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La vida de un espía soviético

Un grupo de ex agentes de la antigua URSS escribe 'La guía del KGB por las ciudades del mundo'

Los tiempos son duros en Rusia, especialmente para los empleados públicos y los jubilados. Los espías no son una excepción y se las tienen que buscar para encontrar fuentes de ingreso adicionales a sus escuálidos sueldos y pensiones. Una de estas fuentes es la literatura. Un grupo de espías se ha unido para escribir una obra que no tiene precedentes: La guía del KGB por las ciudades del mundo.

Inútil buscar en el libro secretos de Estado, pero sí se pueden encontrar claves para comprender la especial mentalidad del espía. Su visión de las cosas es diferente e interpreta a los personajes históricos influido por su profesión. Así, para Pável Yefrémov, que trabajó en México bajo la cobertura de corresponsal de Tass, Malinche, la princesa indígena que se convirtió en amante del conquistador Hernán Cortés, era una "agente doble" que "informaba a los españoles de la situación en el país y de las intrigas en el palacio de su padre".

Los nervios de los espías siempre están a prueba, ya que por mucho que las operaciones se planeen bien, nunca se pueden descartar imprevistos. En una misión debían desenterrar una caja con información secreta en las afueras de la capital. Para no despertar sospechas, tres espías organizaron un paseo turístico con sus familias al parque nacional donde se encuentran las pirámides de Teotihuacán. Allí montaron una tienda de campana que habían comprado para poder cavar sin llamar la atención. Después de hacer numerosos hoyos y no encontrar la caja secreta, los soviéticos empezaron a desesperarse, pero el "arquéologo principal", después de pensar un buen rato, dio órdenes de mover la tienda de campaña. La suerte les acompañó: las lluvias habían producido un corrimiento del terreno, pero la caja fue retenida por las poderosas raíces de un viejo pino.

Una de las principales preocupaciones de todo espía es comprobar que no le estén siguiendo ni a él ni a la persona con quien tiene que establecer contacto.El general Mijaíl Brazhelónov debía encontrarse con una informante muy valiosa que trabajaba en el departamento de Estado norteamericano. En EE UU los soviéticos no se arriesgaban a verla por temor a que la descubrieran, así es que la cita debía tener lugar en Francia. Como cobertura, Brazhelónov compró un paquete turístico y viajó a París.

El lugar de la cita era en el Quai d'Anjou. Mary, la informante, debía pasar por dos puntos diferentes de París para que Brazhelónov comprobara en ellos que nadie la seguía. Mary no apareció en ninguno de los sitios; Brazhelónov de todas maneras fue al Quai d'Anjou. A la hora convenida aparece una morena, con traje oscuro y un diario bajo el brazo: todo como habían convenido. Se detiene junto a la casa de Baudelaire, pero luego sigue su camino. "Quiere convencerse de que nadie la sigue, ya que no ha podido ir a los puntos de comprobación convenidos", piensa Brazhelónov, pero pasan los minutos y Mary no regresa. El espía se lanza en su búsqueda, corre, ve en una esquina su espalda y cuando ya la va a alcanzar, la morena detiene un taxi y desaparece.

Dos días después, en el Museo de Orsay, inesperadamente ve a la morena. Y, violando todas las instrucciones, se le acerca: "Mary, anteayer la esperé junto a la casa de Baudelaire. ¿Podemos vernos mañana a las dos junto a la famosa taberna Le Lapin Agile, en Montmartre". Después de una pausa, la morena responde afirmativamente. Al día siguiente, Mary llega a la cita y sonríe mientras Brazhelónov se le acerca: "Buenos días, no perdamos tiempo y entremos en el restaurante. Si ha traído documentos secretos, démelos al final de nuestro encuentro". De pronto, "empieza a mover extrañamente la cabeza y se aleja de mí. Me lanzo tras ella, pero Mary exclama: '¡No, no!". Había ocurrido una rara coincidencia. La morena no era Mary. Ésta simplemente no había podido viajar a París.

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