Londres se prepara para el tercer milenio
Puentes sobre el Támesis y revolucionarios museos se inaugurarán para el 2000
La consigna no escrita es innovación, sorpresa. Todo lo que sea llamativo vale, más allá de los tiránicos criterios de belleza. Londres, una ciudad que funciona razonablemente bien sin una autoridad central, está dispuesta a defender su sitio entre las grandes atracciones turísticas del mundo con imaginación, osadía estética y dinero procedente de la lotería nacional. Bastaría con que se hicieran realidad la mitad de los proyectos que se barajan con vistas al próximo milenio, para asegurarle a la capital británica un lugar de honor en el siglo XXI.
Algunas de estas iniciativas como un segundo edificio para la Tate Gallery, están ya en marcha. Otras, como el proyecto de expansión del Museo Victoria y Albert, empiezan a materializarse, y hay en cartera planes para dos nuevos puentes sobre el Támesis. El único riesgo con tanto proyecto innovador es el de convertir el sobrio paisaje londinense en una especie de Disney Londres.Londres busca desesperadamente un nuevo símbolo estético. Se trata, en palabras de Alan Borg, director del Museo Victoria y Albert, de crear un edificio que llegue a convertirse en un icono nacional, como la torre Eiffel de París o el Empire State de Nueva York". Más de media docena de proyectos aspiran a alcanzar este estado y representar a la capital británica en el año 2000. Norman Foster, estrella de la arquitectura nacional, figura con tres trabajos -uno de ellos rechazado ya- en la batalla por renovar el paisaje de la ciudad. La magnitud del proyecto se adivina en los 640 kilos de papel en los que se de talla el edificio, el más alto de Europa si finalmente se construye.
Paisaje de la City
Pero la torre del Milenio tendrá que aprobar varias asignaturas más antes de ser una realidad. Muchos de los colegas de Foster consideran el edificio, que se alzaría imponente en el vacío dejado por el Baltic Exchange, semidestrozado hace tres años por una bomba del IRA, una amenaza para el paisaje de la City.
Pero esta torre no es el único diseño polémico de los que se barajan para el Londres del siglo XXI. El Museo Victoria y Albert entró de lleno en la competición que podríamos llamar del icono nacional con un proyecto presentado la pasada primavera que dejó literalmente boquiabierta a la opinión pública. El diseño del arquitecto polaco residente en Los Angeles Daniel Libeskind fue escogido entre varios trabajos, incluido uno del propio Norman Foster. La denominada casa-caldera que Libeskind quiere construir irá encajada entre la estructura barroca de 1860, obra de Henry Cole, y el cuerpo principal del museo, creado por Aston Webb en 1909.
Pero el proyecto tiene dividida tanto a la sociedad londinense como a los expertos en arquitectura moderna. Una encuesta realizada en agosto pasado entre los visitantes del museo arrojó un balance desalentador para la caldera. Casi la mitad -un 48%- del público votó radicalmente en contra. Otro 11% expresó un apoyo "con reservas", mientras el 40% restante daba el visto bueno.
Desde este mismo mes el V&A ha empezado a cobrar la entrada -hasta ahora gratuita para la colección permanente- a 1.000 pesetas, con vistas a recaudar los 42 millones de libras (8.400 millones de pesetas) que cuesta la innovadora extensión, para la que espera contar con fondos procedentes de la lotería nacional, aunque, de momento, la primera petición a través de la Comisión del Milenio -una de las varias comisiones creadas para repartir dinero de la lotería- ha resultado negativa.
La extensión del Victoria no se ajusta, al parecer, al tipo de edificios susceptibles de recibir el dinero del Milenio. Otro museo, la Tate Gallery, ha sido más afortunado. La misma comisión acaba de otorgarle 50 millones de libras -algo menos de la mitad de lo que cuesta el proyecto- para reconvertir una antigua central eléctrica en su segunda sede, que está previsto inaugurar en torno al 2000. La nuevaTate, consagrada al arte del siglo XX, abrirá sus puertas en Bankside, frente a la catedral de San Paul, al sur del Támesis. Por fuera, el edificio de 1947, creado por Giles Gilbert, el hombre que diseñó las famosas cabinas telefónicas rojas de Londres, quedará intacto, pero el interior será transformado en un deslumbrante vestíbulo-corredor al que se abrirán las salas de exposición dispuestas en cinco niveles.
Para darle más realce a la zona, diversos empresarios privados han puesto en marcha la idea de un puente peatonal que enlace el área de Southwark con la City. Seis proyectos arquitectónicos han sido seleccionados ya y el ganador será dado a conocer en diciembre. Son muchos los puentes que cruzan el Támesis, pero ninguno, señalan los patrocinadores de esta idea, permite disfrutar de un paseo a pie sin la molesta compañía del tráfico rodando en paralelo o del ferrocarril.
Sería el segundo puente destinado a realzar la belleza del río, porque hace menos de un mes otros emprendedores empresarios seleccionaron dos proyectos de puentes habitados para enlazar otras dos orillas, del Támesis a su paso por la Ciudad. De lo que no cabe duda es de que Londres necesita sueños y está dispuesta a comprarlos.
La 'madre de todos los desastres'
Cada país tiene su pequeña cruz en el capítulo de las renovaciones estéticas. En el Reino Unido, concretamente en Londres, la cruz se llama nueva Biblioteca Nacional, el edificio que habrá de sustituir -en estos momentos la fecha de inauguración se sitúa en 1999- a las instalaciones del Museo Británico, donde se aloja la vieja sala de lectura circular, un lugar celebrado por escritores y estudiosos donde Carlos Marx escribió El capital. La nueva biblioteca se inició hace 17 años, en las inmediaciones de la estación de St. Pancras, una zona de Londres no precisamente bendecida por el dinero público, y desde sus comienzos ha sido un proyecto lastrado. Y un proyecto no precisamente económico. La cifra final de gasto -dinero público esta vez- es de más de 100.000 millones de pesetas, tres veces la cantidad presupuestada inicialmente.Una auditoría realizada a pie de obra arrojó recientemente un balance aterrador. Fueron hallados decenas de miles de errores de construcción, desde fallos en las modernísimas estanterías mecánicas, que dejaban caer los libros al ser desplazadas, hasta peligrosos cables. Rectificar los errores y finalizar el edificio requirió una inversión de 1.800 millones de pesetas adicionales. La misma auditoría reveló que en 1994 el entonces ministro de Cultura, Stephen Dorrell, estuvo a punto de archivar el proyecto, ante el desastre. La utilidad de la nueva biblioteca ha sido puesta en entredicho por los propios auditores oficiales, que ven en el acelerado crecimiento de las consultas vía Internet una sepa amenaza a su papel esencial. Algo que ya intuía la Asociación de Lectores Regulares, uno de cuyos miembros, Brian Lake, señalaba: "La Biblioteca se inaugurará en algún momento, pero ya son pocos los que creen que vale la pena la espera".
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