Datos
Si aceptáramos que nada ampara tanto como el conocimiento de tu propia fragilidad seguramente cornenzaríamos a prestar más atención a los informes sobre la salud del planeta. Es la impresión que me transmite la primera ojeada a la última entrega del World Resources, la Guía Global del Medio Ambiente, por fin traducido al español.Cierto es que este tipo de libros llueven y que con sus datos llenamos el desván de la memoria. Cada mes miles de cifras se amontonan unas sobre otras y acaban siendo inmanejables hasta que algún día hacemos limpieza y la mayoría van a parar directamente al vertedero del olvido. Ese que deja ridículos a todos los otros, los que cada día quedan desbordados por los residuos urbanos e industriales. A ellos, por cierto, arrojamos unos veinticinco mil millones de toneladas todos los años. Es decir, cinco mil kilogramos por habitante del planeta y año. Leo también que los recursos y materias primas que cada norteamericano consume diariamente pesan más que su propio cuerpo. Y le llegan tras recorrer como mínimo 1.000 kilómetros. Menuda suerte, por que en el mundo quedan 800 millones de hambrientos y cerca de dos mil millones de personas morirán sin haber hecho un sólo viaje en su vida. Sigo leyendo y pensando en la necesidad de citar aunque me asusta bastante que esté recordatorio pueda quedar desactivado por la reiteración. Con todo, y de acuerdo con la primera apreciación de estas líneas, no queda otro camino que seguir aportando datos como éstos para intentar una vez más una cautela que nos proteja.
Que nuestra primera producción absoluta, en volumen y peso, sea lo que tiramos ya debería llamar la atención. Y más si consideramos que lo excremental de nuestras sociedades además de ingente y caro resulta peligroso. Una buena parte de los desechos son tóxicos, otros acumulativos, los de más allá afectan a los principales elementos de la vida... en cualquiera de los casos: ¡todos indeseables! Las 200 toneladas de contaminantes atmosféricos emitidas cada segundo son responsables del aumento de las temperaturas medias del planeta. Ya hay virtual seguridad de que hacia 2100 la Tierra padecerá en su conjunto 2,4 grados más de calor. No podía ser de otra forma tras incrementar las emisiones de carbono a un ritmo de un 1% anual desde hace un siglo. Pero es que al mismo tiempo, los únicos antídotos fiables para controlar el residuo de la quema de combustibles, es decir los bosques, han disminuido en el mismo porcentaje. El resultado es que hoy los aires tienen un 25% rnás de CO2, y los suelos un 25% menos de bosques. Cada minuto caen nueve hectáreas de selvas húmedas.
Por otro lado los desiertos avanzan a mil hectáreas por hora. En consecuencia nada puede extrañamos que cada doce meses los humanos perdamos un 2% de nuestras tierras cultivables. En ese mismo tiempo sumamos unos 90 millones de nuevas bocas que alimentar. Antes de mediados del próximo siglo se producirán desplazamientos forzosos de centenares de millones de personas. Desafío a tratar paralelamente al de los casi 30 millones de nuevos parados que anualmente genera la economía mundial. O al de que desde 1991 la producción de alimentos a escala planetaria esté disminuyendo por primera vez desde hace 47 años cuande se estima, para dentro de 50, una demanda triple de la actual. Además la distribución de las rentas empeora a escala mundial. Sin tener en cuenta el despropósito de la inflación de las deudas.Y eso que, todavía, el sistema no da valor económico a las aportaciones del trabajo de la mujer. Algo, de momento, tan injusto como imposible porque de hacerlo aumentaría un 50% el PIB mundial. No menor colapso se produciría si se reconociera el coste real de la degradación ambiental en la contabilidad económica convencional.
En fin, datos y datos que tal vez sólo demuestren que sabemos mucho de nuestras enfermedades básicas, que incluso conocemos la forma de subsanarlas, pero que no nos da la gana ponemos en tratamiento.
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