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La detención de cuatro neonazis cierra un caso de antísemitismo que traumatizó a los franceses

Enric González

Ninguna acción antisemita, desde la colaboración con los nazis entre 1940 y 1944, había conmovido tanto a los franceses como la sucedida el 10 de mayo de 1990 en el cementerio judío de Carpentras. La profanación de 34 tumbas y los ultrajes a que fue sometido un cadáver pesaron desde entonces sobre la conciencia colectiva. Los partidos democráticos, con Frangois Mitterrand a la cabeza, acusaron al Frente Nacional. Ayer, tras seis años de fracasos policiales y rumores descabellados, fueron detenidos cuatro antiguos cabezas rapadas vinculados a un grupo neonazi.

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Después de aquella noche, se separaron jurándose no verse más y guardar silencio eterno. Todos lo cumplieron menos uno, Yannick Gamier, de 26 años, guarda de seguridad en paro, que el miércoles, en plena depresión, confesó ante un amigo policía. Gamier fue inmediatamente de tenido en Aviñón, y luego cayeron y confesaron los demás: Patrick Leonegro, de 30 años, en Perpiñán; Bertrand Nouveau, de 27 años, en Montpellier; y un cuarto en un cuartel de Colmar (Alsacia), donde era sargento de infantería. Un quinto participante en la profanación, Jean Claude Gos, cabecilla de la banda, murió en 1992 en accidente.Habían envejecido, alguno se había casado y tenía hijos, pero seguían rapados y, según los policías que les interrogaron, mantenían intactas sus ideas racistas. El sargento tenía su habitación llena de literatura nazi. Dos de ellos habían sido ya detenidos al día siguiente de la profanación, pero se les puso en libertad por falta de pruebas. Los cachorros neonazis no imaginaban, aquella noche", que iban a reavivar los ecos del asunto Dreyfuss y provocar una polémica comparable, en cierta forma, a la suscitada en el siglo XIX por la conspiración de la jerarquía del Ejército contra un militar judío.

Según las declaraciones de los detenidos, sólo querían "conmemorar" el aniversario de la capitulación nazi, el 8 de mayo de 1945. Borrachos, encaminaron sus pasos hacia el cementerio judío de Carpentras, una apacible población del Mediodía francés. Carpentras tiene una larga tradición judía: la sinagoga fue fun dada en el siglo XIV, y el cementerio es mundialmente conocido.

Lo que ocurrió en la noche del 10 de mayo de 1990 fue descubierto a la mañana siguiente por dos ancianas. La tranquilidad bajo los abetos y los pinos era la de siempre, pero 34 tumbas habían sido abiertas y rotas. Lo peor se exhibía sobre un catafalco: el cadáver de Félix Germon, fallecido dos semanas antes, a los 81 años, yacía desnudo, empalado con la vara de un parasol.

El ministro del Interior, el socialista Pierre Joxe, judío, afirmó que en la atrocidad antisemita existía una cierta responsabilidad de Jean-Marie Le Pen, presidente del Frente Nacional. Cientos de personas, encabezadas por Joxe, acudieron el 11 de mayo al cementerio. Le Pen clamó contra lo que calificó de "montaje" de la clase política, aconsejó a la policía que investigara en círculos "islamistas, antirracistas y comunistas" y se declaró "víctima de una formidable difamación de Estado".

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Cuatro días después de los hechos, 200.000 personas encabezadas por el presidente François Mitterrand y el líder de la oposición, Jacques Chirac, se manifestaron en París para expresar su repulsa. Mientras tanto, la policía dirigía sus pesquisas hacia la ultraderecha más dura, los cabezas rapadas que pululaban en tomo al Partido Nacionalista Francés y Europeo. Pero, a falta de pruebas o confesiones, la investigación se perdió poco a poco en meandros cada vez más excéntricos. Sectas, adoradores de Hitler o Satán, musulmanes antijudíos, servicios secretos israelíes... Todas las pistas fueron examinadas sin éxito.

Una herida abierta

El caso permaneció durante los años siguientes como una herida abierta, a la que políticos y prensa se referían periódicamente. Hasta el verano pasado, cuando una joven de Carpentras, Jessie Foulon, dijo que la profanación había sido el resultado de un juego de rol practicado por hijos de las principales familias locales. Jessie FouIon añadió un detalle siniestro: Alexandra Berus, una chica muerta misteriosamente en 1992 por supuesta sobredosis de drogas, había sido en realidad asesinada para que no contara lo que sabía. Cuarenta jóvenes, entre ellos un hijo del alcalde, fueron detenidos e interrogados, sin obtener nada de ellos. Más de 500 ciudadanos de Carpentras comparecieron ante el juez.El fiscal admitió que la pista de la ultraderecha había sido abandonada. El giro del asunto permitió a Le Pen personarse en Carpentras con 7.000 de los suyos, en noviembre de 1995, para "exigir disculpas por una mentira de Estado". En mayo de este año, el sumario fue enviado al juzgado de Marsella donde ayer, al fin, fueron trasladados los presuntos culpables.

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