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¿Me querrán? ¿No me querrán?

Las reacciones de un puñado de jóvenes narradores ante su estreno con la crítica

Las citas contra los críticos son legión; hasta hubo quien -creador, claro- dijo desconfiar de un oficio que nunca ha visto erigido un monumento en su memoria en una encrucijada de caminos. Hay escritores que, una vez han hallado acomodo en el escalafón, desprecian la crítica y, si pudieran, jugarían al polo con la cabeza del crítico. Pero siempre hubo ese primer comentario en los inicios. Este pujado de narradores, con un libro o como mucho dos apresados en la picota de los suplementos literarios, recuerda aquella primera vez y, de paso, señalan qué les piden ellos al crítico, ese señor.

Eloy Tizón (Velocidad de los jardines y Seda salvaje, Anagrama), no olvida el comentario que le hizo Rafael Conte, "y recuerdo que la sensación que me produjo leerlo fue casi física, emocionante, como alzar e vuelo; la crítica generosa nunca marea ni aturde: lo que hace es darte alas". Francisco Solano (La noche mineral, Debate) conserva otra sensación que "nada tuvo que ver con la experiencia del amor. El libro fue tratado con cierta benevolencia, pero la impresión que me quedó es que no encajaba en ninguno de los modelos novelísticos previstos por la imaginación de la persona que firmaba la crítica".

Para Juan Manuel de Prada (Coños y El silencio del patinador, Valdemar), las primeras críticas siempre son instructivas, "quizá porque he tenido la suerte de caer en manos de críticos rigurosos y entusiastas; también he recibido críticas displicentes de mercenarios que descalificaban mis obras: en general, las de estos pobres diablos no me causan escozor, sino un consquilleo muy gratificante en el sobaco". La actitud de Juan Manuel Salmerón (Síntomas privados, Pre-Textos) hacia la primera crítica fue crítica, "es decir, pesquisadora de su perspicacia y evaluadora de su verismo. Su lectura no deparó satisfacción y halago".

Dice José Ramón Martín Lago (El momento de la luna, Alfaguara) que "de las primeras críticas se espera algo así como una comprensión total.

Cuando se observa que esa comprensión es sólo fragmentada, uno tiende a no plantear el asunto en términos tan dramáticos. ¿Amor o desamor? Ni una cosa ni otra". En Menchu Gutiérrez,(Basenjí, Lumen, y Viaje de estudios, Siruela) la primera crítica actuó como un estímulo, y los estímulos son siempre importantes para quien, con cualquier lenguaje, quiere comunicar algo". Juana Salabert (Varadero, Alfaguara, y Arde lo que será, Destino) prefiere dejar "ese primer amor" en la novela, "un prirner amor que se consuma -y al consumarse se destruye- justo en el instante de poner la palabra fin. Ahora bien, la lectura de la primera crítica de la primera obra, de veras existente en el imaginario y en el talante crítico del escritor que se exige y exige equivale a un muy creativo estupor".

Cada uno, pues, habrá tenido su experiencia, pero todos obtuvieron su espacio en los suplementos; gente con suerte, pues no todos pueden decir lo mismo, y esto plantea si una primera novela debe ser comentada o es peor el silencio. "Debería ser comentada", dice Solano, "si tiene interés literario; yo mismo, cuando ejerzo de crítico, siempre tengo especial interés por los que empiezan. El silencio ante una novela es como un acto notarial de inexistencia". Martín Largo es breve: "Rotundamente, sí debe ser siempre comentada: es parte fundamental de. la formación del escritor". Para Menchu Gutiérrez, "una crítica de calidad invita a una reflexión y, sea positiva o negativa, es preferible al silencio".

Prada es contundente: "Si la novela es insignificante, ¿por qué ha de tenerse en cuenta? Los críticos consideran que todo principiante merece un empujón inicial. Esto es grotesco: así muchas nulidades eximías andan danzando por ahí durante años hasta que pierden gas. Al que es malo, hay que bajarle los humos desde el principio, antes de que se deje melena. Y cree que el silencio duele cuando es injusto.

Salmerón sí cree en la necesidad de que encuentra eco el primer libro: "Porque un novel, vistos el sectarismo- crítico y las condiciones del mercado, no puede esperar repercusión si la aparición de la obra no va precedida, acompañada y prolongada por la mención periodística". Comenta Juana Salabert que hay que "saber discernir, separar el grano de la paja. La crueldad gratuita me parece tan horripilante como la interesa da, lo que cuenta es el texto y sus promesas de la escritura por venir".

No les gusta a ninguno la palabra "desprecio" referente a la actividad crítica. "Quitémosla de en medio", se ofrece Eloy Tizón; "yo hablaría de perplejidad, la que uno siente ante ciertos excesos de interpretación crítica". Y Tizón pediría al crítico "algo sobrehumano: que sea capaz de entregar tarde su crítica por leer el libro otra vez". Y Martín Largo: "Que critiquen mi obra, y no que se sirva de ella para argumentar sus posiciones personales". Y Prada: "Un cóctel de rigor, entusiasmo, método analítico, convicción en sus gustos y cierta capacidad para intuir el futuro". Según Salmerón, "el crítico y el escritor establecidos no suelen llevarse mal, a juzgar por lo que publican nuestros mayores y por lo que escribe la crítica".

En opinión de Salabert: "Un buen crítico es siempre un creativo, un escritor no ficcional, pero escritor; un buen crítico es siempre un lector, y un escritor escribe para salvarse a sí mismo y para los otros, que son siempre el enemigo y el amado, lo desconocido y anhelado". Añade Prada: "Al crítico apasionado, inteligente y sabio lo respetaré siempre, aunque se me ponga algo quisquilloso". Y a Eloy Tizón se le escapa una cita del poeta Robert Browning: "Cuando escribí este poema, sólo Diós y yo conocíamos su sentido. Ahora, después de la crítica, sólo lo conoce Dios". Pues eso.

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