Demócrata, demagogo, polémico y único
Muchos griegos admiraban a Andreas Papandreu hasta el delirio. Muchos otros le odiaban hasta la náusea. Pero a nadie le resultaba indiferente. Fascinó y sedujo a muchas mujeres y a grandes multitudes, llevó al paroxismo de la rivalidad y el rencor a varios de sus enemigos políticos, adornó de polémica y controversia su larga acción de Gobierno y oposición, fue casi tan famoso por sus provocaciones como por sus amores y sus escándalos y ha dejado en toda Grecia una sensación de vacío imposible de llenar con nuevos líderes que se cortarían una mano por tener la mitad de su carisma.Inventó un socialismo mediterráneo y medioriental, casi tercermundista, que le llevó a defender causas perdidas, como la de Libia o los palestinos radicales, y que le costó la animadversión de Estados Unidos, que poco menos que le consideraba como protector de terroristas. Atacó a la Unión Europea sin dejar nunca de aprovechar los fondos que le llegaban de Bruselas y que le permitieron subsidiar generosamente a sus agricultores. Fue un enemigo de la OTAN dentro de la OTAN que abusó de la amenaza de romper la cohesión de una alianza que, en su opinión, hacía el juego a Turquía, el gran vecino-enemigo-aliado. Hizo sonar los tambores de guerra en el flanco Este de Europa -unas veces por Chipre, otras por el Egeo- pero no dejó que la sangre llegara al río, consciente de que hasta la demagogia tiene sus límites y que, al otro lado, está el abismo. Su personalidad marcó su política exterior mucho más allá de lo que correspondía a un pequeño país de 10 millones de habitantes, con más pasado que futuro.
Era un demagogo genial, un populista de la vieja escuela, irritante y desesperante a veces, pero también un demócrata que luchó por la libertad, se hospedó en las cárceles de dos dictaduras (la de Metaxas y la de los coroneles) y recibió algunas atenciones de los torturadores. Era un animal político que mamó el espíritu que acompañó a los grandes líderes en su propia familia. De su padre, Georges, fundador de la Unión de Centro que llegó a ser primer ministro, tomó la habilidad para la maniobra y el compromiso. Pero fue de elaboración propia su concepción del populismo, su dominio del lenguaje a las masas, su capacidad de transmitir sueños y utopías.
Los griegos que le amaban, y eran multitud, podían perdonarle todo. Incluso que se nacionalizase norteamericano. y sirviera en la Marina de EE UU. Fue tras huir de las mazmorras de Metaxas, en los años cuarenta. Regresó en 1959, volvió a ser griego y fue incluso ministro con su padre.
Sus compatriotas le perdonaron también la sucesión de escándalos que le afectaron de lleno a finales de los ochenta: el del banquero Koskotas, el de las escuchas ilegales, el del maíz... Incluso en los tiempos más duros de la catarsis, cuando la derecha y los comunistas estrecharon un cerco que incluyó un pacto de gobierno conocido universamente como pacto a la griega, sus fieles no le abandonaron. Su partido, el PASOK, apenas si bajó, en los peores momentos, del 40% del apoyo popular. Y la llegada al poder en 1989 de su gran enemigo personal y político, Constantino Mitsotakis, que quería verlo en la cárcel, no fue sino un paréntesis: cuatro años después, absuelto de todos los cargos, Andreas volvió triunfal. Sólo la enfermedad pudo con él y le forzó a dimitir el pasado 15 de enero.
También le perdonaron sus escándalos personales. Sus aventuras sentimentales eran una leyenda y los maridos agraviados eran legión. Pero sus artes de seductor (ninguna mujer guapa por debajo de los 40 estaba segura a su lado) le granjearon más admiración que resquemores. Cuando se conoció su relación con Dimitra Liani, una ex azafata 36 años más joven que él, fue sin embargo objeto de una campaña que tenía a Mimí (como se conocía a su compañera) como objetivo, y que ha seguido hasta hoy. En aquella época fueron necesarias tres elecciones en menos de un año para echarle del Gobierno. Luego llegó el divorcio de Margaret, su esposa norteamericana, la boda (religiosa) con Dimitra y el triunfo (rotundo) en los comicios de 1993.
Pero ya era otro Papandreu. Anciano, enfermo, desconfiado, débil, mediatizado por su mujer, convertida en su jefa de Gabinete. Los viejos leones también envejecen, enferman y mueren. Hoy, Grecia está de luto. Aunque Melina Mercuri, otro símbolo de Grecia, que llegó a ser su ministra de Cultura, no esté ya en este mundo para llorarle. Pero si está María Faranduri, la gran dama de la canción. Y también Mikis Teodorakis, paradigma de la música popular, que llegó a considerarle un corrupto y un enemigo personal. Hoy, Mikis debe estar preguntándose si un símbolo universal de Grecia (y él también lo es) no debe estar por encima del odio y del amor.
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