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LA CARRERA POR EL KREMLIN

Negro futuro en la Rusia 'roja'

El motín en una fábrica de Múrom, símbolo de rabia y desesperanza

Pilar Bonet

El motín de la fábrica de explosivos de Múrom, localidad sita a algo más de 200 kilómetros al este de Moscú, fue espontáneo y se extendió rápidamente por los talleres de esta empresa militar estatal rusa que antaño fue próspera y que hoy arrastra a miles de personas en su agonía. El 22 de mayo, los trabajadores se plantaron en una improvisada huelga ilegal que duró todo el día. Exigían los sueldos que el Estado no les abonaba desde enero, pese a las promesas preelectorales del presidente Borís Yeltsin, y pedían al Ministerio de Defensa que pague las municiones que encarga. Si no han recibido las nominas para el próximo viernes, los trabajadores amenazan con otra huelga que, de llevarse a cabo, enturbiaría la campaña de Yeltsin.Motines como el de Múrom pueden ocurrir en cualquiera de las miles de empresas de defensa que jalonan la geografía roja de Rusia. Son el producto de la desesperación de quienes han perdido la seguridad en el futuro. Múrom, una vetusta ciudad en cuya atmósfera flota aún la cruzada contra los tártaros, votó comunista en las parlamentarias de 1995 y votará a favor del comunista Guermadí Ziugánov en las presidenciales.

De sus 140.000 habitantes, 22.000 viven en Verbovski, un barrio surgido en torno a la fábrica de explosivos, que, con el discreto nombre de "fábrica de construcción de instrumental", fue trasladada desde Leningrado durante la II Guerra Mundial. Por su especialización en industria de defensa, Múrom fue zona prohibida para los extranjeros a principios de esta década.

La empresa floreció durante la guerra de Afganistán y sufrió después las secuelas del fin de la guerra fría. Los programas de conversión a la industria civil, que produjeron lavadoras y juguetes, dieron poco resultado, y a partir de este mes la fábrica labora tres días por semana, de lunes a miércoles. De jueves a lunes, los trabajadores se dedican a sus huertos y a las chapuzas, gracias a las cuales subsisten.

El 22 de mayo, un rumor bastó para poner furiosas a las mujeres, mayoría en la plantilla. Habían traído varios centenares de millones de rublos de atrasos y alguien aseguró que los jefes se los estaban repartiendo entre ellos. Los talleres, comenzando por los más militarizados, se sumaron uno tras otro al paro. Centenares de personas se reunieron frente al edificio administrativo. Los jefes, insultados por sus subordinados e incapaces de atender sus exigencias, tuvieron que salir apresuradamente hacia VIadímir, la capital de la provincia. Allí, la admnistración provincial ofreció ayuda para salir del paso. Con las autoridades locales como garantes, una caja de ahorros se comprometió a dar un crédito -con unos intereses del 120% anuales- a la fábrica, que se hunde en una deuda impagable, a base de recibir de los bancos lo que el Estado le debe. Por si fuera poco, el Ministerio de Defensa, el principal cliente de la fábrica, pretende pagar sus municiones a base de letras de cambio, que los bancos locales no quieren aceptar.

Los varios miles de obreros se han organizado en un comité de huelga de 39 personas. Según Nikolái Grachov, su presidente, el comité ha dirigido una carta a Yeltsin. En ella asegura que "no garantiza que la ira de la gente no se descontrole", ya que ésta, "por desesperación, puede hacer cosas que podrían tener consecuencias imprevisibles para todos".

El Kremlin no ha podido pagar todos los atrasos salariales antes de las elecciones, pero trata de que las protestas de los impagados no alcancen una masa crítica y echen a perder la campaña de Yeltsin. Los dirigentes rusos escuchan a quien más grita, y esto se aplica tanto a las empresas como a quienes conversan en la calle con el presidente. En sus viajes preelectorales por provincias, Yeltsin ha regalado coches y tractores a quienes lo han solicitado con más caradura.

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Nikolái Grachov y otro testigo que prefiere no dar su nombre coinciden en afirmar que varias mujeres exaltadas amenazaron con emplear la violencia. "Una mujer, cuyo nombre no diré, cogió un artefacto y lo agitó en la mano diciendo: 'Ahora lanzaré esto y todo arderá'", según cuenta Grachov. La trabajadora, explica el sindicalista, quería sólo indicar que "estaba dispuesta a suicidarse para librarse de la angustia de tener que alimentar a sus hijos". "Si esto sigue así, la situación es imprevisible", dice Grachov, y agrega: "Cuando pierden la paciencia, las mujeres no se paran ante nada". De puertas afuera, las autoridades actúan como si los sucesos de Múrom tuvieran poca importancia. Un despacho de la agencia Itar-Tass, según el cual los trabajadores habían amenazado con volar los talleres de explosivos, fue rápidamente neutralizado con un comentario tranquilizador en el diario Izvestia. Los huelguistas se concentraron en la calle, es decir, fuera del recinto controlado por una escolta militarizada. "En la cola que se formó para repartir los fondos llegados aquella mañana, una mujer exhortó a coger explosivos e ir a volar las dachas (casas de campo) de los directivos de la fábrica", señala una testigo presencial.

Grachov votará por Guennadi Ziugánov en las próximas elecciones. "Y como yo, habrá muchos aquí", asegura. "Nos asustan con la guerra civil si Ziugánov llega al poder, pero si la política actual continúa, habrá una explosión social que, por su fuerza, será peor que la guerra civil, en la que yo no creo". Los directores de la empresa segura mente votarán también por el líder comunista, a juzgar por la efusiva bienvenida que el viernes dieron a Anatoli Lukianov, el ex jefe del Parlamento de la URSS, que estaba de gira electoral por la provincia.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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