Las clínicas británicas inician la destrucción de embriones congelados
La Iglesia católica no aprueba que sean adoptados
Llamadas a última hora de padres genéticos que sí querían conservar sus embriones congelados en los tratamientos de fecundación artificial y frases como "éste es un día para sentir vergüenza nacional", pronunciadas por los grupos británicos en defensa de la vida, acompañaron ayer la destrucción legal de los 3.300 que llevaban cinco años sumergidos en nitrógeno líquido. Treinta clínicas repartidas por todo el país los incineraron después de diluirlos en una solución salina a 30 grados centígrados.
Life, el grupo de presión católico partidario de ampliar, por lo menos seis meses más, el plazo de conservación fracasó en su intento de recabar la ayuda de la Fiscalía General del Estado. "No podemos intervenir hasta que una vida ha comenzado y sin la concurrencia de un tribunal", matizaron sus responsables. En los centros encargados de la destrucción las opiniones fluctuaban entre los partidarios de seguir almacenándolos y los que descalificaban a los críticos diciendo que muchos embriones ya son desechados cuando se prepara la propia fertilización in vitro.
La ruptura de las cánulas heladas conteniendo entre dos y seis embriones fue efectuada con cuidado a lo largo de todo el día. Los laboratorios implicados y el propio Gobierno reconocieron que nadie se sentía a gusto con la decisión. "Pero la ley debe respetarse, y fue aprobada por amplísima mayoría", subrayó el Ministerio de Sanidad. Life, que organizó pequeñas vigilias con velas encendidas, cánticos e imágenes de la Virgen María en algunas clínicas, piensa seguir batallando por su preservación. A partir de ahora, de todos modos, los expertos. calculan que ya no habrá destrucciones de esta envergadura. Serán efectuadas en menor escala y repartidas a lo largo del tiempo.
Por su parte, el Vaticano no era en absoluto favorable a la oferta de las 100 mujeres italianas -luego, al parecer, varios centenares más, entre ellas dos veteranas monjas misioneras- y de algunas otras irlandesas o inglesas de adoptar los embriones. Puso sordina: al entusiasmo pro adopción embrionaria expresado en un principio por el cardenal Ersilio Tonini, que luego dio marcha atrás.
La radio vaticana, órgano oficial de la Santa Sede, habló de "un túnel sin salida", como había hecho L'Osservatore Romano, diario pontificio. El túnel se refería a cualquiera de las tres posibles soluciones: la adopción, prolongar la conservación de los embriones o dejarlos morir. Abrir la brecha a la producción artificial de embriones dejaba para el Vaticano abierto el problema. Prolongar la congelación, considerada ilícita por la Iglesia, no lo resolvía. Y, seguía la radio vaticana, cuesta dejar morir a los embriones, porque supone añadir el crimen contra la vida de un ser humano.
La última palabra se la dejó la Iglesia al cardenal Basil Hume, primado de Inglaterra: "Debe dejarse morir a los embriones", dijo, "pero de forma digna, al tratarse de vida humana". Como comentaban fuentes eclesiásticas en Roma, la Iglesia, en el fondo, no sabía qué hacer, doctrinalmente hablando, con los embriones vivos.
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