Falta de casta en toros y toreros
La falta de casta en los toros y en los toreros convirtió la corrida en un tedioso espectáculo.Héctor de Granada, que a ratos mostró voluntad, se enfrentó en los medios al claro primero de la lidia ordinaria con acompasadas verónicas. Como no entendió al oponente con la pañosa, sólo realizó dos series de ligados redondos.
El cuarto salió con bríos pero terminó terciándose y aquerenciado en tablas. El hidrocálido, después de un requilorio, consintió al fijo burel al trastearlo con suavidad, aunque al final su labor resultó anodina.
Al bobo segundo Óscar San Román lo recibió con asentadas y armoniosas verónicas y como el bovino se aplomó aburrió a la clientela con el refajo.
El quinto era el astado del triunfo por la emotividad que tenía en su noble recorrido y el queretano lo desaprovechó. Como no lo empapó en el engaño, sólo se dedicó a darle pases, nunca lo toreó. Es decir, no templó ni mandó a la res brava, que era una carretilla al embestir.
Laguna / Granada, San Román, Treviño, Luceiro
Toros de La Laguna, justos y pobres de encornadura, flojos, descastados, excepto el 5º y uno para rejoneo.Héctor de Granada: media estocada caída tendida (ovación y salida al tercio); tres pinchazos y estocada trasera caída (silencio). Oscar San Román: pinchazo hondo caído y descabello (tibias palmas); dos pinchazos, estocada corta caída, estocada contraria -aviso- y ocho descabellos (bronca). Rogelio Treviño: media contraria, metisaca, dos pinchazos -aviso-, dos pinchazos y media contraria delantera (abucheos); estocada contraria y otra caída tendida (abucheos). El rejoneador Pedro Luceiro (hijo): pinchazo y estocada (oreja). Actuaron los Forcados Mexicanos en el toro para rejoneo. Plaza El Toreo, de Cuatro Caminos, 30 de junio. Un cuarto de entrada.
Fueron embrujantes las verónicas con que Rogelio Treviño saludó al soso tercero, pero con la bayeta tuvo una labor insulsa. Al peligroso que cerró plaza lo esperó en tablas con un farol de rodillas, aunque tanto con el percal como con la franela zapatilleó.
Pedro Luceiro, hijo, rejoneó sin clase alguna pero, como sustituyó el rejón de muerte por el estoque y mató desde el caballo, le otorgaron benévolamente el apéndice. Lo único sobresaliente en la lidia de este encastado ejemplar fue la osada segunda pega de Moisés Díaz, de los Forcados mexicanos, que era quien merecía el trofeo.
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