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Tribuna
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El adelgazamiento

Joaquín Estefanía

Mientras Europa inicia curas de adelgazamiento del sector público para recuperar la competitividad perdida (según el World Economic Forum), Estados Unidos revisa algunas de las fórmulas utilizadas para triunfar en ese ranking. Así es como se ha multiplicado el uso del concepto de downsizing que, según Vicente Verdú, es "el eufemismo políticamente correcto para referirse a los masivos despidos de las superempresas".La economía norteamericana creó más de un millón de empleos en lo que va de año, pero las grandes compañías anuncian regularmente despidos de decenas de miles de trabajadores; los beneficios y la productividad aumentan, pero la capacidad adquisitiva de buena parte de los asalariados (excepto la de los grandes ejecutivos) se estanca; la recuperación económica es un hecho, pero sus efectos se dejan sentir de forma muy diferente en la sociedad.

Con este panorama, un técnico muy influyente, el jefe de economistas de la Morgan Stanley, Stephen S. Roach, ha encendido la señal de alarma y su voz ha llegado inmediatamente a Europa: "Si se compite construyendo, se tiene futuro; si se compite recortando no. Me he equivocado". La opinión de Roach tiene mucho valor porque durante muchos años ha sido uno de los principales gurús norteamericanos de la teoría de la reducción, el culto al recorte de los gastos empresariales, que está destruyendo miles de empleos en todo el mundo en nombre de la eficacia. Antiguo economista de la Reserva Federal, en 1991 escribió un artículo en la Harvard Business Review -inmediatamente traducido en muchas escuelas de negocios- en el que teorizó como "imperativa" la reestructuración de la empresas de servicios norteamericanas, como única posibilidad de sobrevivir en primera línea, por la hipercompetitividad derivada de un mercado mundializado.

En sus manifestaciones (por ejemplo, a Le Monde el pasado miércoles), Roach dice: la teoría de la reducción fue dominante en los ochenta y proporcionó a las empresas la justificación intelectual para un recorte implacable de gastos, que hizo que millones de personas perdieran su empleo y otros tantos millones se vieran impelidos a doblar su productividad y fuesen desbordadas por su trabajo; los despidos permitieron a las empresas mejorar sus resultados sin aumentar su cuota de mercado. La reestructuración de tala y quema "no es la solución permanente. Las tácticas de reducción sin límite en el tiempo y de disminución de los salarios reales acaban siendo recetas para la extinción industrial. Si lo único que se hace es recortar, al final se quedará uno sin nada, sin cuota de mercado".

Al despedir a los trabajadores fijos y rotar permanentemente a los temporales, éstos dejan de sentir el menor cariño por lo que hacen y "se vacía de sangre la empresa". La solución es, según Roach, "poner el acento en la mejora de la calidad de la mano de obra y admitir la necesidad de reconstruir y contratar". Como no hay peor cuña que la de la misma madera, y al no ser Stephen Roach un peligroso liberal tipo Galbraith, los ataques contra él de los económicamente correctos se han multiplicado y le han acusado de populismo. Pero el discurso de Roach ha sido avalado recientemente por el presidente Clinton, al menos en dos ocasiones, delante de decenas de empresarios norteamericanos: "Seamos claros", declaró Clinton (véase EL PAÍS del 7 de abril pasado), "la responsabilidad fundamental de cualquier empresa es conseguir beneficios y crear empleos compitiendo y creciendo".

El problema siempre es de graduación. Europa y Estados Unidos están en sintonías distintas.

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