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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La llamada de Clinton

LA PERSONA menos deseada últimamente en la Casa Blanca es el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que con la apertura de un túnel bajo la zona árabe de Jerusalén provocó la semana pasada el peor baño de sangre en la región desde los acuerdos de paz firmados en Washington en 1993.Lo que menos puede apetecer a un presidente norteamericano es tener que ponerse duro con Israel a unas semanas de las elecciones para la primera magistratura del país. Y, sin embargo, la urgencia de la situación ha obligado a Clinton a convocar una conferencia en Washington, a la que ha invitado a Netanyahu, a Yasir Arafat, al rey Hussein de Jordania y al presidente egipcio, Hosni Mubarak. La Unión Europea queda marginada una vez más por deseo israelí y anuencia norteamericana. Arafat y Mubarak se habrían sentido más a gusto, como solicitaron, flanqueados del ministro de Exteriores francés, Hervé de Charette, o de un representante de Irlanda, presidente semestral de la UE, para completar el equipo negociador.La cumbre, que tuvo que posponerse 24 horas por un efímero gesto de rebeldía de Arafath a sufrído una seria devaluación debido a la ausencia de Mubarak, que ha preferido enviar a su ministro de Exteriores ante el temor de volver con las manos vacías. Entretanto, el líder palestino se entrevistó ayer en Luxemburgo con representantes de la troika comunitaria para salvar la cara -propia y ajena- mientras el presidente egipcio se mantenía en sus trece de no acudir a la llamada de Washington. Hussein y el líder israelí se hallan desde ayer en la capital norteamericana demostrando cuáles son sus fidelidades.

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No es exagerado afirmar que éstos. son los momentos más cruciales para la paz en Oriente Próximo desde los acuerdos de paz de Washington y que, por muy incómodo que resulte para Clinton presionar a Israel cuando necesita la mejor imagen electoral posible ante la minoría judía del país, es en situaciones como éstas cuando aparecen los estadistas. Porque de que Arafat regrese a Palestina con alguna concesión tangible de Israel, como podría ser la retirada parcial israelí de Hebrón, a lo que apuntaba ya ayer Netanyahu, depende que pueda contener la ira, la frustración y la desesperación de un pueblo que no sólo no ve avanzar la negociación de paz, sino que se siente legitimado a interpretar como provocaciones la mayor parte de los gestos de Netanyahu.

El líder israelí ha exigido desde su llegada al poder el pasado 18 de junio que la policía palestina garantice la seguridad en Cisjordania y Gaza como condición preliminar para cualquier reanudación significativa de las negociaciones. Los meses anteriores al estallido de la semana pasada, habían sido los más pacíficos en Palestina desde hacía tiempo. Sólo la infortunada decisión de abrir un túnel que los musulmanes consideran como una afrenta a sus lugares santos, ya que discurre por el subsuelo de la zona árabe, ha vuelto ahora a ensangrentar salvajemente el país con la siguiente secuencia: protesta callejera palestina con piedras y palos, en una reedición de la Intifada; durísima represión de las tropas israelíes, que utilizan armas de guerra, y contestación de la policía de Arafat con sus fusiles de asalto.

Clinton no puede contentar esta vez a todo el mundo. Tiene que utilizar toda su capacidad de presión para doblegar la intransigencia de Netanyahu, seguramente a cambio de compromisos de Arafat en materia de seguridad. Sin resultados urgentes y visibles el proceso de paz se convertirá en un ominoso proceso contra la paz.

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