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CINE

Demasiada dispersión

Esta narración de la vida familiar y sentimental de una mujer francesa, en paralelo con casi dos décadas de la historia reciente de Francia, está compuesta (o mejor es decir hilvanada) a través de grandes saltos, en forma de calas o de capítulos de un relato con evidente forma biográfica y que abarca desde el estallido de la Segunda Guerra Mundial en el año 1939 a la guerra y la indepenencia de Argelia en los años cincuenta. A causa de este enfoque, Los amores de una mujer francesa se resiente de una excesiva dilatación del tiempo real sobre el que la peripecia transcurre. Y esto provoca la dispersión y la falta de, interconexión entre los diversos, acontecimientos y situaciones a que conduce.

Los amores de una mujer francesa

Dirección: Regis Wargnier. Francia, 1996. Intérpretes: Emmanuelle Béart, Daniel Auteil, Gabriel Barylli. Estreno en Madrid: cines Palafox, Acteón, Juan de Austria, Ideal.

Pero, por si no fuera ésto suficiente para crear problemas de: difícil solución en el guión, a la hora de sostener la continuidad que requiere una historia de corte tan intimista como Los amores de una mujer francesa, a ese exceso de dispersión en el tiempo hay que añadir otra dispersión en los espacios o lugares donde la trama de la película ocurre, pues la, cosa comienza en la ciudad francesa de Nancy, luego se traslada al Berlín de la posguerra, para finalmente pasar a París y, de forma indirecta, darse dos garbeos por Indochina y por Argelia.

Son éstos unos enormes saltos de escenario en escenario, que acaban desviando la atención, pues obligan al espectador a asistir a continuos recomienzos que desparraman, todavía más de lo que está, la homogeneidad del relato; y así acentuan el principal defecto de éste: la falta de concentración y de intensidad que requiere para ser mínimamente convincente, pues se trata de un dramón familiar y de sentimientos, en el borde del puro melodrama.

A merced de la actriz

En este tipo de historias meloramáticas formalmente mal enfocadas y planteadas en cuanto tales melodramas, la única solución que hace medianamente visible el resultado suele estar a merced de que los intérpretes, o algunos de ellos, sepan desmelenarse y, sobreactuando con talento, resuelvan el embolado por su cuenta.En Los amores de una mujer francesa, el reparto (incluido el otras veces excelente Daniel Auteil) hace agua por casi todos los lados, por lo que tal redención no llega, o llega sólo en algunas de las cosas que hace Emmanuelle Béart, que si bien no logra (ni puede lograr: se lo impide el guión y no le da soluciones el director) una composición homogénea de su inmotivado y mal desarrollado personaje, sí consigue no obstante escenas aisladas donde se desenvuelve muy bien y desde la butaca se le agradece el respiro y la guapeza que aporta a un filme en general bastante irrespirable y casi siempre feo.

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