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Tribuna:ANÁLISIS
Tribuna
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Potencia intermitente, potencia indispensable

Andrés Ortega

Potencia "indispensable" es como Clinton calificó a EE UU en el primer debate electoral con su contrincante republicano, Robert Dole. Que EE UU sea la única superpotencia que queda en el mundo de la posguerra fría, ya nadie lo pone en duda. Pero aunque último mandamás, EE UU manda menos que antes, incluso que antes de la guerra fría. Y cuando manda lo hace a ráfagas o, como también se dice, de forma intermitente. Lo que crea desconcierto entre sus socios, aliados y enemigos.La campaña electoral refleja, que no hay repliegue de EE UU sobre sí mismo. Sorprende incluso que la política exterior ocupe un lugar relativamente destacado en esta campaña y en los debates. Lo que muestra que, pese a que algunas tendencias aislacionistas siguen presentes en la sociedad y en la política norteamericana, Estados Unidos está de vuelta. La ilusión de un presidente Clinton, que en sus primeros años en la Casa Blanca hacía pasar a un segundo plano la política exterior, ha dejado paso a una presidencia activa, especialmente a partir de 1995, en que tomó cartas en la guerra de Bosnia.

Este nuevo activismo se produce en ocasiones de forma desordenada, y sobre todo con una pretensión de que EE UU actúe, si no le Siguen, por sí solo. La labor de broker honesto entre partes enfrentadas que algunos le habían atribuido al ver su papel en el lanzamiento del proceso de paz en el Ulster, en Oriente Medio, o pretendidamente ahora en Chipre, se ha visto superada por un creciente grado de unilateralismo, impropio de un líder que base su liderazgo en la auctoritas antes que en la fuerza militar o económica.

Este unilateralismo se ha notado desde la oposición a la reelección de Butros Gali como secretario general de la ONU, a las leyes extraterritoriales para penalizar a Cuba, Libia o Irán, a pesar de que contravengan las nuevas reglas del comercio internacional. Ahora bien, este unilateralismo no es un capricho de la actual Administración de Clinton, sino que refleja ciertas tendencias profundas en la opinión pública norteamericana, que mira con profunda suspicacia al multilateralismo, a la ONU, y desde luego a que fuerzas armadas estadounidenses estén bajo otro mando que el suyo propio.

La adicción al liderazgo no se traduce siempre en autoridad, ni en la necesaria generación de un consenso en su derredor, que, mal que le pese, necesita este liderazgo. Incluso el unilateralismo, pues tiene sus límites. Lo ocurrido en Irak ilustra el caso a la perfección: EE UU se lanza unilateralmente a una acción -o reacción- militar contra el régimen de Sadam Husein. Pero, una vez lanzado, Washington se da cuenta de que está solo -o casi, con el británico detrás- y se para. Descubre así que, para resolver problemas, EE UU no puede hacerlo solo. Especialmente en un mundo crecientemente complejo, donde muchos problemas son nuevos, de difícil solución o de una solución que produce efectos indeseados, o desde luego imprevistos. Veremos cómo termina la mediación para volver a encarrilar un proceso de paz en Oriente Próximo. Clinton, hasta ahora, no ha podido con Netanyahu. Señal de que el que más manda no siempre puede.

Pero no se trata de acercarse a la actividad exterior de EE UU sólo desde el ángulo de los resultados, en la larga lista de compra que maneja siempre Clinton, desde Haití al Ulster, pasando por Sarajevo o Somalia. Sino por lo que, con alguna razón, se le ha criticado, desde las filas republicanas pero también desde las europeas: la falta de una visión de conjunto. EE UU parece a veces moverse como, en expresión de un personaje de Almodóvar, vaca sin cencerro. Lo cual es especialmente grave cuando los demás, a su vez, buscan el cencerro americano. Y esta carencia le hace parecer actuar por impulsos, por intermitencias. Dole promete ser más selectivo. En realidad no aporta nada nuevo. Posiblemente, si Bill Clinton gana un segundo y último mandato veremos a Estados Unidos mucho más activo en los próximos años. El segundo mandato -libre ya de la presión de la reelección- puede resultar mucho más interesante que el primero.

¿Potencia indispensable? Pues efectivamente, así lo parece. Durante muchos años, al menos. Por ahora, es la mayor potencia militar y económica. Dispone de recursos tecnológicos sin parangón con ningún otro país o grupo de países. Europa sigue necesitando a EE UU para poner orden en su seno y en su vecindad. La europeización a la que avanza la OTAN, pese a ser auténtica, refleja también estos límites europeos: la Alianza Atlántica se puede convertir en la auténtica estructura militar de una Unión Europea no dispuesta a gastar más en su defensa. Y esta estructura militar estará supervisada por EE UU. Pese a ello se estará dando un paso importante. Más lo será el de la moneda única europea, proyecto que se denigraba desde EE UU hasta el verano pasado y que América parece ahora aceptar, o al menos resignarse a él.

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