La cucaracha
La cucaracha es, de entre todos los cuerpos extraños alojados en las hendiduras de la realidad, el menos retórico. Comparado, no ya con el de otros animales, sino incluso con el de frutos tan aparatosos como la papaya, el mangostán, la granada o el dátil, su diseño sale ganando en sencillez compleja y funcionalidad. De ahí su éxito biológico: ha sobrevivido millones de años sin modificar la expresión. Podemos afirmar que hubo cucarachas en la cocina de Descartes, en la despensa de Kant y en el retrete de Inocencio VIII.Sin embargo, jamás ha sido objeto de atención por parte de filósofos o escritores. Sólo Sartre, en sus memorias, recuerda que de niño vio escapar de su zapato derecho una cucaracha que de otro modo habría perecido aplastada por su pie desnudo. Descubrió a la vez el estrabismo y los insectos (quizá pensó que éstos eran un efecto de aquél), lo que no se ha valorado a la hora de calificar sus relaciones con Camus. Camus estaba obsesionado con las ratas, de las que no nos ocuparemos por ahora, ya que esta serie refrescante está dedicada en exclusiva a cuerpos extraños, no mamíferos.
Así que, cuando este verano veas triunfar en las revistas del corazón a Gunilla von Qué o Isabel Preysler no olvides que en Marbella e Ibiza también hay cucarachas con las que tarde o temprano se tropezarán. A todos nos espera, como a Sartre, un bicho de estos escondido en el zapato o agazapado tras una madrugada de amor y lujo. Ello es así porque tenemos muchas grietas húmedas que constituyen su hábitat natural. No hay rendija sin cucaracha como no hay país sin bandera; una cosa lleva a la otra. Por cada una que matas nacen cien en los intersticios cerebrales. Algunos, como Gunilla von Qué, se arrancan el cerebro, pero entonces les salen por las ranuras de la porcelanosa.
La vida.
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