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La convivencia en Cataluña

Si las declaraciones de Aleix Vidal-Quadras contra los nacionalismos en general, y contra el nacionalismo de CiU y el PNV en particular, han armado tanto ruido no es porque "disparen contra la convivencia en Cataluña", como ha dicho Jordi Pujol, sino porque tanto CiU como el PP en Cataluña están hechos un lío. Si estas declaraciones se hubiesen producido antes de las elecciones del 3 de marzo, a todos los dirigentes y militantes del PP les habrían parecido de perlas, y a los de CiU, también. Al PP, porque esto es lo que pensaba la inmensa mayoría de sus militantes y votantes. A CiU, porque era una manera clara y contundente de identificar a su adversario en las urnas como enemigo del pueblo de Cataluña. Éstos fueron los ejes de sus respectivas campañas electorales. Lo malo para ellos es que Vidal-Quadras las ha hecho ahora, después de que los dirigentes de ambas formaciones hubiesen echado miles de cubos de agua fría sobre las brasas acumuladas en la campaña electoral y se pusiesen de acuerdo para formar una confusa mayoría parlamentaria.Éste es el origen del lío. Todo el mundo sabe que una gran parte de los militantes y de los votantes de CiU no comprendieron aquel acuerdo después de tanta pelea por los principios. Y que lo mismo les ocurrió a los militantes y a los votantes del PP. Pero esto no es lo peor. En definitiva, el tiempo cauteriza muchas heridas y hasta los más radicales pueden acabar aceptando cosas que parecían inaceptables. Lo peor es que Convergència i Unió se ha quedado sin mensaje, sin programa y sin proyecto a medio y a largo plazo. Hoy nadie sabe en sus filas en qué consiste su nacionalismo ni cómo se puede articular lo que se vende como tal con la colaboración con un partido como el PP. Y lo mismo, aunque en sentido contrario, le ocurre al propio PP: entre sus militantes y votantes nadie entiende cómo se compadecen el nacionalismo español pregonado por sus dirigentes con la colaboración con unos nacionalistas catalanes que jamás reconocen la nación española y hablan de Quebec como la tierra prometida.

Esta crisis de identidad ha producido ya los primeros estragos. De todos es conocida, por ejemplo, la creciente tensión entre Convèrgencia Democràtica de Catalunya, por un lado, y Unió Democràtica de Catalunya, por otro. No se trata sólo de una tensión dialéctica entre dirigentes, de una polémica más o menos soterrada, entre los líderes, sino de algo más profundo, a saber: la creciente confrontación entre las bases, entre las agrupaciones locales y comarcales de ambas formaciones. Es una confrontación en la que se mezclan muchas cosas, que es pugna por el poder local o comarcal y también pugna ideológica, y que en las alturas de las respectivas direcciones tiene mucho que ver con la posible sucesión de Jordi Pujol en el liderazgo de la coalición. Por otro lado, la crisis de identidad y de perspectiva coincide con una renovación generacional de sus cuadros dirigentes que, de momento, es controlada por el protagonismo del propio Jordi Pujol, pero que obliga a éste a intervenir en todos los frentes mientras se forma una nueva generación de dirigentes más tecnócratas que políticos y, por lo mismo, más proclives al sectarismo y a la instrumentalización de los grandes conceptos, como el de nación o el derecho de autodeterminación.

Por su parte, el PP tiene que rehacerlo todo en Cataluña: el proyecto político, la estructura organizativa, el lenguaje y el personal. De momento se está deshaciendo de los anteriores dirigentes por el procedimiento de situar a la mayoría de ellos en puestos administrativos de escaso o nulo relieve político. Pero sabe que tiene que ir más allá si no quiere arriesgarse a ceder todo el terreno del centro derecha a CiU y a convertirse en una minoría sin programa, sin objetivos claros y sin dirigentes de prestigio, cuya única tarea sea apoyar a CiU en el Parlamento de Cataluña.

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Se comprende, pues, que en ese contexto de equilibrio inestable entre dos fuerzas políticas en difícil tránsito hacia un futuro poco claro, unas declaraciones como las de Vidal-Quadras provoquen un embrollo. Los dirigentes de CiU no pueden aceptarlas en silencio so pena de aumentar la confusión y el resentimiento entre sus bases; los dirigentes del PP, que comulgan en el fondo con lo que dice Vidal-Quadras, no pueden pasar en silencio el gesto exasperado de éste, porque les genera contradicciones con sus aliados parlamentarios. Con toda seguridad, descabalgarán a Vidal-Quadras de su puesto de presidente del PP en Cataluña, pero, una vez dado este paso para recomponer su colaboración con CiU, el problema se les volverá a plantear: ¿qué proyecto, qué dirigentes, qué política en Cataluña para no desaparecer del mapa?

Éste es un aspecto del problema. Pero hay otro, que concierne a más gente, a todos los ciudadanos y a todas las ciudadanas de Cataluña. Cuando Jordi Pujol afirma que este conflicto entre CiU y el PP es un "disparo contra la convivencia en Cataluña" y critica a Pasqual Maragall por haber defendido el derecho de todos los catalanes a opinar libremente sobre este asunto, está, otra vez, asumiendo un papel que no le corresponde y atribuyéndose una representatividad que no tiene. Como demostraron las elecciones del 3 de marzo, en Cataluña, CiU y el PP son dos minorías muy respetables, pero dos minorías al fin y al cabo. Por consiguiente, ni ellas ni nadie pueden hablar en nombre de Cataluña como un todo, nadie puede asumir la representación global de Cataluña, aunque se ostente la máxima representación política, nadie puede convertir un conflicto partidista en una afrenta a toda Cataluña, nadie puede pontificar sobre la Cataluña auténtica y la espuria.

Pujol tiene todo el derecho a polemizar con Vidal-Quadras, y viceversa. Pujol puede creer que Vidal-Quadras dispara contra la convivencia en Cataluña, pero lo mismo pueden creer otros cuando el propio Pujol opina sobre esto o lo otro. Todo es legítimo mientras se reduzca a sus auténticas dimensiones, a saber: que éste es un problema entre ellos, no un problema de todos los catalanes. Que no nos metan, pues, en sus líos: yo no estoy de acuerdo ni con Pujol ni con Vidal-Quadras, pero creo que los dos son catalanes, como lo son todos los que viven y trabajan en Cataluña, que los dos tienen derecho a decir lo que quieran y también que ninguno tiene derecho a implicar a los demás en su querella. Tomo nota, eso sí, de lo que dicen y saco unas determinadas conclusiones, la principal de las cuales es que ésta es una querella que no lleva a ningún sitio, o sea, una vía agotada y caduca y que el futuro tiene que pasar por otros caminos si queremos construir una sociedad más segura de sí misma y menos manipulada por intereses parciales.

Jordi Solé Tura es diputado por el PSC-PSOE.

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