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Stéphane Lissner: "La única esperanza para la ópera está en ganar al público joven"

Formar una gran orquesta es el primer problema del Real, según su director artístico

"El gran problema de la ópera es que su público ha envejecido y no se renueva. Es más, ha descendido. Si no logramos interesar a los jóvenes, la ópera terminará muriendo". Bajo esta filosofía acomete su gestión como director artístico del Teatro Real de Madrid Stéphane Lissner, el único que se ha salvado de la hoguera tras los cambios del Partido Popular en su política lírica. Parisiense de 43 años, Lissner dice que el principal problema con que se enfrenta el Real es la for mación de una orquesta de primer nivel. No cuenta con Antoni Ros Marbá más que para dirigir Divinas palabras en la primera temporada, y entre sus planes inmediatos no está el formar una compañía estable de ballet ni tener un coro permanente.

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Seis puntos conflictivos

Con su gestión al frente del teatro Châtelet de la capital francesa desde 1988, Lissner realizó un pulso intelectual a la ópera de la Bastilla: Chirac (entonces alcalde) frente a Mitterrand (entonces presidente) con la ópera como carta de privilegio. En la apuesta, Lissner no defraudó. Tal vez por ello la actual ministra de Educación y Cultura, Esperanza Aguirre, le ha mantenido en el cargo después de haber destituido a Elena Salgado, artífice de su fichaje.El pasado jueves, el renovado Patronato del Teatro Real dio vía libre a su programación para las cuatro primeras temporadas. La cuenta atrás -está prevista su inauguración en octubre de 1997- ha comenzado. "Los tres problemas fundamentales con que se enfrenta un nuevo teatro de ópera son encontrar el proyecto artístico que lo sitúe en el contexto cultural de la ciudad; fijar el funcionamiento tanto técnico como administrativo, y elegir la modalidad de la programación-, bien inclinándose por dar funciones todos los días, como la Opera de Viena, o bien haciendo temporadas, a la manera de La Scala de Milán, con una serie de títulos limitados pero trabajados al máximo. El Real puede ser un teatro de repertorio dentro de cinco o seis años, pero de momento la opción más recomendable es que funcione como teatro de estación. No hay otra posibilidad para solucionar los problemas de coordinación, técnicos, artísticos y de toda índole que cualquier maquinaria nueva lleva consigo", dijo ayer Lissner en su casa de Madrid, aún a medio amueblar.

Le preocupa al director francés la dimensión de la plantilla y su repercusión en la distribución de los costes: "Lo que pretendemos es que el presupuesto se divida a partes iguales entre lo artístico y lo administrativo, evitando el modelo de teatros cuyos costes fijos de funcionariado superan el 70% o 75%". Pero más aún le inquieta encontrar un nuevo público: "El gran problema de la ópera en este momento es que su público ha envejecido y no se renueva. Le diré más: ha descendido. El gran desafío con que nos encontramos aquí, o en Londres o Múnich, es el de atraer a gente que oscile entre los 25 y los 40 años. No hay otra salida. Para ello es imprescindible presentar un repertorio que tenga algo que decir a la mentalidad de hoy, y eso no solamente por los valores de la música, sino también por los libretos. La ópera no puede convertirse en una pieza de museo, debe mantenerse viva".

En el avance de programación de Lissner para el Teatro Real alternan los títulos convencionales con las grandes obras del siglo XX, Verdi y Wagner con Janacek y Strauss. Lissner cree en la necesidad de hacer funciones especiales para colegiales -La zorrita astuta, Porgy y Bess y El elixir de amor, en la primera temporada-, y también piensa en programar, a las doce de la noche, a precios populares (1.500 pesetas), varias óperas en un acto de una hora de duración, de Rossini o Schönberg, para facilitar un encuentro con los jóvenes. "Si no logramos interesar a la juventud, la ópera acabará muriéndose".

Inauguración polémica

La inauguración del Teatro Real se presenta polémica: La vida breve, de Falla, con Frübeck de Burgos y la Orquesta Nacional de España, una asociación viejo estilo con mucha carga simbólica a sus espaldas, y Parsifal, de Wagner, un título difícil para dar respuesta al intento de buscar nuevos públicos que Lissner pretende: "Le contaré una anécdota personal. En 1988 invité a William Forsythe a venir al Châtelet como coreógrafo en residencia; proponiéndole que su primer ballet fuese espectacular y no demasiado difícil. ¿Sabe lo que me contestó? 'Hay que comenzar con lo más ambicioso'. Es una historia que me ha hecho reflexionar. Estoy de acuerdo en que Parsifal no es fácil, pero no siempre la ópera es fácil, y en Parsifal, como en gran parte de las óperas de Wagner, está el embrión de la ópera del siglo XX. Tampoco La Traviata es fácil. No es una ópera de fiesta, a no ser que la monte Zeffirelli, y, claro, así, al menos a mí no me interesa".Lissner ha hablado de títulos y mucho menos de intérpretes. ¿Se puede hacer una ópera de diseño, buscando las obras y luego quien las saca adelante? "En absoluto. Si yo he propuesto Turandot es porque tengo a Jane Eaglen; o Parsifal, porque cuento con Maazel y Domingo; o, en años consecutivos, Tristán e Isolda, porque he comprometido a Grüber y Eduardo Arroyo; o Don Juan, dado que la puesta en escena es de Peter Brook. Con Atlántida he estado trabajando durante algún tiempo, no he encontrado una solución satisfactoria y lo he dejado. No se puede hacer la programación dependiendo exclusivamente de los títulos. Hay que contar con los artistas".

Está buceando Lissner en partituras nuevas para programar un espectáculo de música española del Renacimiento. Piensa abrir el siglo XXI en el Real con Don Quijote, de Cristóbal Halffter. Va a montar un estudio de ópera de jóvenes cantantes españoles bajo la dirección de Teresa Berganza. En el primer año de funcionamiento del teatro piensa invitar a Caballé, Carreras, Aragall, Kraus, Victoria de los Ángeles o Berganza para que ofrezcan recitales. También hará audiciones para jóvenes a partir del próximo mes. Pero lo que más parece inquietarle son las nuevas óperas. "No podemos caer en el despropósito de La Bastilla de París, que en nueve años de funcionamiento no ha puesto ni una sola ópera francesa nueva. Eso es un escándalo. El Real debe estar abierto a la creación española actual".

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