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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Victoria mulata

LA VICTORIA de Leonel Fernández en la segunda vuelta de las elecciones a la presidencia de la República Dominicana ha sido estrecha, pero parece haber sido regular. No obstante, ha venido precedida de una campaña cargada de tintes raciales que reflejan una profunda división del país. Con 42 años, la llegada de Fernández a la presidencia supone al menos una renovación generacional. Detrás del vencedor se divisa, sin embargo, la sombra persistente del casi nonagenario Joaquín Balaguer.Si el escrutinio parece limpio, la campaña electoral ha estado llena de manchas. Después de todo, si se celebraban estas elecciones antes de tiempo es porque dos años atrás Balaguer robó fraudulentamente la victoria al socialista José Francisco Peña, que no cejó hasta lograr una nueva convocatoria, esta vez sin el histórico caudillo. En la primera vuelta, el pasado 16 de mayo, Peña -líder del socialista Partido Revolucionario Dominicano- llegó en cabeza con el 46% de los votos, frente al 39% de Fernández.

La perspectiva de una victoria de Peña en la segunda vuelta llevó a dos viejos rivales, Joaquín Balaguer y Juan Bosch, a foormar una pinza política para cerrar el paso al candidato socialista. La alianza contra natura del Partido Reformista Social Cristiano de Balaguer y del Partido de la Liberación Dominicana, de origen marxista, que encabezara Juan Bosch junto a organizaciones de extrema derecha-, ha logrado su propósito al aupar a Fernández a la presidencia por unos pocos miles de votos.

En contra de ese político de gran calado que es Peña, estos partidos -y especialmente Balaguer, que siempre se negó a contemplar la posibilidad de un presidente negro- generaron una campaña de difamación racial. No tanto en base a la negrura de la tez del dirigente socialista, en un país de mayoría negra y mulata, cuanto con acusaciones -nunca probadas-sobre su origen haitiano. Después de todo, es el odio a lo haitiano, la otra mitad de la isla, lo que domina la política en un país que, abandonado por los españoles a finales del siglo XVIII, se independizó antes de Haití que de España. Este espíritu antihaitiano ha favorecido la recuperación de unas raíces hispanas que han querido cortar otros países de la zona en su búsqueda de. una identidad nacional. Por ello, por la importancia de las inversiones españolas, por el creciente número de turistas españoles, y por la nutrida presencia de dominicanos en España, esa República reviste una importancia especial para nuestro país.

Fernández, con una buena formación, joven y mulato, llega al poder con claras hipotecas. Si la era postrujillista parece superada, ni Balaguer ni el balaguerismo han desaparecido. Leonel Fernández necesitará de su apoyo para poder aprobar leyes en un Parlamento que, desde luego, no domina su partido. Persiste la interrogante de si -una vez consumado el relevo- se mantendrá o no el anillo palaciego de aprovechados corruptos que rodeaban a Balaguer y sacaban partido de su ceguera. Fernández, político populista y brillante, ha reorientado su partido hacia el centro, y se ha presentado como el hombre del camino nuevo. La política dominicana necesita una renovación que debe empezar por tender puentes que permitan superar las tensiones de carácter racial y cultura. Pasar de un presidente blanco a uno mulato parece ya todo un progreso.

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