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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Doble actualidad

Pedro Muñoz Seca tenía más de 50 años cuando llegó la República: no estaba dispuesto a aceptarla. Era monárquico profundo; como se era monárquico entonces, con un conservadurismo religioso, militar, de clase: con odio a las costumbres que se abrían, como los sindicatos, o el divorcio. Se era republicano (o todo el arco político en torno a la República) con la misma vocación: en sentido contrario. Se concebía poco, en aquel momento, que el teatro no estuviera relacionado con la calle, con lo que sucedía: con la idea y con la política, aunque había etéreos defensores del "arte por el arte", más fácil en otras que en la dramática.Muñoz Seca luchaba desde el teatro por una restauración, al menos de costumbres, y contra una moral: en La plasmatoria, escrita con Pérez Fernández (una enorme parte de su obra fue en colaboración, y éste fue uno de sus más constantes compañeros; como era entonces tan frecuente), el objeto de su sátira es una especie de teosofía de moda: un espiritismo, un regreso de la otra vida. Pero también el divorcio, una de sus obsesiones; o la política, que a él le parecía "un chanchullo". O los recién llegados a la aristocracia. La obra fue mal acogida por la crítica principal, que era republicana. Salvo, claro, en Abc: ayer como hoy mismo encontraba toda clase de virtudes en esta obra: estaba en la misma trinchera.

La Plasmatoria

De Pedro Muñoz Seca y Pedro Pérez Fernández. Intérpretes: Gádor Martín, Francisco Piquer, María Elena Flores, Manuel Arias, José Albiach, Pedro Valentín, Ramon Pons, Esther del Prado, Valentín Paredes, Pepa Sarsa, Chus, Gambín, Paco Churruca, Teófilo Calle, Luis Varela y Juanjo López. Dirección y escenografia: David Bello. Colaboración de la Compañía de Teatro Morborla. Los Veranos de la Villa en la Muralla Árabe. Madrid, 16 de julio.

Azorín estaba siempre de parte de don Pedro: unas veces le reconocía como surealista ("superrealista", decía él), otras le comparaba con Aristófanes: hasta que hicieron una obra juntos, y no gustó a nadie. Muñoz Seca sí tenía el verbo de Aristófanes: el de la crítica conservadora a las costumbres, el del "castigat ridendo mores", como se decía. Tenía un dominio del idioma, del juego de palabras; un sentido admirable de la parodia, y otro de la organización del disparate: la astracanada fue uno de sus inventos, y el disparate cómico otro, y de ellos podía venir la adulación del surrealismo. No veo precisamente en esta obra, y sí , en otras muchas del autor, o los autores, las virtudes que en otras suyas. La razón de que haya sido elegida ésta y no alguna de las mejores es, probablemente, la doble actualidad, el arte de aprovechar los restos: la condena del divorcio suena como una bofetada, y la de la política como un desafío. No es extraño que la acoja en su verano especial el Ayuntamiento de Álvarez del Manzano, el área de cultura. No veo tanto en este caso el deseo de hacer brotar otra vez a Muñoz Seca (pienso que, en realidad, ha habido pocos años sin alguna obra suya) como el de traer la doble actualidad de la misma lucha. Incluso como conmemoración de los 60 años de la guerra civil que, por cierto, perdieron los ideólogos de aquella cuerda monárquica: ni ya hay monarca, ni el divorcio es discutible, ni la política democrática tiene alternativa válida.

El deseo de hacer ganar batallas a don Pedro después de muerto -asesinado: después de humillado, maltratado, aterrorizado: llevado con compañeros de martirio a una fosa que no tenía nada que envidiar a las de hoy en Yugoslavia- ha podido hacer elegir esta obra fuera de contexto social. Y teatral. Las personas entre las que estuve en la segunda representación no tenían idea de algunas de las mejores alusiones del texto: la principal, la de Don Juan contra Marañón, en un momento en que el médico literato defendía la idea de un afeminamiento de Tenorio: cuando la gente se sabía la obra de Zorrilla de memoria y la polémica sobre la sexualidad estaba de moda. Y las menores, como algunas marcas, o como algunas fórmulas publicitarias (de los Almacenes San Mateo). Eran, entonces, estallidos de risa. Como otras alusiones más cultas: es curioso que precisamente haya descendido el nivel de cultura clásica desde aquella República atacada por vulgar.

Sé que vi la obra de niño, cuando se estrenó: recuerdo poco, pero sí enteramente sus alusiones por haberlas oído repetir como hallazgos en años sucesivos. Lo fueron. Hoy no tienen sentido. Más bien parece devaluado su aristofanismo por la chabacanería del contexto, de la fiesta parateatral típica de este ámbito tornado a la Muralla Árabe. La gente lo entiende como un aspecto más de las adivinaciones, la zaragata de la animación, el karaoke o la tortilla de patatas. Tampoco la representación, aunque con buenos actores, tiene un relieve especial.

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