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Irlanda se dispone a partir de hoy a escribir el Tratado de Maastricht-II sin descolgar a Londres

Xavier Vidal-Folch

Hoy empieza un semestre decisivo para la Unión Europea (UE). Irlanda toma de Italia el testigo de la presidencia, envuelta en la máxima expectativa. No en vano sus dirigentes se vanaglorian de ser "los más entusiastas europeistas". Les toca escribir el borrador del nuevo Tratado de Maastricht (Maastricht-II). Se esperan avances sustanciales en política exterior y en seguridad interna, lo que pretenden hacer sin que el Reino Unido se descuelgue. Y deben impulsar la unión monetaria, estableciendo definitivamente las relaciones entre los socios que accedan al euro y los socios excluídos, y concretando el "pacto de estabilidad" para después de nacida la moneda europea.

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Un país que no molesta a nadie

"La ambición es presentar a la cumbre de Dublín [en diciembre] el borrador del tratado, no el acuerdo", recuerda, prudente, el ministro de Exteriores, Dick Spring. Pero "esperamos acuerdos en áreas concretas" de la reforma, subraya el primer ministro, John Bruton. ¿En cuáles? Es un secreto a voces: en defensa y en seguridad interna (asuntos de Interior y Justicia).Una cumbre especial de reflexión, en octubre, debe permitir esos avances en la Conferencia Intergubernamental (CIG) que el canciller alemán, Helmut Kohl, reclamó en el Consejo Europeo de Florencia. Algunos, en Bruselas, van más lejos. Creen que los progresos en defensa común -la primera operación real de la Identidad Europea de Defensa diseñada en Berlín por la Alianza Atlántica- podrían plasmarse desde enero en el escenario ex yugoslavo, cuando la lfor (tropas de la OTAN en Bosnia) acabe a fin de año su mandato. Pero fuentes de la Alianza aseguran que EE UU no se desvinculará de Bosnia: llegó con los europeos y con ellos se irá.

Si se avanza en defensa y en seguridad interna -poner en común la lucha contra la criminalidad- quedaría para la presidencia holandesa el rifirrafe final de la reforma institucional: el número de comisarios por cada país miembro, la extensión del voto por mayoría en el Consejo de Ministros. Para ello, Londres debería cambiar de actitud. Irlanda se esforzará en evitar que se descuelgue. "Hablamos inglés y estamos muy ligados a otros países del continente", reflexiona Bruton, "aspiramos a ser puente.". Pero no a costa de rebajar planteamientos al mínimo.

Un elemento clave

Un elemento clave de la reforma será el empleo. ¿Hay que incorporarlo al tratado? El conservador Bruton coincide "con quienes piensan que a nivel europeo se puede hacer muy poco por el empleo", pero sabe que "deberemos hacer campaña por el nuevo tratado" y para ello considera, descarnado, que "necesitamos decir en televisión que nos preocupa el empleo" y en consecuencia reequilibrar socialmente el contenido económico de Maastricht. "Si queremos vender a los escépticos los beneficios de la unión monetaria debemos convencerles de que será buena para el empleo, es la contrapartida que equilibra los sacrificios que exige la convergencia", insiste su ministro de Finanzas, el socialdemócrata Ruairi Quinn.A diferencia de Bruton, Quinn opina que Europa, y no sólo sus Estados, puede hacer bastante por el empleo. Sobre todo si el nuevo tratado desborda la retórica y "establece instrumentos" claros para la política de empleo. Por ejemplo, un Comité de Empleo con un estatuto y peso político igual a los del Comité Monetario. O una "vigilancia multilateral refórzada" sobre los planes de empleo de cada Gobierno. "La Comisión debe examinar a los Estados sobre las razones de que no creen puestos de trabajo con un crecimiento económico del 2,5%", propone.

Irlanda es el ejemplo de que los sacrificios de la convergencia no aumentan el paro. "No son objetivos contradictorios", subraya el gobernador del banco emisor, Maurice O'Connell. Junto a Dinamarca y Luxemburgo, Irlanda es uno de los tres países que cumple los criterios para acceder al euro. Y que ha logrado reducir el desempleo desde el 16% de la población activa a mediados de los ochenta hasta cerca del 11% hoy.

Bajo su mandato deberán especificarse más las relaciones entre quienes accedan al euro (los in) y los excluidos (los out), precisamente en un semestre "crucial, porque en Dublín dispondremos ya de un panorama claro de quiénes se consideran candidatos a entrar" en la moneda única, manifiesta Quinn. En efecto, aunque en Madrid y en Florencia los Quince acordaron que la fecha de inicio de la moneda única será el 1 de enero de 1999, el tratado dispone que a final de 1996 debe evaluarse la posibilidad de que haya una mayoría para empezar en 1997.

La otra gran tarea monetaria para Irlanda es la concreción del "pacto de estabilidad" propuesto por Alemania para después de lanzado el euro. Más que de multas automáticas, como propone Theo Waigel; o de retirar los fondos estructurales a los países divergentes, como sugiere Francia (algo que "debe considerarse", según el gobernador), Irlanda es partidaria de la presión sobre los Gobiernos para que eviten el descontrol del déficit. "Debernos hacer más hincapié en la disuasión que en la sanción", sostiene Quinn. Para que aquélla sea efectiva bastaría con "un sistema de alerta rápida y un examen más riguroso de los programas nacionales de convergencia y de su ejecución", sugiere.

Estos dos grandes asuntos -reforma de Maastricht y avance hacia la unión monetaria- no agotarán el semestre. La lucha contra el fraude y la ampliación al Este (la Comisión debe concluir en diciembre el examen de los expedientes de cada uno de los candidatos) figuran también entre las prioridades.

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