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La Europa parda

Andrés Ortega

Europa también se viste de pardo. El crecimiento político y electoral de los movimientos de extrema derecha, con una combinación de nacionalismo, xenofobia, racismo y antieuropeísmo es, aunque nos pese, también una de las características de esta Europa. Le Pen en Francia, Fini en Italia o Haider en Austria, pero también movimientos similares en Bélgica, Dinamarca o Alemania, o en los Balcanes y otras partes de la antigua Europa Oriental, son, en general y de momento, fenómenos, que tienden a expandirse en vez de a retraerse.Detrás de este crecimiento de fenómenos tan perturbadores se sitúa el fin de la estabilidad electoral en Europa que había sido una característica en los últimos tres lustros al menos. Las sociedades europeas están mutando. De hecho se están desestabilizando bajo el impulso combinado del cambio tecnológico, la globalización de la economía, el paro, y los recelos ante la inmigración. Y con esta desestabilización están cambiando los patronos del voto, de lo que se aprovechan los movimiento en cuestión.

Con todo agudez, los francesas André Gorz y Jacques Robin, tras señalar que "lo político se ha vaciado por doquier de su autonomía, la política está desacreditada y la sociedad a punto de derrumbarse" antes de que haya surgido otra concluían un reciente artículo con un aviso ante el peligro de que "un mundo se vea sumergido en la barbarie antes de que otro tenga tiempo de nacer".

Aunque estos movimientos antedatan el fin de la guerra fría, su creciente presencia es también uno de los efectos perversos de este cambio histórico, con la crisis de identidad colectiva que implica, junto a las otras razones ya mencionadas, y que engloba la crisis de la política -y el mayor rechazo a los partidos tradicionales-, la crisis económica y social e incluso la crisis de la idea de Europa. Hay un repliegue hacia un pasado inventado en busca de referencias a las que agarrarse, cono Clodoveo en Francia. Pero también podemos estar asistiendo a un retorno de lo reprimido, de un pasado más reciente, ya se llame Vichy en Francia, o Anchuss y nazismo en Austria.

¿Estamos ante movimientos neofascistas? ¿Estamos ante lo que en una ya clásica reflexión Umberto Eco el "Ur-Fascismo", es decir, un fascismo eterno entre cuyas características está el rechazo de los modernismos, la acción por la acción, el miedo a la diferencia y el atractivo paras las frustadas clases medias, con una combinación de elitismo popular y populismo selectivo?

En estos movimientos late una fuerte oposición a la integración europea, por lo que supone de dejación de soberanía, de renuncia al nacionalismo. Estos ya son un problema para el proyecto europeo en curso y, si siguen creciendo, lo serán aún más cuando, paradójicamente, Europa sea áun más necesaria para evitar una vuelta atrás a lo que representan estos grupos. La construcción europea es, como la definiera Jacques Delors, hija de los amores virtuosos de la democracia cristiana y de la socialdemocracia. Mas, justamente, por este tercer camino los grupos marrones, pero a no tener estrategias conjuntas, van en contra de esta división establecida en la política europea, hoy cuestinada.

¿Cómo evitar que se desparrame por Europa este tinte pardo? Le pen, por ejemplo, como algunos monstruos de película, parece crecer electoralmente cada vez que se ve envuelto en una polémica. Pero callar tampoco es buena.

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Dos países destacan en estos momentos como excepción a este fenómeno: España y el Reino Unido. Quizás se deba a que los conservadores británicos, salvo breves y pequeñas excepciones históricas, han sabido integrar de siempre el voto de extrema derecha, sin por ello, contaminarse, y el euroescepticismo también ha podido contribuir a ello. Algo similar parece haber ocurrido en España en los últimos años del Partido Popular. Pero no nos equivoquemos. Estas tendencias xenófobas sobre las que construir estos movimiento también están presente en la sociedad española, aunque no se hayan expresado -¿aún?- políticamente.

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