestras tradiciones más bellas.

Mclnerney. Angel González. Cristina García Rodero. Miradas sobre este fracaso de cristales en el que nos empeñamos en seguir hablando de la vida y de España.

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