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Reportaje:

Secuestro con sotana

El párroco de Burunchel estuvo 10 horas retenido a la fuerza por sus feligreses para evitar su traslado

"El obispo sólo se acuerda de la sierra para venir a comer chuletas", exclamaba indignada una vecina. La irritación de los hombres y mujeres de Burunchel con las decisiones de su obispo reventó por el lado de la irreverencia gastronómica. Los habitantes de esta aldea de Jaén, situada en el Parque Natural de Cazorla, pusieron fin el martes por la noche al secuestro de su párroco, José Luis Muñiz, a quien retuvieron durante 10 horas en el interior de la iglesia. Con semejante actitud protestaban por la decisión del obispado jiennense de trasladar a Muñiz a otro pueblo. A las once de la noche del martes, cuatro vecinos introdujeron al cura en un vehículo y o devolvieron a su domicilio de Cazorla. Lo hicieron después de que un representante del obispado se desplazara a Burunchel para persuadir a los audaces feligreses de que depusieran su actitud.Acababa así la peripecia que comenzó a fraguarse el pasado domingo por la mañana. Ante la rotunda negativa. del obispo de Jaén, Santiago García Aracil, de reconsiderar su decisión de trasladar al párroco, los vecinos idearon un plan que no podía fallar. Hora cero: la una de la tarde del lunes. Objetivo: secuestrar al cura. Si el obispo no se avenía a razones por las buenas, se haría por la tremenda.

Citaron al párroco, que ha atendido la iglesia de Burunchel durante cuatro años, para, según le dijeron, despedirle como se merecía. Aceptó gustoso. Se levantó por la mañana en la casa parroquial de Cazorla, donde ha residido los últimos siete años, y cogió el coche para dirigirse a Burunchel. La iglesia estaba llena. Unos 400 vecinos de la aldea se congregaron en el templo y escucharon las agradecidas palabras de su párroco. El mismo mensaje del día anterior: el obispo le había comunicado que dejaba de ser el cura de Burunchel, por lo que, al finalizar su discurso, Muñiz se despidió. O eso creía.

"No se va. Le queremos como a nadie". El cura se encontró retenido por un grupo de vecinos que organizaron turnos para acompañar en todo momento al párroco. La primera intención era resistir hasta que el obispo cumpliese la palabra dada en febrero de que dejaría al cura en Burunchel uno o dos anos mas. Después volvería a su Galicia natal para cuidar a sus padres, ya mayores y de salud delicada, corno era su deseo. Las mujeres llevaron comida a la iglesia y se prepararon para resistir. Aguantaron 10 horas encerrados en la flamante iglesia, que ha costado 38 millones de pesetas y que se ha levantado gracias a las gestiones de Muñiz.

Y es que Muñiz no ha sido sólo un pastor espiritual para los habitantes de Burunchel. Ha cuidado tanto de la salud de sus almas como de la de sus cuerpos: con sus gestiones consiguió que un médico pasara consulta en la aldea en días alternos, y está tramitando la licencia para que se abra una farmacia. Es, además, el hombre que habló con un amigo de una entidad bancaria para convencerle de que abriera una sucursal; el que les animó a formar la cooperativa de aceite, que genera empleo en una comarca deprimida. Todo ello explica el cariño fervoroso y la lealtad ciega que los vecinos profesan a su cura. Por eso no perdonan al obispo Aracil, contra quien descargan toda su rabia, que se haya levado a su párroco. "Ya no puedo creer en la Iglesia", dice Isabel. Como ella, otros vecinos manifestaron que a no desean saber nada de la Iglesia como institución.El enviado del obispado había advertido a los feligreses que cualquier acto de fuerza sería "una barbaridad" y no haría sino perjudicarles. Al concluir el encierro, José Luis Muñiz reconoció que los vecinos le "engañaron vilmente".

No obstante, se mostró comprensivo con el comportamiento de sus parroquianos: "No lo han hecho con mala fe".

El párroco disculpa a los vecinos aludiendo a "la fuerza del cariño" de los, habitantes de la aldea, que lo han confundido con un dios. "Siento haberme convertido en un líder sin saberlo". El desenlace no convenció a todos y ha originado agrias discusiones. "Sois unos cobardes y unos rajaos", gritaba una anciana, que reprendía a los hombres por que no hubieran defendido hasta el final la permanencia de su cura.

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