El arco de la alianza
Una gran bóveda de granito evoca la batalla legendaria que libraron las fabulosas rocas de la Pedriza
Hace muchos años, cuando aún no había satélites avizorando a las bañistas que huelgan en naturálibus a la vera del alto Manzanares, el buitre leonado era el único ser de la creación que podía hacerse una idea exacta del aspecto global de la Pedriza (y que conste que con global no nos estamos refiriendo a ningún aspecto parcial de las bañistas). Proyectando su negra sombra sobre el adarve del viejo castillo de Manzanares, el necrófago volante oteaba de un solo vistazo el vecino macizo de la Pedriza anterior, coronado con el Yelmo (1.714 metros), y el más alto y septentrional de la Pedriza posterior, atalayado por sus torres de dos kilómetros de altura. Y separando entrambos, el collado de la Dehesilla, como un tajo dado a mandoble por un gigante en un pronto de justicia satomónica.
Buitres primigenios
Debió de ser en tiempos de los buitres primigenios -valga decir de los pterosaurios- cuando, según la leyenda, las dos Pedrizas se enzarzaron en una guerra geológica por un quítame allá esas peñas. Esculpidas en los canchos han quedado para la posteridad las efigies de los combatientes y sus fabulosas monturas: de parte de la Pedriza anterior estaban (y están) el Centinela, los Caballeros, los Fantasmas, la Tortuga y el Elefantito; en el bando contrario, o sea, la Pedriza posterior, los Guerreros, los Suicidas, la Esfinge, el Pájaro, el Cocodrilo, el Carro del Diablo y hasta un Platillo Volante. Grietas, hendiduras, fallas, diaclasas y fracturas fueron las heridas y son los paisajes después de una batalla que duró millones de años y que, felizmente, terminó en tablas. Y quiere la conseja que, una vez firmada la paz, ambas Pedrizas erigieran un monumento que sellara su amistad para sécala sin fin: es el puente de los Pollos.
Es el puente de los Pollos un vano de 15 metros de luz hora dado en un solo bloque de granito que se alza en la ladera oriental de la cuerda de las Milaneras, en la Pedriza posterior, por encima de los Llanillos y sus muchedumbres de pinos. Apartado de las clásicas rutas pedriceras, su arco inspira el horror de lo que es muy antiguo y nos obliga a sentir la indecible nostalgia de la soledad primitiva. No hay dos hombres que suban el mismo día al puente de los Pollos.
Cosa curiosa, el camino que conduce hasta las inmediaciones de este fenómeno geológico no es muy misterioso que digamos. Desde el aparcamiento de Canto Cochino (1.025 metros), el excursionista baja por el asfalto hacia el puente sobre el Manzanares y, después de cruzarlo, enfila a la izquierda por la senda señalizada con trazos amarillos y blancos. Culebrea este sendero monte arriba hasta el Cancho de los Muertos, rodea el risco por su base y, deparando vistas de buitre sobre el meollo de la Pedriza, desemboca en el collado del Cabrón (1.303 metros) tras una hora escasa de caminata.
Sin seguir en adelante señal alguna, el excursionista continúa de frente por el camino del Icona, una vereda que asciende muy suavemente por el pinar, zigzaguea luego para ganar rápidamente altura hasta la zona de los Llanillos y, al poco de embocar por un angosto pasillo de árboles -a esto le llaman selvicultura y organización de los montes-, presenta una bifurcación a mano izquierda marcada con un gran hito de piedras. Avanzando por esta última trocha de hito en hito y trepando por entre los peñascos que estorban el paso, el caminante se planta de sopetón en el puente de los Pollos. En total, desde Canto Cochino, dos horas y media de paseada.
En los manuales de geología se explica que puentes como éste son originados por grandes berruecos que, al fracturarse y desprenderse de la roca madre, dejan un hueco que la erosión acrece y modela. Pero sentado bajo el ojo prehistórico del puente de los Pollos, con todas las formas fabulosas de la Pedriza haciéndole chiribitas en las pupilas y los oídos -¡el Tolmo!, ¡el Pan de Kilo!, ¡peña Sirio!, ¡el Yelmo de Mambrino!-, el excursionista piensa que la leyenda fue anterior a la ciencia, a los satélites, a la vida sin misterio...
Otoño rojo
Dónde. Manzanares el Real, capital de la Pedriza, dista 53 kilómetros de la Puerta del Sol y está bien comunicado por la autovía de Colmenar (M-607), tomando la M-609 pasado el kilómetro 35 y luego la M-608 a mano izquierda. Herederos de J. Colmenarejo (teléfono 359 8109) fleta autobuses desde la plaza de Castilla.
Cuándo. Otoño, con sus crepúsculos de sangre sonrojando la Pedriza, es una época ideal para acometer esta marcha de cinco horas de duración (ida y vuelta). Teniendo en cuenta que el acceso al parque está limitado a 500 vehículos diarios, conviene madrugar.
Quién. Javier Sánchez y Álvaro Barrero son los autores de Rutas y paseos por la Pedriza de Manzanares, de Sua Edizioak, guía que incluye este itinerario (ver número 7). Darío Rodríguez y José Ignacio Luján lo son, por su parte, de Escaladas en la Pedriza (Ediciones Desnivel), útil para quien desee trepar por el puente de los Pollos.
Y qué más. Para ubicar las peñas más peregrinas, el Plano esquemático de la Pedriza del Manzanares, de Domingo Pliego (Ediciones Desnivel). El regreso desde el puente de los Pollos puede efectuarse por el camino del Icona hacia el oeste y tomando la primera senda a la derecha.
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