_
_
_
_

"Me miraba y no pude salvarle"

Supervivientes y voluntarios relatan al amanecer su desconcierto y su impotencia

"Pasó un niño, arrastrado por el agua. Iba rápido. ¡Dios! ¡Dios! ¡Salve a mi hijo, sálvelo! Oí los gritos. Vi su cara. Había casi metro y medio de agua. Yo lo intenté y no pude. Me faltaron unos centímetros, apenas me mantenía agarrado a un árbol con una sola mano. El niño no me vio pero su madre, dentro de una caravana, me miraba. Me miraba a mí y no pude salvarlo. El crío fue alejándose hacia la carretera y se perdió. No sé nada de él. Quince minutos después todo había pasado. Y ¿sabe? Lo peor de todo es que la caravana no estaba, la madre no estaba, el niño tampoco. Lo peor es que no sé ni quiénes eran, ni si están vivos o muertos ..."Cuando Ramón, 38 años, vecino de Barcelona, soltero, recuerda los que han sido los peores momentos de su vida, se tiene que enjugar las lágrimas. "Ese chico, pasando por delante de mí, apenas unos segundos y el cámping como un torrente", repite entre sollozos mientras mira al suelo. Ramón recorre el espacio embarrado e. irreconocible donde apenas unas horas antes compartía caravana con unos amigos. "No sé ni dónde está mi coche, tampoco la caravana... Tampoco sé dónde están mis amigos, Sergi y Antón. Por favor, que no estén muertos. Por Dios, ¿qué ha pasado?", añade.

Más información
Biescas se vuelca para ayudar a las Víctimas

Son las 7.45. Ramón descubre algunas pertenecias a 30 metros de distancia de la terraza número 5 donde acampaba. Efectivos de la Guardia-Civil precintan un mar de despojos para evitar que los robos, que ya han jalonado la noche, sigan produciéndose. "Por favor, identifique sus cosas", le ruegan los servicios de salvamento al catalán. "No me importan mis cosas, me importan mis amigos y no sé dónde están", responde. En cuclillas, vistiendo chancletas, camiseta y un bañador, a nueve grados de temperatura, repite, sin dar crédito a la espeluznante realidad: "¿Pero, Dios mío,- qué ha pasado?".

No muy lejos de allí, Vila siente vibrar su corazón. Algo se ha movido debajo de unas lonas. La Guardia Civil se apresura a despejar un montón de ramas y barro. "Vinimos el jueves de la pasadá semana desde Sant Cugat, en Barcelona. Somos un grupo de ocho personas que pensábamos quedarnos hasta el 18 de agosto. Ayer", explica esta mujer mientras llora de alegría al comprobar que lo que se movía era su perra Lara, "fuimos a Artoust, en Francia. Al volver paramos a hacer unas compras y se nos hizo tarde. Llovía tanto que decidimos esperar antes de regresar al cámping. Eso nos salvó. Como ve, ni las caravanas ni las tiendas están aquí. Todo ha desaparecido".

"Fue como una ola gigantesca. Llegó en un minuto. Yo estaba jugando al mus en la caravana con unos vecinos y sentimos que se movía", explica Francisco Martínez, de Madrid. "Ellos salieron hacia sus tiendas y ya no les vi más. La caravana empezó a caer. Yo creo que nos arrastró más de 50 metros hasta que se quedó embarrancada sobre un muro. El ruido era infernal. Ni mis hijos ni yo hemos sufrido daños. Pero cuando bajó el nivel del agua vimos, apenas a 20 metros, el cadáver de un hombre, sepultado por piedras. Los niños comenzaron a llorar. No podíamos moverlo y fue horrible".

Inés y Patxi llegaron el martes a mediodía desde San Sebastián. "Hemos estado en Panticosa y paramos a ver Biescas. Llovía tanto que no pudimos volver. Quizá por eso estamos vivos". La pareja guipuzcoana había paseado por el barranco del desastre días atrás. "Apenas bajaba agua y parecía estar muy bien encauzada", recuerdan.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Entre los equipos de rescate, un hombre joven deambula de un lado para otro. Mira a los periodistas y pregunta: "¿Qué puedo hacer? No encuentro a mi mujer". Joaquín Membrado, que junto a otras tres personas, todas' ellas de Híjar, en Teruel, se ha salvado de la catástrofe, no da crédito a lo que ve. "Ayer fuimos a Lourdes. Estábamos en el cámping desde el sábado. Era un sitio magnífico. Habíamos venido con un todoterreno prestado que ha desaparecido con la tromba. Nosotros hemos dormido en un hotel e Escarrilla".

El camping aún exhibe el rótulo de "completo" junto a a recepción. Ahí, aIgunos soldados comentan la anécdota de dos navaros, padre e hijo, que se desplazaron hasta Pamplona para presenciar el partido de fútbol entre el Milan y Osasuna. Al volver se toparon con el desastre. La esposa está ingresada en el Hospital de Jaca y los suegros, atendidos en casas particulares de Biescas.

A Pedro Gómez, vecino de Burgos, no se le olvidará nunca este día. "Había llegado a media tarde con unos amigos de Vitoria. Estábamos terminando de recoger la mesa porque habíamos comido tarde. Entonces comenzó a entrar agua, que tuvimos que achicar. De repente, oímos un gran ruido por arriba. ¿Qué baja por ahí?, nos preguntamos. Apenas segundos después vimos pasar caravanas, coches y tiendas hacia abajo, con mucha gente dentro. Se oían gritos. El torrente, fortísimo, no cesó hasta pasado un cuarto de hora. Nuestra caravana empezó a caer y tuvimos que salir. Aguantamos agarrados a los árboles para que no nos llevara la corriente. Fue insoportable".

El espacio del valle, salpicado por pedazos de asfalto arrancados. y puentes destruidos, se iluminaba por la noche para la búsqueda de los desaparecidos. Iñáki, miembro de la asociación DYA, descansa tomando un café. "Es terrible. Caminas y descubres manos o cabezas semisepultadas, sobre todo en la parte baja, junto al río Gállego. Hay una persona muerta a la que no conseguimos sacar. Está enterrada en el lodo y tiene un gran fragmento de asfalto oprimiéndole", explicaba el voluntario.

Javier y Ana, vecinos de la localidad navarra de Falces, se salvaron porque estaban en el bar del cámping. "Había bastante gente dentro. Comenzamos a preocuparnos cuando entró el agua. Los dueños nos hicieron subir al primer piso, una vivienda particular, donde nos resguardamos. Veíamos pasar coches y caravanas a gran velocidad y no podíamos hacer absolutamente nada, nada", relata él con una mueca de impotencia.

Avanza la mañana. Televisores, sacos de dormir, carteras, bicicletas, se agolpan junto a la entrada del cámping. No tienen dueño reconocido. Juguetes y zapatillas se secan al sol. Una bandera francesa que nadie sabe de dónde ha salido sirve de improvisado sudario para un último cadáver sepultado bajo una caravana, apenas a diez metros del imponente rótulo que aún desafía, en pie, la realidad: "Cámping Las Nieves. Primera categoría".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_