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FERIA DE SAN ISIDRO

"Qué quedrán"

Salieron toros buenos y los toreros no los conseguían torear. Qué quedrán, se preguntaba un castizo. Donde mejor se habla el castellano es en Madrid, evidentemente. También es Madrid donde más se sabe de toros. Un castizo madrileño va a los toros y no tiene que preguntar nada; al contrario: abre la boca y sienta cátedra.Otros cosos cuestionan la sapiencia madrileña. "La plaza de Las Ventas es una jaula de grillos", suelen decir. Menos grillo y menos jaula. Madrid posee tradición y experiencia. En Madrid se vienen a celebrar del orden de 70 corridas al año y hay quien no se pierde ni una. Si la edad media del madrileño se cifra en 83 años y el castizo empezó a ir a los toros cuando tenía 10 (hay algunos que se destetaron en la plaza), basta echar la cuenta: cuando Dios le llame a su seno habrá visto 5.110 corridas; o sea, 30.660 toros; 35.000 o 40.000, añadiendo los sobreros.

Bayones / Muñoz, Sánchez, Tomás

Toros de Los Bayones, desiguales: 1º y 2º terciados, 3º anovillado e inválido, resto con trapío. 5º y 6º mansos. Cinco primeros nobles; último reservón.Emilio Muñoz: dos pinchazos, estocada corta trasera y rueda de peones (pitos); pinchazo, estocada corta y rueda de peones (bronca). José Ignacio Sánchez: media estocada baja y bajonazo (silencio); pinchazo bajo, metisaca descaradamente bajo y estocada baja (silencio). José Tomás: tres pinchazos, otro hondo, rueda de peones -aviso-, pinchazo, media perpendicular y descabello (silencio); pinchazo, otro perdiendo la muleta -aviso-, media ladeada, rueda de peones y descabello (palmas). Plaza de Las Ventas, 4 de junio. 25ª corrida de feria. Lleno.

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Si de derechazos se trata, la cifra ya puede alcanzar proporciones delirantes: 200.000, acaso 300.000, el medio millón. Escalofríos da pensarlo. Uno procura evitar semejantes recapitulaciones porque acaban planteando cuestiones de conciencia. Si el día que Dios Nuestro Señor le llame a su seno va y le pregunta qué demonios ha hecho en esta vida aparte de ver derechazos, no sabrá qué contestar, francamente. La situación puede ser violentísima.

Al castizo madrileño, preocupado con el más allá, sólo falta que en el más acá los taurinos le digan que no sabe, que es un grillo en la jaula por preguntarles a los toreros qué quedrán. Los taurinos son muy suyos y aseguran que a Madrid no se puede venir. Con ese toro que sacan, con esas exigencias, ¡imposible!

Pues ya explicarán cuáles son sus pretensiones. A los tres espadas de esta función calamitosa les sacaron toros de trapío moderado, de embestida boyante, de temperamento pastueño y tampoco los supieron torear. Sería difícil precisar si no supieron o no se atrevieron. Ha llegado a tales extremos la caución de la torería que por una embestida fuertecita del toro, por un codicioso seguimiento de los engaños, por una mirada, por un parar, por un mugir, ya lo consideran pregonao.

Si sabrán lo que es un toro pregonao. Toros pregonaos les soltaría el castizo de vez en cuando para que se enteraran de lo que vale un peine. Toros pregonaos de aquellos que con un solo derrote castraban una mosca en vuelo; toros pregonaos de aquellos que corrían ruedo a través sembrando el pánico, luego se aculaban en tablas, la cabeza en alto y a ver quién era el guapo capaz de banderillearlos, muletearlos, pasarlos a estoque.

Los ejemplares de Los Bayones nada tenían que ver con eso, por supuesto. La mayoría de los ejemplares de Los Bayones tomaban los engaños sin tirar una mala cornada; y si quieres arroz. Ahí estaban los jóvenes José Ignacio Sánchez y José Tomás, con ellos el veterano Emilio Muñoz, incapaces de ligarles dos pases.

Ahí José Ignacio Sánchez, la mano en la cadera como si se la hubieran pegado a base de sindeticón, ventajista y destemplado, hecho un lío con los terrenos y las distancias. Ahí José Tomás, vulgarísimo ante un novillote docilón; y, llegado el último, intentando resolver la tarde que se le iba vacía mediante temerarios desplantes y parones frente a un toro castigadísimo en varas, reservón al cabo, que le achuchaba y acabó pegándole la voltereta. Ahí Emilio Muñoz, precavido, ausente, sin recursos, quizá sin arrestos para hacerse el ánimo y triunfar en Madrid aunque fuera por una vez en su vida.

Los toros no les servían; ¿qué querrán, entonces? A lo mejor lo que no querían era torear. ni esos toros ni ninguno. A lo mejor no estaban muy seguros de que quieran ser toreros verdaderos.

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