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Que les dejen tranquilos

Félix de Azúa

En este mes de agosto ha tenido lugar un proceso significativo, precisamente cuando los más aventajados cerebros del periodismo se encontraban en situación de descanso. Así y todo, produjo mucho comentario, pero quizás pueda no ser inútil recordarlo en la distancia. El proceso tenía un sujeto (Alejo Vidal-Quadras, jefe de la desconcertante sección catalana del Partido Popular), un objeto (la posibilidad, o no, de plantear una disidencia ideológica), y una sentencia: no.El contenido de la disputa es irrelevante, pero debemos resumirlo: V-Q dijo que el nacionalismo vasco y catalán era un tumor en la democracia española (¿por qué no dos?), a la cual suponía libre de otras enfermedades mortales. Los nacionalistas Catalanes respondieron que V-Q era un forúnculo en el Parlamento catalán. Así se manifestó el vicepresidente tercero de Convergencia, y por lo tanto debe tomarse muy en serio: el nacionalismo catalán tiene un forúnculo que se llama V-Q. Los forúnculos, como los tumores, es menester extirparlos, pero a diferencia del tumor, cuya malignidad suele ser letal para el paciente debido a su pertinacia, el forúnculo, una vez extirpado, desaparece por completo y deja una clara sensación de alivio.

Sin embargo, la extirpación que proponía el vicepresidente tercero no parece que esté directamente relacionada con la existencia del inquietante parlamentario V-Q, sino con la innecesaria presencia de la política en el Parlamento de Cataluña. Lo que el nacionalista catalán deseaba extirpar por el bien de Cataluña era la pura presencia de la política en un medio que ya no la necesita para nada .

En verdad, ¿para qué queremos políticos? ¿Son realmente necesarios en el Parlamento catalán? ¿No son acaso una presencia desazonante y prescindible? ¿No desentonan poderosamente con el resto de los parlamentarios?

El partido de los socialistas catalanes ha dado muestras repetidas de que comprende la posición del vicepresidente tercero, ya hace muchos años que mantiene la paz y el sosiego en el Parlamento catalán, con lo que demuestra que sus miembros están preparados para gobernar Cataluña algún siglo. Tenemos una economía estupenda y una población deliciosa, ¿qué razón habría para inquietar al espeso mundo de los negocios y las fiestas populares catalanas con disputas políticas? Una sociedad feliz es una sociedad que sólo precisa gerentes y capataces, y que sabe obedecer.

En el pacífico mundo del parlamentarismo catalán, V-Q representa el pasado, lo superado: la lucha de ideas, el enfrentamiento radical, la falta de respeto hacia el establecimiento, el sarcasmo del habituado a la farsa institucional, la impaciencia de quien trata mucho patriota con cuentas en Suiza, el impugnador de la totalidad. En fin, da muestras de un conjunto estilístico que antaño definía al columnista de izquierdas, esa pieza de museo del periodismo, y que son por completo inconvenientes en un diputado catalán.

Lo que ha sucedido con V-Q es de aplicación general y su acabamiento (extirpación, apoteosis, labor fraccionaría, guerrilla urbana) del todo indiferente. Lo mismo habría sucedido con un comunista preocupado por el enorme Poder que está tomando el mundo financiero en el Parlamento catalán. O con un ecologista desesperado ante lo que va quedando de Cataluña gracias a la emprendedora política de medio ambiente de Convergència. O incluso con un nacionalista radical, horrorizado por el pacto de negocios de la oligarquía catalana y la mesetaria. Cualquier argumento o locura, cualquier razonamiento o insensatez, por el mero hecho de introducir la disputa política o ideológica en el Parlamento de Cataluña, habría sido un forúnculo de vicepresidente tercero.

Porque la modernización de Cataluña (y es tan sólo el anuncio de lo que sucederá en el resto de España, conducida por el PP con mano de santo) ha traído consigo la eliminación de lo político para facilitar la pacífica gerencia de recursos y distribución de beneficios según las necesidades y el poder de los a veces enfrentados consorcios, oligopolios y corporaciones.

La modernización (que no la modernidad) consiste precisamente en esto: la eliminación de parásitos (votaIntes, sindicatos, asociaciones, ideólogos) interpuestos entre el programa productivo y el programa distributivo, también llamado "político". El debate de ideas no. es ya un, método adecuado para la disposición de futuro, sino un forúnculo, una desazón que suele incidir en las partes menos públicas del cuerpo administrativo modernizado, e incluso posmodernizado.

Que un socio (la pluma se me ha detenido ella sola, ¿un socio de qué?, porque no hay un solo nacionalista catalán en el Gobierno de España; pero da lo mismo, no voy a ponerme ahora político yo también), que un socio de Convergència tenga la audacia de traer a discusión si en Cataluña hay permiso para ser antinacionalista, agita un problema que puede mover las aguas de la charca y aflorar mucho fango. Es un problema peligroso, uno: por su elemental vaciedad (todos sabemos que el nacionalismo es incompatible con cualquier ideología, incluida la nacionalista de los otros); dos: porque puede poner de manifiesto una cierta disimetría catalana (lugar en donde estaría prohibido ser antinacionalista, pero no nazi); y tres: porque, como pronto le explicaron sus apoderados madrileños a V-Q, el pacto de Convergència con el PP es de negocios (y exige silencio) y no de política (la cual exige discusión pública).

La política es una actividad que sólo debe practicarse en algunos enclaves del Tercer Mundo, como Cuba, en donde la ausencia de una economía saneada ha de compensarse mediante la simulación de que los ciudadanos son seres humanos e ideológicos, capaces de cambiar su sociedad. Los benignos parlamentarios catalanes muchos de los cuales son populares comentaristas de fútbol, simpáticos gastrónomos o incluso veraneantes perpetuos a los que nadie puede reprochar haber tenido (o por lo menos haber expuesto)

na sola idea política en las últimas décadas, así lo han comprendido y todos los súbditos se lo agradecemos muchísimo. ¡Que paz, qué silencio, señores! Y ya llevarnos así veinte años.

Félix de Azúa es escritor.

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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