Nanni Moretti aporta una esclarecedora imagen interior del infierno terrorista
Desde que hace unos años presentó aquí su Caro diario, Nanni Moretti no ha vuelto a faltar a la cita con el festival de Valladolid. Este año (además del cortometraje El día del estreno, dirigido por él) acude como productor, guionista e intérprete de La segunda vez, película dirigida por Mimmo Calopresti, que nos introduce, por un ángulo inédito y esclarecedor, en la interioridad del infierno moral del terrorismo.
Moretti tiene fama de persona de trato difícil, lo que no encaja bien con la sensación de desvalimiento y simpatía que deja en la retina de quienes le ven actuar en la pantalla. Este oculto rasgo desagradable de Moretti tiene, sin embargo, condición de evidencia en los resortes polémicos, con frecuencia bastante agrios, de sus películas, que siempre son disparos contra algo o alguien, pequeños actos de demolición que no dejan a salvo ninguna institución o actitud.En Palombella rossa arremete contra los comunistas; en Il portaborse, contra los socialistas; en La misa ha terminado, contra la Iglesia; en Caro diario, contra médicos, arquitectos, mafiosos, demócrata-cristianos, y contra casi todo en Italia. Le faltaba en su colección de zurras una dedicada a los terroristas y aquí está La segunda vez.
Lo sorprendente del filme consiste en que su agresión contra estos agresores sanguinarios es incruenta, con apariencia de bondadosa, pues intenta representarlos como lo que, a nuestro pesar, son: personas, bípedos comunes, animales de nuestra especie, con los que uno se puede cruzar en la calle sin distinguirlos de los otros, pues no son otros, sino un perplejo espejo de algo salvajemente cotidiano.
Al economista turinés que Móretti interpreta en La segunda vez le duele intensamente y con frecuencia la cabeza. Dentro de su cerebro se alberga todavía la bala que le metió años antes, entre ceja y ceja, una muchacha pistolera de las Brigadas Rojas. Un día cualquiera de éstos, el superviviente de aquel disparo se cruza en una acera con una bella mujer de rasgos algo duros, pero apacibles, y cree ver en ellos el destello de una mirada que le es familiar. El hombre sigue a la mujer y descubre dónde vive: una cárcel turinesa donde es reclusa en régimen abierto.Casi todo queda dicho en este fulgurante arranque del relato del reencuentro entre una atroz jaqueca incurable y el dedo femenino que apretó el gatillo de la pistola que la causó. El resto de este oscuro e inquietante idilio es el proceso de demolición de muchos esquemas balsámicos en boga acerca de la interioridad del terrorismo y de rebote, con astucia innegable, el desvelamiento de la magnitud del horror de éste. Un horror que si quiere percibirse con toda su abominable carga infernal, hay que mirar a los ojos y reconocer que lo que uno ve es lo mismo que a todos nos devuelve el espejo del vestíbulo de nuestra casa: una mirada humana.
Y este choque de ojos desencadena una película muy sencilla pero de extraordinario vigor polémico, nada claudicante sino demoledora contra ese puñetazo de sangre, tanto más terrible cuanto más de cerca vemos el rostro de quien lo asesta; tanto más inhumano cuanto mejor percibimos que procede de un comportamiento humano. Perpleja, desconcertante e indispensable refutación de la (bestial y beata) opción entre terrorismo y su respuesta o revés terrorista.
Babelia
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