Tabaco y educación
He leído y disfrutado el anuncio publicitario sobre el tabaco, las galletas y el riesgo asociado. Me parece fantástico, tranquilizador y encantadoramente ingenioso.El pasado 22 tomé un tren expreso. En mi compartimiento -para no fumadores- estábamos dos personas: un ejecutivo y yo. El ejecutivo comenzó a fumar y yo le pedí que, por favor, dejara, de hacerlo. Hizo caso omiso. Seguro que debía de oír mal. Entonces me quité los zapatos, luego los calcetines y, sacando unas pequeñas tijeras, comencé a recortarme las uñas de los pies. Las uñas caían con cada seco corte en cualquier parte y, aunque dudo que afectaran el olfato o los pulmones de mi compañero de viaje, se le hincharon las venas del cuello, profirió unas cuantas barbaridades -sordo, que no mudo-, se levantó disparado y no sólo salió a fumar fuera, sino que además nunca regresó. Mi corazón sangraba de pena, de angustia y de dolor. La cuestión del tabaco no es cosa de galletas o de cáncer, señores de Philip Morris. Pongamos las cosas en su sitio: se trata, simplemente, de una cuestión de educación (o de falta de la misma).-