Cuestión de Estado y algo más
Sorprende que un jurado de arquitectos y políticos declare desierto el Concurso de Ampliación y Remodelación del Prado. Sorprende que no nos sorprendamos todos de que un concurso internacional de ideas para un museo de la envergadura y complejidad del Prado haya sido convocado y puesto en marcha sin una más apurada y contrastada redacción de sus bases, y sin un planteamiento claro y diáfano de un programa museológico previo y concreto que iluminara las propuestas de ideas museográficas, arquitectónicas, funcionales y urbanísticas adecuadas. Se habla de fracaso y puede que estén en lo cierto quienes así lo piensan, pero ¿no habría sido peor premiar un proyecto en estas condiciones? La necesaria ampliación y remodelación del Prado exige previamente un programa museológico serio y riguroso, que haga de su reordenación conceptual y la de sus colecciones y servicios un argumento irrefutable a la hora de plantear su proyecto arquitectónico, funcional y museográfico, urbanístico incluso. Abandonarse al azar de una idea genial que pueda aparecer en un concurso internacional y que solucione de un plumazo todos los problemas ya casi endémicos no deja de ser un espejismo, pero puede resultar además un riesgo y hasta una temeridad.El Prado no es, no puede ser, materia entregada al albur de los acontecimientos ni susceptible de la improvisación o de las prisas políticas que han sufrido en los últimos tiempos y con evidentes consecuencias negativas muchos de los nuevos proyectos realizados en nuestro país. El Prado es la joya de la corona y, como tal, una cuestión y problema de Estado, cuya solución emprendió un primer camino saludable con el acuerdo parlamentario a que se llegó en la legislatura anterior, pero que a la postre se ha visto frustrado por un inadecuado planteamiento. Una cuestión de Estado, sí, pero también algo más desde la perspectiva museológica y profesional, historiográfica, técnica y sociocultural, sobre la que se abre una nueva situación preocupante con la decisión del jurado.
Lo que ha predominado antes y después de la resolución del certamen de ideas ha sido la realidad del proyecto arquitectónico en sí mismo. Encomiado o rechazado, éste ha aparecido en los debates revestido siempre del halo hegemónico o monopolizador con que suelen utilizar muchos la arquitectura frente a los demás ingredientes.
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