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FERIA DE BILBAO

Un Ponce arrebatado

Enrique Ponce cortó una oreja del quinto toro, gran proeza. Y, para cortarla, se arrebató.Un torero arrebatado no es criticable de ningún modo. Un torero que se arrebata para cortar una oreja, obra según mandan los cánones y merece premio. Peor sería que para ganar la oreja anduviera buscándose recomendaciones, extorsionando por ahí entre el halago y la amenaza, la difamación y el soborno. Hay quienes se comportan así en la vida, no se crea. Cuando uno de esos maniobreros aparece en lontananza, mejor tomar precauciones, no darles la espalda nunca jamás, pues poseen las perversas habilidades del dante y si uno se distrae, por ejemplo, mirando para Plencia, a lo mejor van y hacen diana.

Flores / Rincón, Ponce, Sánchez

Toros de Samuel Flores (uno devuelto por inválido), con trapío y cornalones, flojos, dos primeros dificultosos, resto boyantes. 4º, sobrero de Oliveira, sin trapío, sospechoso de pitones, inválido y aborregado.César Rincón: media estocada tendida (silencio); estocada ladeada y rueda insistente de peones (petición minoritaria, ovación y saludos). Enrique Ponce: estocada y rueda insistente de pitones (palmas y pitos); pinchazo y bajonazo (oreja). José Ignacio Sánchez: estocada baja y rueda de peones (petición minoritaria y vuelta); estocada trasera baja y rueda de peones (aplausos). Plaza de Vista Alegre, 22 de agosto. 6ª corrida de feria. Cerca del lleno.

El arrebato de Enrique Ponce nada tenía que ver con estas taimadas estrategias. El arrebato de Enrique Ponce fue absolutamente legal. ¿Quería una oreja? Se la ganó a pulso tirándose de rodillas delante del toro. Y no se crea que el toro era una mona. El toro lucía un trapío irreprochable, arbolada cornamenta, los pitones puestos en su sitio y, de ahí para abajo, cuanto cabe exigir en un toro de lidia.

Las intenciones, en cambio no las tenía malas. El toro era lo que en términos coloquiales taurinos llaman chochón. Toro sin peligro, no bravo de los que humillan sino manejable de los que toman el engaño sin molestar, Enrique Ponce lo toreó por derechazos y por naturales con la facilidad habitual que le da el oficio bien aprendido.

La faena, larguísima según es norma de este torero, transcurría grata para el público bilbaíno pero no arrebatadora. Y entonces fue cuando Enrique Ponce fue y se arrebató. Arrodillándose de súbito, arrojó los trastos, se abrió la chaquetilla y retó de tal guisa al toro, que le miraba sumido en la perplejidad. No quedó ahí el alarde. Tras sacar el toro a los medios, volvió a traerlo al tercio pegándole molinetes de rodillas, luego pases por alto y acabó adornándose rodilla en tierra asido al asta.

Ahora el arrebatado era el público. La conmoción que habían producido aquellas formas temerarias alcanzó límites de delirio y puede darse por cierto que Enrique Ponce hubiese obtenido no ya la oreja perseguida sino dos y hasta el rabo, si en vez de pinchar y luego meter el bajonazo hubiese cobrado de primeras una estocada por el hoyo de las agujas.

El propio público lamentó darle sólo una oreja, pues son las orejas lo que de verdad le priva. El público bilbaíno, si no hay orejas, siente una gran frustración. Antes había pedido a grandes gritos dos, con resultado fallido. Una de ellas, para José Ignacio Sánchez; otra, para César Rincón. Con la de José Ignacio Sánchez, que no supo sacar partido del excelente sexto, pretendía premiar su decorosa faena al noble tercero, suave y relajada en los derechazos, destemplada en los izquierdazos. Con la de César Rincón, una faena inhábil en los izquierdazos, abundosa en derechazos largos a un sobrero mocho, inválido y aborregado.

El sobrero sustituyó sospechosamente al Samuel más cuajado, cornalón y astifino de la corrida. Ciertamente inválido, no lo estaba tanto como otros que el presidente no ha devuelto al corral en esta feria. César Rincón debió sentir alivio cuando le quitaron de en medio al Samuel; no fuera a ser como el primero, cuya mansa bronquedad le hizo perder los papeles. Otro tanto le sucedió a Enrique Ponce con el segundo, de similar catadura. El toro difícil ponía al descubierto la falta de recursos lidiadores de ambas Figuras, y al verlos allí tan afligidos se comprendían sus preferencias por el toro fácil, que les permite el toreo guay, tener arrebatos e inspirar cantares de gesta.

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