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Síndrome de abstinencia en Cali

La recesión económica llega a la ciudad colombiana al interrumpirse el flujo de millones procedente del narcotráfico

Juan Jesús Aznárez

ENVIADO ESPECIALEl negro Antonio relata sin emoción el asesinato de su hermano y cura cuatro heridas de bala en un barrio bravo y miserable de Cali rendido al hampa. Durante el día, las postas policiales disuaden, pero al anochecer gallitos de 12 años guapean a tiros junto a pistoleros de veinte. Cerca de 350.000 personas se hacinan en el distrito de Aguablanca. "Yo gané, pues, mi plata descargando carnesita, y quisieron robarmela". Antonio escapó a la carrera, pero un plomazo en la frente detuvo el intento de su hermano mayor. Impávido en un cruce insalubre de callejuelas, el negro Antonio muestra un antebrazo que sangra. "Así es la vida aquí".

La ofensiva de hace dos años contra el cartel de Cali y la detención de sus principales jefes, Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, en junio y agosto de 1995, apenas alteró la Vida de estos inmensos arrabales siempre pobres, inevitable cantera de aspirantes a sicarios. La arremetida causó la desgracia, recesión o ruina de familias más acomodadas, funcionarios, joyeros o constructores de Cali cuya prosperidad debieron durante 15 años al multimillonario chorro de dólares procedente del narcotráfico. Y los beneficiarios fueron muy numerosos porque entonces no se castigó el delito, ni fue arriesgada la complicidad. Así prosperó la cadena de farmacias Drogas La Rebaja. La economía acusa la violenta caída de liquidez, y echan la persiana miles de comercios o concesionarios de marcas suntuarias.

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Datos oficiales demuestran la magnitud del negocio: más de mil propiedades confiscadas a los narcos, inmobiliarias la gran mayoría, han sido tasadas en 3 billones de pesos. (aproximadamente 390.000 millones de pesetas, suficiente para construir 1.687.786 casas de interés social 0 abonar un salario mínimo a más de 213 millones de trabajadores colombianos). Apartamentos de 100.009 dólares salieron a la venta a un millón porque había demanda, y hoy los de 200.000 están a 50.000 y nadie los quiere. Según Benjamín Nuñez, coronel de la policía, la situación ha cambiado: "Los narcos están estigmatizados".

Sin control del Banco Central ni del Ministerio de Hacienda, la sucia montonada compró clubes de fútbol, policías, jueces, o políticos, las motocicletas Harley Davidson de la muchachada pija, las más feraces tierras del Valle de Caucá, las mejores vacas y potros de importación, o los pisos más caros de esta tórrida ciudad de casi dos millones de habitantes orientada hacia el Pacífico. "Cuando cayó don Miguel, vendieron varios de sus caballos y yo les compré una yegua pura sangre traída de Estados Unidos por 250.000 pesos [unos 250 dólares]", confiesa, en privado, una señora de fortuna.

El valor agregado a la economía local por aquel dinero fácil alcanzó el 35%. Inevitablemente, la fuerte demanda disparó los precios y, más grave, el perfil de la mafia acabó imponiéndose al del Estado. Eran los años de¡ champaña francés a mares en las fiestas del lujoso, Hotel Intercontinental y de los bailes a toda lentejuela en el quince cumpleaños de las hijas ricas.

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Daniel Vargas, director del establecimiento citado como alojamiento de mafiosos durante el auge, admite la magnitud de la actual recesión. "Desde hace dos años venimos de capa caída. No porque la hostelería viviera directamente de esa gente, que siempre contrataba a través de terceros, sino porque generaban negocio y clientes".

Durante el esplendor fueron épicas las farras de mariachis y trago fuerte en hoteles o cortijos, y las juergas de Rolex y puta fina a cuenta del cartel. Todos quedaban agradecidos y a la orden. El abogado Guillermo Villa accedió, como Procurador Delegado de la Policía Judicial, a más de 140 informes secretos, y fue detenido este martes. No sólo cayó él: en los dos últimos años ingresaron en prisión o fueron procesados entre 40 o 50 capos y más de 2.000 personas relacionadas con el ilegal comercio. Un total de 3.200 policías corruptos quedaron en la calle, y el gremio de taxistas fue apercibido. "El cartel de Medellín emprendió una lucha contra el Estado, los Rodríguez Orejuela fueron más inteligentes: lo compraron", indica un analista.

María Victoria de Cruz pertenece a una distinguida familia del Cali viejo, y aventuró su flamante todoterreno en un recorrido con este enviado por Aguablanca y Ciudad Jardín, donde se levantan los chalés más lujosos de la ciudad y las cocheras con automóviles de a doblón la llanta. "Aquí podía comprarse lo que usted se imagine. Pagaban cualquier precio. Ahora no se mueve nada de propiedad raíz [tierras fundamentalmente, pisos, y locales-comerciales]. Cuadras enteras [manzanas] con el cartel de 'se vende'. Y a los restaurantes va muy poca gente. A las 10.30 de la noche no se encuentra donde comer". Algunas mansiones de Ciudad Jardín Murallas se ocultan con murallas de granito de dos metros; otras parecen sin habitar, y las más suntuosas son protegidas con guardias jurados armados. "¿De quién es ésta?", pregunta María Victoria a. un centinela. "Pues no lo sé". ¿Qué no lo sabe? "Pues no señora".

Luis Cañón, director de redacción del diario El País de Cali y autor de Historia del narcoterrorismo y El Patrón (Pablo Escóbar), sí supo de la penetración del narcotráfico en el periódico cuando, hace tres años, tomó posesión del cargo después de haber trabajado en El Tiempo de Bogotá. Debió despedir a dos personas. "Todo ese proceso ha sido muy sano. La ciudad puede redestubrirse, actuar desde la realidad, y pensar en otras alternativas. Se ha celebrado que esa subcultura del narcotráfico haya sido diezmada".

Hubo estratos sociales que no fueron perforados por el dinero narco. Generalmente porque no lo necesitaban para prosperar. El Club Colombia y el Club Campestre, frecuentados por una celosa aristocracia, no consintió a los ricos advenedizos. "Son de una ordinariez barroca", despreció el empresario. Aún recuerda esta aparición: profundamente dormida su compañera de asiento en un reciente vuelo, la observó con detenimiento: diez piedras como melones en los diez dedos visibles; collares, pulseras y zapatos de tacón dorado. Abrió la boca aquella durmiente y descubrió una dentadura asimismo refulgente en oro. Toda ella. "¡Fue terrible!".

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