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ELECCIONES EEUU 1996

El voto 'verde' apuesta por Clinton

Los grupos conservacionistas cierran filas contra los republicanos

El Sierra Club, con 600.000 afiliados, fue creado en 1892 por John Muir, pionero en la conservación de la naturaleza en EE UU y padre de la declaración de Yosemite como parque nacional en 1890. Muir fundó el Sierra Club "para que fuera capaz de hacer algo por la naturaleza y para poner contentas a las montañas". El club es ahora un poderoso grupo de presión que ha dedicado seis millones de dólares (750 millones de pesetas) a la campaña electoral y que está poniendo contentos a los demócratas, igual que otros grupos de presión que, aunque con reservas, canalizan el voto verde hacia el presidente Clinton, que se beneficia del prestigio de Al Gore en este campo.La Liga de Votantes Conservacionistas, con 20.000 influyentes miembros, dedica 1,5 millones de dólares (188 millones de pesetas) a denunciar a "los 12 candidatos más sucios", los congresistas que destacan por su política antiecológica. La Federación Nacional de la Naturaleza, con 4,5 millones de afiliados, tiene una sede en el centro de Washington en la que trabajan naturalistas, científicos, especialistas en relaciones públicas y abogados. Greenpeace cuenta con una red nacional de colaboradores gracias a la cual puede llamar a 40.000 puertas cada día para llevar a cabo sus campañas. Una alianza de todos estos grupos dedicó en 1995 medio millón de dólares a combatir en prensa, radio y televisión los planes del Congreso republicano para desmantelar las leyes de protección de la naturaleza.

A la luz de estos datos, no es extraño que jefes de tribus indias de EE UU que representan a 250.000 nativos americanos hayan respaldado públicamente la reelección de Bill Clinton por su defensa del medio ambiente y, lo que es más importante, que los ciudadanos tengan la imagen de que los demócratas garantizan mejor que los republicanos el mantenimiento de las normas sobre pureza del agua y del aire y la defensa de los parques nacionales y los refugios de la naturaleza.

En los dos primeros años de su mandato, Clinton desilusionó a los que habían puesto grandes esperanzas en sus declaraciones ecológicas: no subió los impuestos sobre la energía y aplazó la reforma de las leyes de explotación minera y forestal en beneficio de las grandes empresas.

Pero la llegada de los republicanos al Congreso en 1994, su carga de caballería contra la regulación medioambiental y la reacción contraria de la opinión pública -incluidos los votantes conservadores abrieron los ojos al presidente, que en los dos últimos años ha vetado las leyes desreguladoras, ha negociado compromisos con verdes y empresarios, ha evitado el recorte de presupuestos de la Agencia de Protección del Medio Ambiente y ha tenido iniciativas como la declaración de monumento nacional de más de medio millón de hectáreas en el sur de Idaho y la prohibición de explotaciones mineras de oro cerca de Yellowstone.

Los republicanos se han ganado a pulso su mala imagen. Uno de los objetivos de la revolución conservadora que ganó las elecciones legislativas de 1994 fue el desmantelamiento de la normativa medioambiental de los últimos 25 años. En palabras de Newt Gingrich, presidente de la Cámara de Representantes, esas leyes son "absurdamente costosas, han creado más resistencia de lo que era necesario y han desviado recursos debido a las relaciones públicas o a sentimientos emocionales sin tener en cuenta la racionalidad científica, técnica o económica".

Pero los norteamericanos, sin distinción de simpatías políticas, no están de acuerdo en que los espacios naturales se abandonen a su suerte o a la explotación minera o inmobiliaria, ni en anular las reglas que imponen determinados niveles de pureza del aire y del agua, y reaccionaron en contra, como lo demuestra un sondeo de The New York Times en el que el 57% está de acuerdo -contra un 32%- en que hay que proteger el medio ambiente incluso si eso significa el riesgo de perder empleos.

La reacción de la opinión pública y el oportunismo de Clinton han puesto a los republicanos a la defensiva: el Congreso no ha desmantelado la regulación de medio ambiente y la Casa Blanca ha cosechado el crédito político. Bob Dole no habla prácticamente del asunto, excepto para denunciar un exceso de intervención del Gobierno. Clinton se opone a permitir nuevas explotaciones petrolíferas en Alaska, a suprimir el Departamento de Energía, a paralizar la elaboración de una nueva lista de especies amenazadas y a hacer depender la regulación medioambiental exclusivamente de los análisis sobre costes y beneficios. Dole apoya lo contrario en cada uno de estos casos.

Con un presidente que le encanta que le comparen con su antecesor Teddy Roosevelt -el primer mandatario de EE UU preocupado por la naturaleza, que tomó decisiones para protegerla, pensando en el disfrute de las generaciones futuras-, y con un candidato que aparece como indiferente, en el mejor de los casos, no es extraño que el 48% de la población piense que la Casa Blanca protege mejor la naturaleza que el Congreso, y que Albert Hale, presidente de los navajos, compare el Contrato con América de Newt Gingrich con los tratados indios violados por los Gobiernos de Washington en el pasado.

Consenso a favor del medioambiente

Carl Pope, director ejecutivo del Sierra Club, cree que los norteamericanos han dejado de considerar los problemas del medio ambiente como temas políticos y que hay "un consenso nacional en favor de la protección medioambiental".Pope no oculta su recomendación para el 5 de noviembre: "Aunque el historial del presidente Clinton no es perfecto, es lo suficientemente sólido como para garantizar nuestro respaldo".

El medio ambiente se ha convertido en Estados Unidos en "un faro iluminador en el panorama de deterioro cívico", según Pope, que cree que es un error pensar que la conservación de la naturaleza no tiene repercusiones políticas en los votantes, "que es algo que interesa, pero que no es determinante a la hora de votar".

El director del Sierra Club cree que los republicanos cometieron esa equivocación después de haber ganado las elecciones legislativas de 1994: "Un candidato no puede permitirse el lujo de ser etiquetado como enemigo del medio ambiente, y el Congreso, dominado por los republicanos, no entendió esto".

Por encima de las sensibilidades de los partidos Carl Pope entiende que todos los líderes políticos se han quedado atrás en su valoración de la importancia de la conservación de la naturaleza: "Los norteamericanos están más preocupados por el medio ambiente y más dispuestos a encontrar soluciones que los gobernantes, como prueban los sondeos que manejamos, lo cual es un claro ejemplo de que el ciudadano común es más juicioso que sus dirigentes".

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