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¿Liberales o conservadores?

Joaquín Estefanía

Desde hace días circula por las librerías un libro -panfleto lo llama su prologuista, Mario Vargas Llosa- cuyo contenido es, en definitiva, la crítica a un cierto pensamiento "progresista" (entre comillas) desde posiciones autocalificadas de liberales. El Manual del perfecto idiota latinoamericano... y español, que de él se trata (ya está hecha la publicidad), coincide en España con la salida de las catacumbas de un tipo de liberalismo contemporáneo español, hasta ahora casi siempre vergonzante, agigantado con la llegada al poder del Partido Popular. No sé exactamente por qué, ya que la práctica política de ese partido, como se va viendo fecha a fecha, tiene más que ver con otras familias de la derecha tradicional que con el liberalismo económico.En un capítulo final de Manual, sus autores dan una lista de los libros "que resumen la sustancia de los demás" y que provocaron la idiotez de tanta gente. Entre ellos figura, con mucha razón, Los conceptos elementales del materialismo histórico, de Marta Harnecker, la quinta esencia de la vulgata marxista más empobrecedora; recuerdo cómo, en los años setenta, a falta de otros, los libros de Harnecker eran regalos muy apreciados en España.

Sucede que, terminado de leer el Manual, me ha parecido lo más semejante, en el lado opuesto, al texto de la autora chilena. Y habrá quien habiendo regalado muchos Harnecker, reparta hoy también esta escolástica liberal, cuya tosquedad sólo queda salvada por la literatura de quien la legítima: Vargas Llosa.

Aparte de las anécdotas y los ejemplos (lo que más entusiasma a los Mendoza, Montaner y Vargas Llosa junior), interesa la savia del texto comentado: su profundo conservadurismo. Son conservadores disfrazados de liberales.

Contra esta figura ideológica -tan presente en la España de hoy- escribió el viejo Albert Hirschman hace ya un lustro sus Retóricas de la intransigencia, aplicadas en buena parte a los que pretenden acabar con el Estado de bienestar. Las tesis reaccionarias que describe Hirschman son tres:

-la tesis de la perversidad: toda acción deliberada para mejorar algún aspecto del orden económico únicamente sirve para agudizar la situación que se desea mejorar; toda política pública que apunte a cambiar los resultados del mercado que se autorregula, se convierte automáticamente en una nociva interferencia en los benéficos procesos equilibradores. El nuestro es el mejor de los mundos posibles: no tocar.

-la tesis de la futilidad: todo pretendido cambio es, o será, de superficie y,- por tanto, ilusorio. Las políticas que pretenden dar poder a los desprovistos del mismo o mejorar la suerte de los más desfavorecidos, no logran nada de eso, sino que mantinen y consolidan las distribuciones de poder y de riqueza existente. Es inútil hacer nada.

-la tesis del riesgo: el coste de las reformas es siempre considerablemente alto y pone en peligro los logros precedentes. Con las reformas perdemos más que ganamos; un paso adelante, dos atrás. El precio que pagamos por la democracia es la restricción de la acción del Estado; es preferible la mano invisible a la protección social.

Aplíquense estas tesis a las acciones del Gobierno (por ejemplo, a los presupuestos) y saldrá una opción política. ¿Se acuerdan de qué libro estaba leyendo José María Aznar en Oropesa, el pasado mes de agosto?: el Manual.

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