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La cantera del Alcoyano

Sepúlveda / Ponce, Jesulín, Sánchez Toros de Sepúlveda, terciados, cómodos de cabeza, blandos y descastados Enrique Ponce: silencio y oreja. Jesulín de Ubrique: silencio; aviso, petición y división cuando saluda. José Ignacio Sánchez: silencio en los dos. Plaza de La Glorieta, 18 de septiembre. 7ª de feria. Tres cuartos de entrada.

El Alcoyano es un equipo de fútbol que tiene fama, probablemente fundada en dilatadas gestas e incontestables actitudes, de no conocer el desánimo, ni en los momentos más adversos. Tener "más moral que el Alcoyano", significa eso: mantenerse firme, no claudicar, ignorar el desaliento. O sea, la plaza de toros de Salamanca. Aquí, en contra de la ley Bosman, podrían encontrar los dirigentes alicantinos 300 o 400 muchachos, con capacidad suficiente para vestir con orgullo y dignidad la camisa blanquiazul, que es emblema del tesón. Ya veo que no está de moda prestar atención a los indígenas, pero no cabe duda de que resultarían mucho más asequibles a los presupuestos modestos, y que la garantía de su inquebrantable aguante está mucho más que contrastada, en lides más penosas que pelear 90 minutos por un gol, cual es reincidir tarde tras tarde, sin escarmiento que se sepa, en la ancha y profunda promesa de una nueva desílusión.

Entre que los toros salieron sin gracia, entre que hacía viento, entre que Ponce, a base de muletazos sueltos, logró una oreja de las de "a 100"; entre que Jesulín se lió a pegar pases y es incalculable el número de los ejecutados, entre que José Ignacio se muestra sin ideas, frío como un témpano.... el caso es que salimos a las tantas, muertos de frío y pensando que sólo nos quedan dos y que después puede que llegue la felicidad.

La feria está para hacer triduos, peregrinaciones descalzos y exorcismos, porque la cosa parece estar gafada, con una de esas gafancias que no hay cristiano que las aguante. En el sexto ya se calentó un poquito la gente, porque el toro salió del peto escobillado, sangrando por un cuerno y lisiado. El presidente se empeñó en que se quedara en el ruedo y entre los pitos y el broncazo, oyó de todo sin inmutarse. Pero no pasó de ahí. La plaza es santa.

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