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'Japón, SA' no da dividendos

El PLD del primer ministro Ryutaro Hashimoto, gran favorito en las elecciones legislativas que se celebran hoy

ENVIADO ESPECIALNoventa y siete millones de japoneses están hoy convocados para renovar la Cámara baja en unas elecciones generales anticipadas que teóricamente deberían servir para perfilar el rumbo que emprenderá el gigante asiático en los albores del próximo siglo. Sin embargo, nunca como hasta ahora se habían percibido tantas señales de confusión y desconcierto en la conducta de un pueblo en proceso de transformación.

Las urnas darán probablemente al Partido Liberal Democrático (PLD) la victoria e incluso la magnitud del resultado puede permitir a los conservadores gobernar solos, según adelantan todas las encuestas. Pero el previsible éxito del PLD aclarará en principio poco sobre la resolución de los temas de la agenda política y económica de Japón para los años venideros.

El tradicional desapego ciudadano hacia los políticos se ha visto acentuado en estos últimos tres años, en los que los japoneses han sido testigos de cuatro Gobiernos de coalición distintos sin necesidad de recurrir al voto popular y han asistido perplejos a un vertiginoso trasiego de diputados de unas fuerzas a otras. Se estima que más de la mitad de los 511 parlamentarios que formaron la pasada legislatura viajaron de un partido a otro -algunos con billete de regreso- en lo que se considera uno de los procesos más notables de transfuguismo político y de desideologización habidos en una sociedad democrática. Como resultado se dieron alianzas de toda clase que desembocaron incluso en coaliciones de liberales y socialistas, históricamente enemigos acérrimos.

Todo estuvo basado en puros intereses de grupo, sin más objetivo que el de estar en el poder. La opinión pública, de por sí molesta con sus dirigentes es muy probable que castigue hoy con una gran abstención tal conducta. Y todo ello pese a que por vez primera hay un rejuvenecimiento de candidatos (dos tercios de los más de 1.500 que se presentan) y de que se estrena una ley electoral mixta mayoritaria (300 diputados) y proporcional (200 en listas de partido).

La falta de liderazgo es patente. Ningún analista local considera que reúnan carisma o suficiente voluntad de cambio personas como el primer ministro liberal, Ryutaro Hashimoto, o el principal cabeza de la oposición, Ichiro Ozawa, antiguo liberal y actual dirigente del partido conservador reformista Shinshinto (Nueva Frontera). Hashinioto, de 59 años, pelo engominado, bien vestido y mujeriego, habla de un "nuevo PLD" comprometido a realizar una reforma administrativa que reduzca a la mitad los 22 ministerios actuales y a proseguir el gradual camino hacia una mayor internacionalización de Japón. Ozawa, de 53 años, autoritario en sus formas, discípulo del fallecido Shin Kanemaru, uno de los mayores prototipos de la corrupción liberal de los ochenta, se marchó del PLD poco antes de las elecciones de 1993 para formar su, propio partido con el que, dice, quiere poner fin a la subordinación del país en el concierto mundial y realizar también la reforma de la Administración. Entre las diferentes fuerzas que se sumaron al grupo de Ozawa figura la poderosa secta multimillonaria budista Soka Gakkai, que suscita grandes odios y recelos entre una buena parte del pueblo por su desmedida ambición. Su líder está siendo actualmente juzgado por una caso de violación.

Las posiciones de uno y otro son muy vagas en asuntos como la política de defensa, el futuro del tratado de seguridad con Estados Unidos, por el que 47.000 soldados norteamericanos se encuentran en territorio japonés o incluso en cuestiones más domésticas como el modelo de sociedad para el próximo siglo. Son programas de tenderos, ahora y antes, que centran su campaña en anuncios como el de tener que aumentar en dos puntos el impuesto sobre el consumo para que el déficit público no prosiga su alza.

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El déficit ascenderá a más del 7% del producto interior bruto (PIB) este año fiscal si se da por descontado que el próximo Ejecutivo autorizará un presupuesto extraordinario con el fin de reactivar la demanda y consolidar la recuperación económica después de cuatro años de recesión. "Nuestros políticos han sido siempre puros comparsas y soy bastante escéptico de que vayan a cambiar", opina el economista Kazuei Tokado, profesor de Estudios Internacionales en la Universidad de Kanda.

Distan mucho de sus homólogos occidentales en cuanto a formación intelectual y visión de futuro y no tienen ningún protagonismo en la elaboración de proyectos legislativos. Todo pasa por ese mandarinato que compone la burocracia ministerial, blanco ahora de las críticas de diversos sectores de la población ante los fracasos que país ha sufrido en los últimos tiempos en cuestiones como quiebra de las entidades crediticias para la vivienda, la seguridad ciudadana tras el pánico que causó la secta de la Verdad Suprema con el gas tóxico, falta de previsión en el terremoto de Kobe o en escándalos más lejanos, como el de la sangre contaminada que hizo contra el sida a cerca de 2.000 hemofílicos y que provocó la muerte de 400 de ellos.

El caso, que ocurrió en los primeros años ochenta, ha sido denunciado por el actual ministro de Sanidad, Naoto Kan, lo cual le ha ganado enorme popularidad. Kan, de 50 años, cofundador del reformista Minshuto (Partido democrático), nacido días después de disolución de la Cámara y que parece destinado a convertir en partido bisagra.

"Los burócratas continúan comportándose como sabelotodos y veladores últimos de los ciudadanos" observa el profesor Tokado. Con esa quiebra de prestigio se ha desequilibrado el trípode sobre el que se ha basado el éxito económico nipón durante las pasadas cuatro décadas: un sector privado potente pero disciplinado, el mandarinato burócrata y una clase política movida única y exclusivamente por el clientelismo.

Es por ello que el cambio se hace hoy en día más urgente en un país al que el vestido se le ha quedado pequeño. Baste recordar que cuando se cita Japón como segunda potencia económica del planeta se habla de país que controla aproximadamente el 17% del PIB mundial (más del 60% del PIB asiático) y que lidera el ranking de activos netos externos tanto públicos como privados. Más de uno se interroga si esta nación, de 125 millones de habitantes y con tres siglos de aislamiento exterior, tiene su mente preparada para afrontar la agenda del siglo XXI, en el que indudablemente deben tener un mayor protagonismo mundial en virtud de su peso económico, pero también un sistema político menos artificial que el actual.

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