Revuelta en Jordania
NO SÓLO el frente de la paz israelo-palestina se deteriora a ojos vistas, sino que importantes apoyos de ese proceso empiezan a sufrir los efectos de unas expectativas no realizadas, de una paz que no viene con un pan debajo del brazo. La revuelta popular en Jordania, que ha provocado la declaración del estado de excepción en la ciudad de Karak, no puede contemplarse únicamente como una protesta por el encarecimiento de la vida, sino mucho más, como el primer gran estallido de descontento por el bloqueo en Oriente Próximo. Los jordanos constatan que la firma de documentos cargados de las mejores intenciones no alivia la miseria; se desencantan ante las insuficiencias de una paz reducida a la ausencia de guerra.De un lado, el Gobierno de Benjamín Netanyahu paraliza en todo menos en las declaraciones oficiales las negociaciones con la Autoridad Nacional Palestina y con Siria. El líder israelí no se ha dignado entrevistarse con el rais palestino Arafat y autoriza que se redoble la colonización judía en Cisjordania; y aunque proclama su deseo de llevar adelante la negociación con Damasco, repite que no habrá retirada del Golán sirio. Por otra parte, la paz que el rey Hussein de Jordania firmó con Israel en 1994, y que presentó a su pueblo como la entrada en el paraíso de la prosperidad, no sólo no ha dado dividendos materiales, sino que Jordania experimenta un declive económico que paga con hambre la población tribal y beduina, y, en general, ese tercio de jordanos que se halla, oficialmente, por debajo del umbral de la pobreza.
Ammán, había aspirado a sustituir a Beirut como centro financiero de la zona tras el decaimiento de la capital libanesa por la sucesión de enfrentamientos civiles. Pero si la capital jordana había sacado un partido inicial de la situación, la capacidad de Beirut de resurgir dé su propia desgracia y la dificil posición de una Jordania que apoyó a Irak en la crisis del Golfo, en 1991, distanciaron al reino hachemí de su entorno económico natural: la monarquía saudí y el mundo occidental.
Al rey Hussein le ha costado lo indecible restablecer, y sólo en parte, los lazos con las monarquías del Golfo y, algo menos, recuperar el favor de Estados Unidos. Una parte del precio de esa reconciliación fue la ruptura pública con Bagdad y la firma del tratado de paz con Israel. Otra cosa es, sin embargo, que a la vuelta de dos años el desarrollo de los acontecimientos siga muy lejos de augurar el contexto regional de confianza y cooperación que tanta falta haría a Jordania para salir del endeudamiento y la precariedad económica.Tras una revuelta similar, en 1989, Hussein restábleció la democracia con elecciones libres. Los comicios de 1993 situaron a una veintena de diputados integristas en un parlamento de 80 miembros. Esos diputados, más algunos independientes e izquierdistas, forman hoy la oposición a Su Majestad que piden la anulación de las subidas -de 12 a 26 centavos de dinar por kilo de pan y la dimisión del primer ministro Abdel Karim Kabariti. Este último, muy comprometido con la apertura a Israel, es considerado por la oposición poco más que un servidor del FMI, que exige la restricción de los subsidios para hacer de Jordania un país económicamente sano. Por todo ello, cualquier revuelta por económica que sea y aunque no esté protagonizada por los incómodos palestinos, que forman el 60% de los habitantes de Jordania, está ligada a la solución del contencioso israelo-palestino. Por la capacidad de Netanyahu de desbloquear el proceso de paz pasa una parte del problema jordano, y por el problema jordano discurre también la posibilidad de paz real en la zona.
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