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Los ceros de la cultura

Pasa con el dinero público para la cultura como con Barajas: cualquiera que haya tenido que hacer cola para aterrizar sabe que en Madrid hay que construir otro aeropuerto, pero nadie se decide a firmar el cheque por temor a que no quepan los ceros. (Hay otras cosas que parecerían más inevitables, como la urgencia de sacar al Bernabéu de Madrid -el Bernabéu es como un transatlántico en el estanque del Retiro-, pero eso, en cambio, no está tan claro: todavía ha de nacer el alcalde que se atreva a contrariar al prolijo dios de los estadios, aunque sea obligándole a coger el autobús para ir a los partidos).Hay quien rebana sin problemas los ceros de la cultura y eso explica muchas cosas. Explica por ejemplo con qué naturalidad se le destina el mismo dinero que al chocolate del loro, los negros sin alojamiento y la ayuda a las misiones, y la pelea por el 0,7% ayuda a comprenderlo. Móntese ,un espeluznante cíclope de hierro en la Moncloa para vigilar el tráfico" háganse túneles tontos para embutir aún más el atasco en la ciudad, ensúciense los andenes con chirimbolos que ofenden cualquier sentido honrado del urbanismo, y pocos, muy pocos dirán nada. Pero gástense unos millones en propuestas de belleza e inteligencia y saltarán los ciudadanos con problemas de digestión para señalar que no están los tiempos para lujos; que el que quiera barniz, que se lo pague, y que por televisión el cine sale gratis.

Precisamente para eso está el dinero de la cultura: no tanto para resolver problemas de digestión de los miopes (y eso habría que verlo), como para distinguir el cine del cine en televisión" que mutilado por la publicidad y el formato, y falsificado por el doblaje, es al cine, según Godard, lo que una postal a un paisaje.

Por primera vez existen serios indicios de que alguien, en este caso la Autonomía de Ruiz Gallardón, ha decidido poner fin a la agonía del Círculo de Bellas Artes y entregar una subvención que merezca el nombre, y_no las menguantes cantidades que ofrecían el ayuntamiento y otros organismos, equivalentes a las de un coche oficial sin chófer. Nada que decir, y mucho menos que oponer por el contrario: aliviada ovación-, salvo una pequeña pregunta: ¿Por qué no se hizo antes? Durante años los socios del Círculo se acercaban a él con el vago temor de encontrárselo transformado en banco, como probablemente estuvo a punto de ocurrir, o en bar-restaurante, que es en lo que ha convertido a los centros culturales británicos una década de thatcherismo. La amenaza no se cumplió pero su posibilidad e incluso probabilidad prolongó durante años una agonía angustiosa, reflejada en la ansiedad de unos gestores que iban sacando actividades poco menos que con las propinas del café y cobrando en dinero de Monopoly.

Pero la noticia del apoyo al Círculo por la Autonomía -o tal vez habría que decir Ruiz Gallardón, visto que al parecer este político escucha música y lee otros libros aparte de los éxitos del verano- ha venido acompañada por la cancelación del proyecto Leguidú, un gran centro cultural para el sur de Madrid. Y se cancela, aparte de por las deducibles mezquindades de la rivalidad política, por su extraordinario coste de unos 4.000 millones de pesetas.¿Extraordinario? Antes de hablar, por qué no averiguamos a cuánto está en el mercado el kilómetro de autovía o de ave, la rueda de Mystère, la hora de escolta, el metro de moqueta oficial, el traje de diplomático inexplicable o el kilo de mármol hortera para vestíbulo de teniente de alcalde. O el año de retraso y peleas tontas en el teatro Real, cultura-escaparate que podría haber financiado cinco Leguidús. También en su día la universidad Carlos III -del sur de Madrid-, fue atacada por psocializante. Hoy nadie se acuerda. ¿Se acuerda alguien de lo que costó el museo Thyssen? Yo sí, y siempre l pienso cuando disfruto cualquiera de las obras maestras que me ayudan a vivir: una bagatela. Sigo creyendo que, en la Década del Pelotazo, por una vez lo dimos nosotros: los que hacemos cola ante exposiciones, cines y el feísimo pero excelente auditorio.

¿Y el Ateneo? ¿Por qué no hablamos del Ateneo?

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