Túneles, mas túneles
La fiebre esponjiforme se contagia. Los obispos también quieren ahora su túnel debajo de la Almudena y han conseguido dinero de los presupuestos. A Álvarez del Manzano le pides dos millones para hacer un agujero, y te da cuatro. No piensa en otra cosa, así que los obispos, que saben golpear donde duele, le han contado que necesitan un aparcamiento debajo de la catedral.A primera vista parece una nostalgia de las catacumbas, pero no es otra cosa que una imitación de los juzgados. De este modo, sus ilustrísimas podrán entrar. y salir por el garaje, como Galindo y compañía, y evitar a los pobres barojianos que esperan a la puerta una migaja de información o un bocadillo de mortadela. Los pobres, en Madrid, son peor que el tráfico: se plantan a la salida de los restaurantes y en los quicios de las iglesias para estropearte la digestión de las angulas o de la homilía, que acabas. de ingerir Dios mediante.
Así que la Almudena carece de órgano para tocar a Bach, pero va a tener un subterráneo para interpretar a Alvarez del Manzano. Cada uno se gasta el dinero del contribuyente en lo que quiere. Les Luthiers deberían incorporar este instrumento musical nuevo, el túnel, a sus conciertos madrileños si desean ser patrocinados por el municipio. El próximo año no tendremos dinero ni para comer porque el alcalde ya ha anunciado que piensa gastárselo todo en perforaciones. No sabemos qué le pasa a este hombre con los agujeros, porque además habla de ellos cuando no hace ninguna falta. El otro día, inaugurando un tramo de la avenida de Logroño echó un vistazo alrededor, y al no ver ninguna topera por los alrededores anunció sin venir a cuento que está dispuesto a abrir un nuevo uréter entre las plazas de Neptuno y Cibeles. Todo Madrid, empezando por la plaza de Oriente, va a oler a orines como no le traten pronto esa patología esponjiforme a nuestro alcalde. Ya está bien de que se nos vaya el dinero de los impuestos en meatos que ni, siquiera sirven para que nos conozcamos mejor, porque cuando damos con un trozo de subconsciente, como la Casa del Tesoro, se manda destruir.
Uno cree que Alvarez del Manzano odia por alguna razón el subconsciente, incluso el subconsciente colectivo, de manera que su afición a los túneles no tendría que buscarla allí donde se agazapa para pasarle por encima una apisonadora., Sin duda, le ocurrió algo de pequeño que, aun enterrado entre los pliegues de su memoria, no ha dejado de actuar.
Pero ese trauma, señor alcalde, no lo va a descubrir usted debajo del Palacio Real, ni entre los cimientos de la Almudena, ni en el agujero que piensa abrir en Ríos Rosas. Hay especialistas que le pueden ayudar a ahondar en su pasado, en su conciencia, sin necesidad de excavadoras, y a menor coste, lo que sería un alivio para quienes dependemos de sus caprichos presupuestarios y porosos.
Además, ¿no se da usted cuenta de que todos esos pasos que ahora proyecta abrir con nuestro dinero se saturarán más pronto que tarde? ¿Qué piensa hacer entonces? ¿Aumentar los impuestos y continuar perforando? ¿No hay límites ni crecimiento cero para esta fiebre taladradora que le anega? La solución al tráfico, de vehículos privados tiene que pasar necesariamente por otras vías culturales, del mismo modo que la psiquiatría ha descubierto alternativas a la camisa de fuerza y al electrochoque. Hay compulsiones o tics muy espectaculares que se alivian con un tratamiento sintomático a base de ansiolítícos y relajantes musculares. Tómese algo con un vaso de agua y deje usted de agujerear el suelo y el subsuelo, háganos el favor.
Por otra parte, los túneles deben de hacerse de mutuo acuerdo entre las dos partes a comunicar, de manera que cada una empieza por la suya y cuando ambas se encuentran en el centro abren una botella de espumoso. Aquí, sin embargo, no hay dos partes: está usted solo, señor Álvarez del Manzano, cavando hacia abajo de espalda a la ciudad,, como un muerto enterrado del revés, mientras los contribuyentes nos impulsamos hacia arriba intentando salir de las catacumbas por usted diseñadas. Así no nos encontraremos nunca y, lo que es peor, jamás compartiremos una botella de cava.
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