El Banco Ambrosiano desvela su maravillosa colección de iconos
'La imagen del espíritu' expone en Venecia más de cien piezas de distintas escuelas
Más de cien iconos rusos, datados desde la segunda mitad del siglo XIII hasta principios del actual, se exponen hasta el 1 de diciembre en la Fundación Cini de la isla de San Giorgio, en Venecia, recogidos bajo el nombre La imagen del espíritu. Iconos de las tierras rusas. Las obras proceden de los fondos artísticos del Banco Ambrosiano Veneto, que celebra con esta muestra su centenario, y son parte del total de más de cuatrocientas que forman su colección.
A juicio de los expertos, se trata de una de las más importantes, si no la principal, de Occidente en su especialidad, no sólo por su número, sino también por la presencia de algunas obras de gran valor y rareza.La colección expuesta muestra iconos de las varias escuelas Moscú, Novgorod, Pskov y del Norte- desarrolladas en Rusia a través de los siglos. A partir del próximo año será exhibida definitivamente en el palacio Leoni Montanari, de Vicenza, sede social del banco, y que acoge ya notables fondos artísticos de arte veneto.
El arte ruso, que nace de una rama de la pintura bizantina, tiene en el icono su expresión más típica, que ha logrado salvarse a través de los siglos, especialmente de, la destrucción iconoclástica, por el alto valor religioso que la imagen pictórica tiene en el mundo ortodoxo, ya que el icono no es sino una pintura sobre tabla, de motivo sacro, que desarrolla el papel de un sermón mudo.
En la antigua tradición cristiana de Oriente se consideraba que los primeros iconos eran reliquias "no pintadas por la mano humana", imágenes formadas milagrosamente al acercar un paño de lino al rostro de Cristo o hechas por san Lucas, el evangelista pintor. Este carácter sacro, y la consideración de que el paraíso no tiene realidad física, carece de las coordinadas de tiempo o espacio, da al icono un cierto carácter de arte intencionadamente hierático, en el que las figuras representadas, a tenor de las creencias del cristianismo oriental, no deben expresar sensaciones, y que ya transmiten su propia simbología en los colores: oro (símbolo de la luz), azul, rojo y verde.
Obras anónimas
Los iconos no son obras firmadas -excepto algunos pocos nombres rescatados para la posteridad, como el de Andrei Rublev y Dionij, que se firman en el siglo XV-, porque no se trata de una pintura hecha por un individuo, sino que el autor debe diluirse, desaparecer en el coro.Como explica Carlo Pirovano, historiador del arte y director científico de la casa editorial Electa, responsable del catálogo de la muestra, "el concepto del nombre, de firmar una obra, es occidental, y surge sólo a partir del humanismo. Los iconos son, pues, en general, producto del trabajo de un monje, de un grupo de ellos o de personas que lo elaboran colectivamente".
De la importancia que en la iglesia oriental tiene esta representación de lo sagrado da idea el perfil que el Concilio de los Cien Capítulos de Moscú, de 1955, trazaba de quien fuera a ser autor de estas tablas: "el pintor de iconos debe estar lleno de humildad, de dulzura, de piedad, huir de los propósitos fútiles, de las tonterías. Su carácter será pacífico, ignorará la envidia. No deberá ser borracho, no será depredador, no robará y, sobre todo, deberá observar con escrupuloso cuidado la pobreza espiritual y corporal".
La exposición está dividida en varias partes, la primera de las cuales hace referencia a los orígenes de la Rusia cristiana. En ella se intenta explicar la complejidad que dio origen al cristianismo, religión cuya adopción se convierte en fundamental para un pueblo en lucha con sus vecinos tártaros y teutones. Y si las tablas de los siglos XIII al XVI expresan el balbuceo de una Conciencia colectiva, los iconos del XVII al XIX tienen ya el marchamo de la expresión litúrgica que revela la organización y articulación del culto según los cánones de la iglesia ortodoxa y la respuesta popular y sobre todo monástica. A esta parte corresponden los ciclos de las estaciones en su relación con los acontecimientos religiosos, como la encarnación de Cristo, con tablas que muestran desde la Anunciación de la Virgen hasta la Epifanía.
La parte que representa a la madre de Dios, imagen recurrente en la iconografía bizantina y oriental, se muestra con varias de las advocaciones que la Virgen ha tenido en los distintos territorios rusos, aunque siempre respetando los cánones figurativos que Bizancio atribuyó a la madre de Dios.
Junto a las figuraciones de la Virgen, están los santos y mártires de la iglesia primitiva, incorporados por la tradición culta y popular bizantina, como san Jorge, san Nicolás, san Macarioo santa Catalina, a los que luego se unieron héroes ascetas de las tierras rusas como Sergio, Floro, Lauro, Boris o Gleb, santos locales sin correspondencia, obviamente, en Occidente.
La exposición termina con varias muestras del arte de revestimiento de los iconos, trabajos en filigrana, oro, plata, perlas o piedras preciosas que cubren las imágenes y dejan ver sólo algunas partes de ellas, como cabezas y manos.
A juicio de Galina S. Klokova, miembro del comité científico de la exposición y directora de un laboratorio estatal ruso de restauración de iconos, la curiosidad de estos revestimientos "es que siguen sus propios cánones, son una manufactura artesanal en la que el artista pone más de sí mismo y representa elementos y motivos ligados a la vida cotidiana, que luego reproduce, por ejemplo, en las vajillas domésticas".
La joya de la corona
Los fondos artísticos del Banco Ambrosiano Veneto, o Ambro-veneto, comprenden una considerable co lección de obras del siglo XIX lombardo, que se encuentra en la sede de Milán, y un no menos importante conjunto de piezas de arte véneto y de Pietro Longhi y el siglo XVIII, que recogen la historia de Venecia. Pero el conjunto de alrededor de 400 iconos rusos que tiene el banco; de los que en la Fundación Cini de Venecia se exhibe algo más de un centenar, es, sin duda, la joya de la corona, el grupo de obras más preciado de la entidad.Los iconos rusos uando las autoridades de éste se enteraron de la existencia de una enorme colección en el Veneto en manos de un buscador de arte, Davide Orler, que había logrado en veinte años recoger piezas de extraordinario valor, belleza e interés y que, siendo un anticuario y no un marchante, y no habiendo vendido nada de lo acumulado, se encontraba en notorias dificultades económicas. Esta circunstancia llegó a oídos de la dirección del Ambro-veneto, que intervino, salvando a Orler de una situación financiera precaria y logrando seleccionar, a través de las expertas rusas en iconografía que forman parte del comité científico de, esta exposición, 450 obras del millar largo con que contaba Orler. Fue el punto de partida, porque luego el propio comité científico estableció cuáles eran las carencias de la colección comprada, tanto en temática como en época, y el propio banco decidió acudir a las subastas internacionales, llegando a lograr lo que hoy considera tesoros inestimables. La exhibición de la isla de San Giorgio veneciana es la selección de las casi 110 obras que han logrado catalogar y someter a una cuidada restauración en poco más de un año.
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