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Tribuna
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Gori gori

Se echaron a la calle los mortuarios e hicieron el gori gori. Toca madera.El nombre oficial es Asociación Funeraria de España, pero también se les llama los enterradores, lagarto, lagarto. La gente les veía cruzar Madrid y no sabía a qué venía aquello. Unos creían que era la nueva campaña de Tráfico, otros que estaban rodando una película de Drácula.

Las emisoras de radio enviaron redactores a hacen encuestas y antes habían de informar a los perplejos encuestados: "Se trata de una manifestación reivindicativa, de los empresarios de pompas fúnebres". Y entonces los encuestados se caían de un guindo: "¡Ah, oh!". Muchos le ponían de Parte de, la funeraria: "También tienen derecho a manifestarse, ¿no le parece a usted, señor locutor?".

El mismo derecho que los de las hormigoneras. El día anterior la circulación rodada acabó caótica a causa de otra manifestación reivindicativa en la que echaron por delante una caravana de hormigoneras.

Madrid, sede oficiosa de todas las manifestaciones posibles e imaginables está que da gusto verlo. Madrid es la capital del Estado, Madrid es la Villa y Corte, Madris es el pito del sereno.

Falta la manifestación reivindicativa de los pilotos, con aviones supersonicos pegando pasadas en vuelo rasante por la Gran Vía; falta la manifestación reivindicativa de los albañiles, Sepultando La Cibeles en una montaña de vigas y cemento; falta la manifestación reinvindicativa de los dinamiteros volando manzanas enteras.

Todos tienen derecho a manifestarse, a paralizar la vida ciudadana, a provocar colapsos circulatorios y cardiacos. La manifestación de los sepultureros fue de éstas. Sólo les faltó el cura mascullando responsos; un duelo de deudos y plañideras" el fiambres, de cuerpo presente. Y la parca.

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A la parca la denominan algunos, alternativamente, la desdentada y la descarnada. Y los más arriesgados se atreven a llamarla por su nombre, la muerte (pata de cabra, cuerno de cabrón), mientras la mayoría opina que, a esa, ni mentarla; y se persignan raudo, por si acaso.

Funesto día fue aquel en que los madrileños se encontraron metidos en un funeral, sin que les hubieran dado mulé ni nada. Malo es que uno haya de ir a un sepelio en calidad de protagonista porque lio el petate o de acompañamiento porque un allegado soltó el pellejo. Pero que el gori gori sea arbitrio de un colectivo de mortales por cuestión de pelas, entra de lleno en el ámbito de lo macabro.

Este pito del sereno en que han convertido Madrid tocó fondo. Quiere decirse que se soterró. O sea, que le pusieron mortaja y olía a cadaverina. Los derechos de los enterradores, ni aún considerándolos justos, amortiguan la siniestra pirueta que supuso su obituario. Los derechos de los enterradores así expresados, dejaron in articulo mortis los, derechos ciudadanos de los madrileños. Las hormigoneras y todos los manifestantes imaginables, también.

Un día tenemos que echamos a la calle los madrileños para manifestarnos contra los manifestantes. Un día tenemos que echarnos a la calle para que nos dejen vivir en paz. Saldríamos dispuestos a acabar con cuanto individuo abrigue la funesta idea de convocar una manifestación. Saldríamos dispuestos a ponerle un ojo a la funerala; a expulsarle de la ciudad, los pies por delante; a pinchar rueda! si son hormigoneras; a levantar una pira con ataúdes, si son enterradores. Y lo celebraríamos entonando un réquiem.

A quién se le ocurre soltar por Madrid una deletérea manifestación, una tétrica caravana de coches fúnebres. ¡Sus muertos!

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