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La libertad y la muerte

Antonio Elorza

Este año, la pastoral, representación teatral que por rotación organizan los pequeños pueblos de la comarca vasco-francesa de Zuberoa, tenía por tema la biografía de Sabino Arana Goiri, el fundador del nacionalismo vasco. Como siempre, los vecinos de una pequeña localidad, en este caso Garindain, en las afueras de Mauleón, con 600 habitantes, habían ensayado durante meses la sucesión de cuadros y cantos corales. Pero esta vez, bajo un sol de justicia, la muerte quiso intervenir en el estreno. En una de las escenas de contexto de la vida de Sabino, que presentaba la batalla entre carlistas vascos y militares españoles, uno de éstos se desplomó en el suelo. En principio no le extrañó el caso a nadie, porque el guión hablaba de heridos en el ficticio combate. Pero al concluir la obra el público fue informado de que el improvisado actor, un veterano participante en las pastorales, al que tocara en ésta encarnar al general español, había muerto. Sobre el escenario pudo verse a las decenas de vecinos-actores destrozados por la noticia. Obviamente, no pudieron entonar el último canto, donde el autor, el zuberotarra Allande Aguergaray, se había cuidado de introducir un mensaje de exaltación de una Euskal Herria en paz.También se había preocupado con anterioridad de marcar las distancias respecto de los aspectos más radicales de un Sabino ensalzado en cuanto fundador del nacionalismo vasco, de sus símbolos y defensor del euskera. El personaje decisivo es aquí Ramón de la Sota, qué invita a Sabino a no ser del pasado y estar abierto a todos. Por eso el epílogo advertía a los espectadores que si no compartían todas las ideas de Arana eran libres de hacerlo: lo importante era trabajar por Euskal Herria.

La advertencia es útil cuando desde un nacionalismo radical nada tolerante se reivindica en estos días airadamente la libertad de expresión, confundiendo la acción judicial con una persecución contra la prensa independentista. Cuando basta asomarse a un número cualquiera de sus diarios para comprobar cómo no se limitan a exaltar mediante grandes titulares las acciones de ETA y a defender página a página todos los terrorismos nacionalistas (perdón, "luchas armadas") que en el mundo son y han sido, sino que legitiman abiertamente la actual estrategia de ETA. Sirva por ejemplo el párrafo admonitorio de la crónica semanal del lunes en Egin: "De superar situaciones injustas", escribe el cronista oficial, "se debe hablar al referirse al conflicto político que enfrenta a los vascos con el Estado español, que en las últimas fechas se ha manifestado, por parte vasca, con los ataques a cuarteles de la Guardia Civil y de la campaña de bombas en zonas turísticas de la costa mediterránea". Así que los vascos son ETA, y sus bombas el medio para "superar situaciones injustas". Más claro, imposible. Y una vez publicada tranquilamente tal justificación del terrorismo, el diario se atreve a hablar de libertad amenazada.

Más bien los amenazados son los demás. Y con especial incidencia en ese campo de la libertad de expresión, donde en muchos lugares de Euskadi cada cual habla, como pedía el cronista, sabiendo lo que se debe decir o callando. Fue muy significativo al respecto el debate que la televisión vasca hizo con motivo del 20º aniversario del secuestro y asesinato de Pertur, el poli-mili que definió la deriva de ETA hacia la acción política y desapareció tras un corto viaje en coche con Apala y Pakito. Salvo una antropóloga despistada, todos los participantes -y el propio moderador- parecían atados por un pacto de silencio. No hacía falta aquí que entrase en juego "la tarea represiva" del Estado. Volviendo al lenguaje de la pastoral, sigue el baile de los satanes.

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