El Reina Sofía reconoce a Óscar Domínguez, el 'gran olvidado' entre los surrealistas
El museo nacional presenta una antológica con 170 obras del artista tinerfeño
Ya no habrá razones para seguir titulando Olvido inexplicable, Injusto olvido, El gran olvidado ... cuando se habla de Óscar Domínguez, el canario de quien su amigo, el crítico Eduardo Westerdallh, solía decir que "no era un fabricante de cuadros arbitrarios. Era un arbitrario integral". Desde hoy y hasta el 16 de septiembre el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, de Madrid, expone 170 obras del artista tinerfeño Óscar Domínguez (La Laguna, 1906-París, 1957), uno de los pocos surrealistas españoles, amigo de Dalí y de Bretón, y nunca suficientemente reconocido.
En 1993, cuando el Centro Atlántico de Arte Contemporáneo (CAAM), de Las Palmas de Gran Canaria, presentó las Decalcomanías, en el Reina Sofía no tenían previsto ocuparse de la obra del canario ni ese año ni al menos en los dos próximos. Ahora, con la antológica que podrá verse en Madrid durante todo el verano, con más obras que en su exhibición previa en Las Palmas y en Santa Cruz de Tenerife, Domínguez recibe la misma atención que los más afortunados entre sus contemporáneos. Insistir en la injusticia y el olvido de su figura sera empeñarse en una leyenda negra poco justificada.Óscar Domínguez nació para ser un mimado de la vida. Así lo deseó su madre, que, en su lecho de muerte, encomendó a sus familiares que el niño que dejaba en el mundo "no derramara jamás una sola lágrima". En consecuencia con la consigna el muchacho fue decididamente malcriado lo que, en opinión de la comisaria de la exposición, Ana Vázquez de Parga pudo tener sus ventajas "pues no debe chocarnos que quien está acostumbrado a actuar únicamente al dictado de su propia voluntad, gusto o capricho, sin sujetarse a reglas o leyes, ni siquiera a la razón, lleve dentro de sí, aún sin ser consciente de ello, el germen del puro espíritu surrealista".
Domínguez, sin duda, lo llevaba. En1927, su padre, un rico terrateniente de la isla, le había enviado a París con la esperanza de que enderezara los prósperos negocios familiares de la oficina de importación y exportación que allí tenía la familia. En 1931 murió el padre, que ya había tenido tiempo de ver todas sus riquezas fundirse en manos de acreedores. Huérfano, el joven Óscar se sintió liberado de obligaciones burguesas y ya se dedicó de lleno a lo que desde entonces y hasta su propia y voluntaria muerte sería su vida: la bebida sin límite, las mujeres, el arte y la bohemia.
Del arte, que es lo que realmente interesa, la exposición que hoy se inaugura da cumplida cuenta. Reúne obras difíciles de ver, pues pertenecen a particulares y proceden de muy distintos países. No falta ninguna etapa de las que, en ocasiones con demasiadas prisas, casi siempre sin exceso de originalidad, pero siempre con pasión, literalmente quemó. Hay una etapa surrealista, la primera, en la que su amistad con Breton y con Dalí y la influencia que recibió de ellos son tan evidentes al menos como sus propias aportaciones. A este momento corresponden las Decalcomanías, esos juegos de azar con papeles que estrujaban entre sí las tintas y los óleos para obtener figuras casuales, a partir de las cuales la imaginación del artista se disparaba felizmente. Domínguez, genuino inventor del método, cometió el error de no perseverar en él. Otros, más consecuentes, sacaron el jugo al fruto que no habían plantado.
La estapa cósmica, con sus paisajes automáticos, tiene el interés añadido de que es la menos conocida. La relación con Breton, Duchamp, Ernst o Lam tiene su reflejo en la serie de Collages collectifs y Cadavres exquis, todo dentro del más puro espíritu surrealista.
De Chirico influye claramente en los trabajos que forman la iconografía particular de Domínguez: escorpiones, relojes de arena, revólveres, cámaras fotográficas... y que en la exposición aparecen agrupados en la llamada etapa metafísica, previa a la etapa picassiana que significa un gran giro en la pintura de Domínguez, fascinado por la creatividad de quien entonces le concede su amistad, el gran Picasso. Un mundo imaginario tocado por el humor marca esta época.
Violento, atormentado, incansable buscador, despreciativo quizá con sus hallazgos, desmesurado en todo, incluso en su físico de gigante acromegálico, Oscar Domínguez, fue, bien en contra de los designios maternos, un hombre y un artista atormentado. En la Nochevieja de 1957, acudió a la fiesta que daba su amiga, la vizcondesa de Noaffles. Completamente borracho, se metió en el baño y ya no salió: se había cortado las venas. Maud Bonneaud, que fue su mujer durante unos años y nunca le negó su amistad, escribió entonces: "Un espíritu, o mejor aún, una persona totalmente surrealista como lo fue Óscar Domínguez, tenía que expresarse a veces sin pinceles".
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