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Salzburgo, entre el carisma y las nuevas ideas

Desde el próximo sábado hasta finales de agosto se celebran los Festivales de Verano de Salzburgo, una explosión de conciertos, ópera y teatro que convoca año tras año al mundo de la música en un escaparate de estímulos y vanidades. Ir a Salzburgo es un signo de distinción, de estar a la última. La actual edición es la quinta de la era Mortier. El inquieto organizador belga es un hombre de ideas, de riesgos, que no renuncia ni al carisma del lugar ni a la consideración de que el Festival es primordial para la economía de la ciudad natal de Mozart (entradas a los espectáculos, hoteles y restaurantes son carísimos). Las cifras le acompañan. En 1995 recuperó un 60% del voluminoso : presupuesto del festival por directos en taquilla y un 15% por aportaciones privadas de empresas como Nestlé y Audi. Este año ha recaudado dos millones más de chelines austriacos que el año pasado en la misma fecha, y se han incorporado al patrocinio empresas como Siemens. Encontrar una entrada a estas alturas para Oberon, Fidelio o Las bodas de Fígaro roza la utopía. Gérard Mortier ha renovado su contrato con Salzburgo hasta el año 2001, con lo que tiene tiempo para desarrollar alguno de sus objetivos pendientes. Hasta ahora, ha desplazado la programación hacia el siglo XX, especialmente en su primera mitad, pero no se ha pasado de San Francisco de Asís de Messiaen o (el año próximo) El gran macabro de Ligeti. Los estrenos operísticos llegarán a partir de 1999. Luciano Berio abrirá el fuego, y para ediciones sucesivas, Mortier cuenta con el joven compositor alemán de 25 años Matthias Pintscher y con el inglés George Benjamin. Salzburgo quiere así recuperar el tono de ruptura con que surgió el festival al final de la I Guerra Mundial, tono que ha mantenido durante muchas fases de su existencia antes del estilo acomodaticio y burgués de los últimos años con Karajan.

La edad media de asistentes al festival se ha reducido en los cuatro últimos años desde 65 a 50 años. Los 2.000 abonos para jóvenes menores de 25 años ofrecen paquetes ópera-concierto-teatro a 60 dólares en vez de los 1.200 que costarían los mismos espectáculos directamente en taquilla. Y aunque Mortier no cree en el lado didáctico del festival, ha invitado a todos los menores de 14 años de Salzburgo a asistir gratuitamente al ensayo general de Oberon de Weber, en un montaje con marionetas.

1996 se presenta como un año de transición. Una de las propuestas más esperadas es el programa doble Schönberg-Messiaen, escenificado por Christoph Marthaler, el director suizo de moda en estos momentos en Europa, tras sus deslumbrantes Pelleas et Melisande y Luisa Miller en la Ópera de Francfort. Lorin Maazel se pondrá al frente de Elektra; George Solti (con Wernicke en la escena, atención), de Fidelio, y Boulez (con Stein como director teatral), de Moisés y Aaron. El desfile de grandes orquestas y grandes nombres es, como siempre, impresionante y no faltan tampoco algunos estrenos de jóvenes compositores como el italiano Marco Stroppa (1959), la finlandesa Kaija Saariaho (1952) o el suizo Beat Furrer (1954).

¿Qué representa Salzburgo, hoy, en el panorama de los festivales de verano? Fundamentalmente, un foco de inquietud. No siempre, desde luego, las realizaciones están a la altura de las previsiones (el riesgo genera patinazos) y quedan muchos retos por resolver (en Mozart, especialmente), pero al menos se intenta abrir vías diferentes. Siempre y cuando Mortier continúe, la resistencia ideológica frente a la cultura conservadora europea está garantizada.

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