Libre albedrío
Un auto sacramental, sin sacramento. Trata del libre albedrío. Dios es una especie de payaso simpático y humorista, que hace Vicente Cuesta con un triple juego de burla, magia y seriedad. Junto a él, maneja' dos por él, media docena de ciudadanos de clase media española, quizá muy diferenciados entre sí, porque de lo que se trata es de mostrar la humanidad, pero que en el fondo no lo son tanto.Tampoco lo eran en El gran teatro del mundo, de Calderón, al que se cita en la obra: la ingenuidad y la vaguería de Calderón cuando se dedicaba al teatro religioso les hacía a todos iguales, y para distinguirlos les ponía una corona o un azadón.
En este caso, todos han recibido una convocatoria para entregarles un premio, un viaje al mar Muerto ("muerto", ya se comprende), y allá acuden: una sala vacía donde nunca llega nadie más que quien está allí: están esperando a Godot, o están en su huis clos, o en el barco de Sutton Vane o en el tren de Alfonso Vallejo: el símbolo del viaje, el de la espera infinita, el de la confesión pública, corresponden al esquema conocido. No hay novedades: ya sabemos dónde irán a parar, al desierto que es su destino, al mar Muerto que es su tumba, o qué sé yo.
Destino desierto
Destino desierto, de Ernesto Caballero. Intérpretes: Vicente Cuesta, Vicente Díez, Susana Hernández, Maruchi León, Ana Pimienta, Rosa Savoini, Jafri Topera.Escenografía y vestuario: Teatro del Eco. Iluminación: Mario Gas. Dirección: Ernesto Caballero. Teatro Olimpia, del Centro Dramático Nacional. 23 de octubre de 1996. Madrid
Mejor director que autor -en este caso-, Ernesto Caballero mueve sus personajes -que además son buenos actores- con soltura. La presencia de la lucha entre el libre albedrío -simplemente, la libertad: en la que el autor tiene una creencia envidiable- da valor al diálogo. Gustó.
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