¿Que es eso de la Casa del Tesoro?.
Puesta al dÍa sobre los Últimos avataresde la reforma de la plaza de Oriente
1 de noviembre de 1988. El articulo de EL PAÍS esta bruñido ya por el paso del tiempo. El titular: Ex pertos en arte temen que el aparca miento de la plaza de Oriente des troce restos valiosos. El viejo sueño del arquitecto Miguel de Oriol -enterrar el tráfico frente al Palacio Real y construir un aparca miento subterráneo en la plaza era sólo un plan que circulaba por el Ayuntamiento, gobernado en tonces por el socialista Juan Barranco. Esa crónica fue uno de sus primeros escollos. Luego llegarían, ya en la era del PP, las bendiciones municipales al proyecto, críticas políticas y urbanísticas, y, entre otros muchos avatares, un referéndum popular en la zona -con un 16% de participación-, convocado por IU un domingo de marzo de 1993, que rechazó la reforma.
En julio de 1994 las empresas Entrúcanales y Távora y Draga dos y Construcciones ganaron la adjudicación para convertirse en ejecutores de la reforma que rebajaba las pretensiones del magno sueño de Oriol (excluía un centro comercial): 3.386 millones -2.688 pagados por el Ayuntamiento para un túnel bajo la calle de Bailén. y un aparcamiento subterráneo para 470 coches y 25 autocares. Nada más y nada menos.
Pasó el verano y, en septiembre de 1994, llegó el primer pico. Con los obreros se presentaron los arqueólogos Esther Andreu, de 35 años, y Manuel Retuerce, de 45, contratados por la constructora.
Progresaban las obras, veda das con vallas bicolores a los ojos de los ciudadanos. Se encontró una atalaya árabe (protegida especialmente por ley por pertenecer a la muralla e integrada ahora en el aparcamiento)., Se sucedieron los meses, los arqueólogos se toparon con restos de la Casa del Tesoro -una construcción de los siglos XVI y XVII, vecina al alcázar de los Austrias y cobijo de servidores, invitados, viudas de la corte y pintores de cámara, como Diego Ve lázquez- y decidieron destruirlas."Único en el mundo" Hasta que llegó abril de 1996, cuando cuatro técnicos de Patrimonio de la Comunidad exponen a su jefe, José Miguel Rueda, que en las últimas zanjas se adivina un "conjunto palaciego único en el mundo". Se referían al complejo de la Casa del Tesoro. También criticaron el trabajo de los arqueó logos. En 48 horas, Rueda pidió más informes a estos últimos y ellos contestaron que todo se podía derribar. El responsable regio nal puso condiciones: la apertura de la excavación al público duran te una semana, el mantenimiento de una zona de reserva (destruida después) y el control de los es combros.
Y en esto llegó el primer día de julio de 1996, cuando dos informes se depositaron sobre la mesa del responsable regional de Patrimonio. Uno de ellos, con los nombres de Esther Andreu y Manuel Retuerce, los dos directores de las excavaciones, pero con sólo una firma, la de ella. Otro, rubricado en exclusiva por Retuerce. Se ha bía producido un divorcio profesional.
El primer informe, el de ella, dudaba sobre el valor de una cimentación islámica -podría per tenecer a la muralla árabe-, pero consideraba que dos fragmentos de fachadas de la Casa del Tesoro podían derribarse y trasladar sólo unos cuantos elementos. El segundo informe, el de Retuerce, consi deraba lo hallado de la Casa del Tesoro y su vecino Jardín de la Reina "un espacio único y evocador" de lo que fue el centro de la Corte en el Siglo de Oro. Ofrecía tres soluciones para la conservación de lo hallado allí mismo.Era su primer informe conservador.El 7 de agosto, el alcalde visitó las obras de la plaza. Las dos fá chadas aún se distinguían. Seis días después, y sin que ningún experto independiente, español o extranjero, hubiese dirimido las diferencias entre la pareja de arqueólogos, los restos eran ya historia. Sin acordarse los responsables de la Comunidad (PP) de sus tiempos en la oposición, allá por 1994: "Hay que integrar los restos arqueológicos eh las obras de la plaza?', dijo Juan Van Halen, entonces portavoz de Cultura de PP en la Asamblea. Tampoco importó la unánime valoración histórica de los vestigios hecha por siete expertos en una consulta urgente realizada por este periódico. Ni las tímidas protestas de la oposición. Las máquinas se tragaron los restos en un día. Horas después, siendo 15 de agosto, y antes de entrar en la misa de la Paloma, el alcalde, José María Álvarez del Manzano (PP) dijo: "He hecho un gran beneficio al patrimonio histórico y cultural".' La oposición llevó los papeles al Fiscal y el concejal de Obras, Enrique Villoria, enseñaba un montón de bloques de granito apilados en un depósito municipal: "Son restos sin importancia arqueológica", dijo. El consejero de Cultura de la Comunidad, Gustavo Villapalos, soltó una bomba desde su reposo convaleciente el 22 de agosto: "Paramos las obras 20 días. Propusimos al Ayuntamiento integrar los restos y contestaron que sería muy costoso, entre 600 y 700 millones. Rueda firmó la demolición, ya que los restos no tenían protección especial".
Setecientos millones. Un 15% del presupuesto de una obra ya encarecida: 4.500 millones, un 33% más de lo previsto inicialmente.
Después de que Villapalos hablase, todos los responsables políticos callaron. Mientras, el fiscal pedía dos informes a sendas universidades y llamaba a declarar a los interesados. Al llegar septiembre, comenzaron a recibirse tribunas en EL PAÍS defendiendo la decisión de la piqueta. Todas se publicaron. También las que defendían que los vestigios se conservaran allí donde la historia los dejó.
Pero mucho antes, hace ya ocho años, unos expertos hablaban de estas páginas de la memoria arqueológica de la plaza de Oriente, donde los siglos y el tiempo fueron imprimiendo su huella.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.