El presidente del 98
Cuentan las leyendas actuales que cuando un grupo de importantes intelectuales españoles acudió a ver a José María Aznar en la Moncloa para hablar con él de la inminente conmemoración centenaria del desastre de 1898, el presidente del Gobierno les dijo, enigmático:-Ya sé quién puede presidir la comisión del 98.
Cuando todos los presentes comenzaban ya a imaginar el nombre de un intelectual de prestigio o de un historiador veterano, Aznar les sacó de las nubes con dos palabras:
-Yo mismo.
La política no da sabiduría: da poder. Pero los políticos creen que da sabiduría, y van por el mundo sabiendo antes de haber aprendido. Saben de teatro, de información, saben de arte, y lo saben todo porque acaban de vestirse con el poder. Por eso cometen aberraciones similares a las que perpetran los que les precedieron, o a las que hayan de hacer aún aquéllos que les sucedan. La democracia española sigue sin aprobar la asignatura del sentido común con que debe abordarse la profesionalidad de la vida. Pasó en el largo interregno socialista y vuelve a ocurrir en los albores del Gobierno del PP. De pronto, la política irrumpe en el Museo del Prado, cambia el escenario del teatro español, zarandea, y luego deja como estaba, el Reina Sofía...
Por fortuna, alguna de las decisiones individuales del poder actual han recaído en personalidades prestigiadas por su trabajo en los campos que se les han confiado; pero el problema reside en el fondo de la cuestión y no en las numerosas anécdotas que se suceden y que, en este baile de nombres damnificados por los cambios sucesivos, producen la circunstancia no anómala de ver a alguno quejándose de lo que le pasa a él, e insinuando que eso no le ocurre a nadie más. La arrogancia del político que cesa a alguien casa perfectamente a veces con la arrogancia de algún que otro cesado
Pero donde esta cuestión de la intervención de la política en la vida profesional y en la vida en general resulta más irritante es, sin duda, en el mundo de la cultura y lo es también en el campo de la información. En este último extremo, ese entrometimiento parece ya lamentablemente connatural: los habitantes de la Moncloa la deploran cuando están en la oposición, pero en cuanto ingresan en ese palacio sienten la tentación irresistible de pasar a la historia cambiando de golpe todos los rostros del Telediario y todo lo que está detrás del Telediario. Siempre fue así; no lo es, por ejemplo, en Inglaterra, donde la vida cultural y la vida informativa no sufren los vaivenes electorales. Pero pasa aquí, y ocurre tanto que alguno incluso pierde la memoria y pretende ignorar que él se aprovechó en su día también de su propia capacidad para quitar y poner, que es, por lo que parece la esencia de esta desgracia que deja en el camino a tan buena gente que a lo mejor no recibe indemnizaciones cada vez que se mueve ni tiene capacidad para aparecer en las primeras páginas de los diarios. En el campo de la cultura, el caso presente más paradigmático de esta intromisión inclemente del poder reside en la figura de Adolfo Marsillach. Él se inventó una compañía, la nacional de teatro clásico, la puso en marcha y la hizo incluso popular, siendo de calidad. De pronto se mostró especialmente irónico hacia los que iban a venir: yo con ésos no duro ni un minuto. Fueron implacables: le quitaron en seguida. Le faltó cuerda, sentido del humor y sabiduría: desconocían qué hizo allí, y qué ha hecho en la historia Adolfo Marsillach. No puede dudarse de la elegancia cultural de Tomás Marco, que tiene varias experiencias propias de mudanza y que fue durante ese minuto jefe de Marsillach. Así que la orden debió venir de más lejos: ése que no se quede.
Es, decimos, una cuestión irritante, en la que no hay inocentes ni culpables, sino sensación de arbitrariedad y por lo tanto, de fracaso. Muchas veces son los individuos los que resuelven a favor este conflicto y son capaces de crear un buen clima en una atmósfera cuyo fundamento es deplorable. Cambiará todo algún día; pero mientras no cambie, Aznar tendrá que resignarse a ser cesado como presidente posible de la comisión del 98 si para ese año ya tiene sustituto en la Moncloa.
Babelia
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