El oro nazi pasa factura a Suiza
La Confederación Helvética negó refugio a miles de judíos mientras sus empresas colaboraban con el III Reich
ENVIADO ESPECIALEn la Place du Molard, no lejos del lago Leman, hay una pintoresca torre-reloj propiedad del Banco Hipotecario del Cantón de Ginebra. Lo que allí proclama un gran friso -Genéve, Cité de Refuge- parece un sarcasmo a tenor de las revelaciones de estas semanas sobre el papel de Suiza durante la II Guerra Mundial. Mientras los bancos y los coleccionistas suizos aceptaban sin escrúpulos el oro y los cuadros robados por los nazis, las autoridades de la Confederación Helvética negaban refugio a los judíos que intentaban escapar al Holocausto, y algunos de sus más prominentes industriales colaboraban en el esfuerzo del III Reich abriendo fábricas en los campos de concentración.
"El pasado año", recuerda Rolf Bloch, presidente de la Federación de Comunidades Israelitas de Suiza, "Kaspar Williger, entonces presidente de la Confederación, pidió públicamente excusas por la decisión adoptada en 1938 de solicitar a los alemanes que sellaran con un tampón una J en los pasaportes de los judíos alemanes y austríacos, a fin de que pudieran ser rechazadas con rapidez sus demandas de visado en los consulados y las fronteras de Suiza".
Ya en plena II Guerra Mundial, y en aplicación del principio la barca ya está llena (Das boot ist voll), formulado el 30 de agosto de 1942 en Zurich por Eduard von Steiger, jefe del departamento de Justicia y Policía, se cerraron las fronteras a los refugiados de todos los países europeos ocupados por el III Reich. Según el historiador Alfred A. Hasler, las autoridades suizas ya tenían información sobre la conferencia celebrada por los jerarcas nazis el 20 de enero de 1942 en el suburbio berlinés de Wannsee en la que decidieron aplicar a los judíos europeos la Solución Final.
Suiza negó así la entrada a decenas de millares de judíos 20 000 según unos el historiador ginebrino Jean Claude Favez; 40.000 según el diputado laborista británico Grevilleanner, muy activo en las actuales acusaciones contra Suiza-, la mayoría de los cualesterminarían siendo asesinados en los campos de concentración. Y ello, según Favez, "ante la indiferencia de la mayoría de la opinión pública".
El caso Grueninger ejemplifica la resistencia de los suizos a desprenderse del mito de la neutralidad heroica de un pequeño país rodeado por las potencias del Eje, -y su siempre tardía y siempre provocada por la presión internacional- aceptación de responsabilidades. Tan sólo el pasado año fue rehabilitado Paul Grueninger, el comandante de Policía del puesto fronterizo de Saint-Gall que salvó de una muerte casi segura a todos los judíos austriacos que pudo.
Tras la anexión de Austria por Alemania nazi en marzo de 1938, el Departamento Federal de Justicia y Policía de la Confederación Helvética quiso prevenir un posible aluvión de refugiados y estableció la obligatoriedad del visado para los austriacos. Grueninger violó la orden al permitir la
entrada en Suiza a través de su puesto de unos 3.000 judíos austriacos, en cuyos pasaportes estampó sellos falsificados con fechas anteriores a la necesidad del visado. Descubierto en 1940, el comandante fue expulsado del cuerpo e inhabilitado civilmente.
Mientras que en el resto del mundo, especialmente en Israel y Estados Unidos, se rendía homenaje al llamado Schindler suizo, Grueninger murió siendo un paria en su país. Tan sólo el 30 de noviembre de 1995 el tribunal del distrito de Saint-Gall anuló la sentencia de 1940 y le absolvió a título póstumo. En la vista declararon algunos de los judíos que salvó, entre ellos el septuagenario Harry Weinreb, hoy un publicitario de Ginebra, cuyo padre, que no huyó desde Austria a Suiza, murió en Dachau.
La complicidad con el III Reich no fue sólo pasiva. El cineasta Frédéric Gonseth ultima un documental titulado La montagne muette (La montaña muda) en el que denuncia que varias empresas suizas se beneficiaron del régimen de esclavitud de los nazis en sus campos de concentración. En concreto tres -Alusuisse: aluminio; Georg Fischer: obuses; Maggi: sopa- tenían fábricas abiertas en el campo alemán de Singen, donde explotaban en beneficio del esfuerzo de guerra nazi la mano de obra de los deportados judíos de Ucrania. El presidente del consejo de administración de Alusuisse era Max Huber, un jurista muy conservador que ocupaba también la presidencia del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).
Y es que también acaba de reabrirse la investigación sobre el oscuro papel desempeñado por algunos dirigentes suizos de la Cruz Roja. En septiembre de 1942, los dos más importantes, Max Huber y Carl Burckhardt, vetaron la iniciativa sostenida por la mayoría de sus colegas del CICR de lanzar un llamamiento internacional para denunciar las persecuciones de civiles por los nazis. "No es extraño si se piensa que Huber era un industrial comprometido hasta el cuello en la explotación de esclavos de guerra para la fabricación de material militar de alto valor estratégico para la Wehrmatcht", subraya el cineasta Gonseth.
El historiador Hans-Ulrich Jost añade información sobre el otro dirigente suizo del CICR. "Aunque le desagradaba la vulgaridad de los nazis", explica, "Carl Burckhardt era un germanófilo furibundo, que, como muchos políticos y banqueros suizos, soñaba con que Hitler y los Aliados hicieran la paz para que el III Reich pudiera consagrarse a la aniquilación de la Unión Soviética'".
Ruth Dreifuss, el primer miembro de la comunidad judía suiza en alcanzar la condición de consejero federal o ministro, reacciona así ante la catarata de acusaciones" Hubo comportamientos chocantes de complicidad activa o pasiva, pero no se puede colocar en el mismo sitio al cómplice y al asesino; lo peor, lo criminal, es lo que hicieron los nazis, enviar a tanta gente al verdugo; lo otro, lo ocurrido en Suiza es, si me permite la expresión, simplemente repugnante".
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